Singular y excéntrico episodio final en un lejano y polvoriento desierto

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Gerard Gómez, seguramente, no podía alcanzar a describir bien, para sus adentros, la manera en que el paisaje cambiaba vertiginoso, mientras Roger obligaba al lagarto, a acelerar el paso.

Muy pronto, aquella delgada línea del horizonte que se veía lejana llegó a ellos. Estaban pisando sobre las franjas del Desierto de Franjas de Colores, donde el suelo arenoso se intercambiaba en tonos rosas, amarillos y dorados.

Gerard pensó que era presa de algún espejismo, pero no podía preguntar nada entre todo el frenético avanzar y el polvo levantado por las patas de la lagartija.

Se les presentaron, a ambos lados del camino, altos y romos cactos, pintados de colores vistosos: verdes, rosas y negros.

-¡Aquí es donde comienza lo bueno, Gerard!, ¡Así que, será mejor el doble de fuerte para no caer! - dijo Roger con voz alta a Gerard.

Gerard comenzó a tener miedo, sí, pero sabía que la recompensa le esperaba cerca. Todo ocurrió después en menos de un minuto. Apenas pudo sentirlo.

De unas extrañas madrigueras excavadas del suelo, surgieron de sobresalto una caravana de criaturas con forma de esferas, rayadas de colores, con patrones peculiares de arriba a abajo, con ojos pequeños y con un pico, del que disparaban enormes burbujas que los perseguían.

-¡Son ellos! ¡Sujétate, que los repeleré!- gritó Roger mientras se preparaba para algo.

Y entonces, sin temor, Roger sacó su lazo corredizo, como látigo, para excluir a aquellas criaturas saltarinas. A cada golpazo, emitían un chillido que expulsaba más burbujas, pero que los hacía alejarse. Y cuando parecía que dejaban de seguirlos, ¡algo saltó de la arena! ¡Eran unas figuras esqueléticas, que casi atrapaban al "caballo" de Roger, con sus extremidades puntiagudas!

-¡¿Qué fue eso?!- exclamó Gerard.

Skull-crackers! No te preocupes, que solo saben escabullirse bajo tierra. Lo que nos espera adelante es el verdadero problema.

Roger tenía razón. Roedores gigantescos y agresivos, como aves de rapiña, salieron de los otros agujeros. Gerard pudo sentir el aliento fétido de uno de ellos justo a un lado de él. Pero Roger lo evitó con su látigo, intrépidamente.

Mientras corrían, una docena más de esos extraños pájaros y topos gigantescos se les aparecieron delante.

-¡Oh no! ¡¿ahora qué vamos a hacer?!- gritó Gerard.

-No temas niño. Puedo lidiar con ellos, pero tú, tú tienes que salir vivo de aquí – dijo agitado Roger, todo sudoroso. -Ahora todo lo que importa son tu madre y tu hermano. Tu familia. Yo no supe valorar a la mía. Pero tú, saldrás de esta, y la valorarás y te disculparás con tu madre. Eso es lo único que importa.

-Pero, Roger, ¿saldrás vivo tú?

-Eso no importa. No importa si yo me voy, nadie me extrañará-.

-Pero, yo te extrañaré...- dijo Roger con voz queda.

Un silencio repentino cayó en medio de todo aquel caos. Las palabras del pequeño Gerard habían logrado punzar el alma de Roger, quien pudo volver a sentir el amor de una persona en mucho, mucho tiempo.

Entonces tomó más fuerzas. De alguna forma, entre cada giro, a cada salto y a cada latigazo, Roger supo esquivar a cada uno de ellos. El sonido de las chirriantes aves extrañas, lanzando chorros hirvientes y pompas de agua, o el silbido de los topos ciegos y las manos de esqueletos saliendo de las arenas movedizas; nada de eso le acobardó.

En un abrir y cerrar de ojos, Roger y Gerard se desvanecieron en el espejo blancuzco, logrando evadir a todos los enemigos, cabalgando intrépidos, como dos valientes vaqueros del Viejo Oeste; los que hasta entonces Gerard solo había conocido en sus libros.

Ahora él era uno de ellos.

Narración de lo que le ocurrió a Gerard Gómez: mi primera verdadera historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora