Gerard Gómez conoce a un peculiar personaje en la cantina Tin Can

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Gerard Gómez salió de un pequeño charco a mitad de una maraña de herbazales, en medio de un ambiente desértico, totalmente desolado y de arena muy blanca.

Miró alrededor de él, contemplando el suelo de arena lisa y caliente... ¡Le estaba quemando los pies! Así que salió de allí corriendo de allí y... ¡Sorpresa!

No estaba en un desierto sin vida del todo. Viró la vista adelante, cuidando sus ojos del fuerte y ardiente sol, y, a unos pocos metros, vio que estaba colocado un pequeño pueblo.

Correteó a través de las secas matas y los cactus espinosos, y luego por un camino de rocas; pues recordó las palabras de Arknowald, de que le quedaba poco tiempo.

Cuando llegó, se topó con las calles aparentemente deshabitadas de un barrio del Viejo Oeste, justo como lo había visto en esos libros del ático. Miró a ambos lados de la primera calle, y no había nadie; ningún rastro.

Era un pueblecillo que se reducía a unas cuantas casas de madera, destartaladas y viejas; mientras que un aire cálido soplaba levantando el polvo, y se podía observar el efecto de la refracción en el horizonte.

El calor muy sofocante. De modo que Gerard Gómez corrió para refugiarse entre la calle inhóspita, con el silbido del aire seco golpeando entre sus oídos. Dobló la primera esquina a la derecha, y escuchó un sonido.

Era una peculiar música, proveniente de una taberna, a mitad de la calle arenisca, y que era la única pista de vida en aquella ciudad aparentemente fantasma.

Nada más entrar, a Gerard le asombró que fuera uno de esos clásicos saloons, un lugar donde todos los ebrios estaban reunidos para protegerse del calor en aquella tarde infernal. Para cuando Gerard estaba caminando dentro, nadie notó su presencia; o prefirieron tal vez ignorarlo.

Una algarabía reinaba el ambiente festivo del restaurante bar.

Gerard pudo ver a personajes tan extravagantes como los de su visita anterior, pero mucho más rudos e intimidantes, bebiendo desconocidas mezclas. Y el sonido de la cristalería se oía por doquier. Pudo ver a algunos jugando billar y dominó en una esquina.

Gerard se intimidó un poco, a medida que caminaba mirando entre las diversas multitudes a las mesas.

Se detenía a mirar de vez en cuando todo el espectáculo, y observó que una banda se encontraba interpretando una animada canción del viejo oeste.

Recordó que estaba sediento, pero no sabía si podía pedir algunas de esas bebidas que los personajes a su alrededor sostenían en sus manos.

Y con la música melodiosa del fondo, y los meseros yendo de aquí para allá, Gerard se sintió confundido, y sintió una vez más que perdía su tiempo. Sin embargo, se armó de valor para preguntar por algo.

Fue hacia la barra, lo cual le pareció lo más razonable. Gerard le preguntó al cantinero si sabía acaso donde estaba, y luego por algo de tomar. Probablemente él no se diera cuenta de que un niño estaba allí.

Todo lo que ocurrió fue que este lo ignoró descaradamente, quién sabe por qué. Se hallaba demasiado ocupado sirviendo líquido en los tarros, y frotando algunos vasos sucios con la franela, tal vez.

O quizás era porque la voz de Gerard resultaba ser demasiado baja y cariñosa, en medio de todo ese rudo tumulto.

Entonces Gerard notó la presencia de algunas personas al lado de él. Hombres funestos, sentados de espaldas en sus banquillos.

En medio del ambiente oscuro, que era ya casi deprimente, dirigió la voz hacia el cliente que estaba a su izquierda, y que parecía demasiado cabizbajo como para desear beber; cubriendo su rostro con ayuda de un sombrero ancho y un paliacate. Gerard le preguntó una vez, luego una segunda, y una tercera, pero él lo seguía ignorando.

Narración de lo que le ocurrió a Gerard Gómez: mi primera verdadera historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora