Gerard Gómez se enoja y se queda solo en la casa

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Gerard Gómez, solo, decidió pintar un poco más, pero pronto esos ánimos suyos se esfumaron. Se comenzó a sentir mal por lo que había pasado.

Cinco minutos antes, estaba disgustado por su pequeño berrinche, pero ahora empezaba a sentirse herido en su corazón. Soltó sus crayones y pinceles y se levantó del piso, de la cocina, para ir a la mesa a pensar. Ese siempre había sido su lugar para reflexionar sobre las cosas que hacía mal.

Se sentó frente al mantel y el florero de alcatraces, pensativo y melancólico. En verdad, él tenía ganas de acompañar a su mamá al mercado, pero no supo qué había pasado.

Se le vinieron a la cabeza los deseos de un nuevo juguete, colorido y grandioso, y ahí todo se arruinó. Se había enojado con ella, sin despedirse.

En realidad se sentía muy mal. Gerard ya tenía sus juguetes de la semana pasada. Eso era suficiente como para exigir más. Pesado y culpable como se sentía, Gerard comenzó a pensar en cómo solucionar la situación, en reparar el daño hecho. Pensó en disculparse de inmediato con su mamá, y aprovechar su buen consejo de aprovechar los días libres.

-¡Ya sé!- dijo abruptamente y casi saltando de la mesa. -¡Le haré caso e iré a ayudarle con los quehaceres de la casa!- continuó luego para ir directo hacia el almacén de utensilios domésticos.

Extrañamente alimentado por una culpa ridícula, se dispuso a ordenar y limpiar todo lo que hiciera falta en la casa, sacudiendo las motas de polvo olvidadas con una esponja; quitando la suciedad de piso de azulejo blanco con un trapo; sacudiendo los floreros de las alacenas. Limpiando, cepillando, sacudiendo y tallando, tratando de ayudar un poco.

¡Sí que era una idea brillante, pues su mamá iba a regresar y a estar muy contenta cuando regresara! Pero luego se detuvo a pensar:

-Pero... si mamá, ya lo hizo todo aquí, en la cocina y en mi habitación ¿En qué más puedo ayudar? - pensaba para sus adentros.

Después de unos segundos, lo tuvo:

-¡Sí! ¡Limpiaré el ático! Allí tengo muchas cosas desordenadas que son mías. Además, seguro hay mucho polvo por allí. Haré un buen trabajo si voy para allá.

Aunque la idea era ciertamente extraña, a Gerard no le parecía así. Era una manera excelente de ayudar en la casa. Aparte, la idea de encontrar muchos objetos y artículos interesantes en aquellas cajas de cartón arrinconadas, le parecía emocionante.

Gerard Gómez se lanzó de la cocina como un rayo, y, en un santiamén, ya estaba en la puerta del ático, en el segundo piso.

Al final del pasillo, pasando la habitación silenciosa de su hermano, estaba la puerta del ático polvoriento, en donde una pequeña ventana daría paso a la suficiente luz. No había que temer entonces, y a Gerard no le daba miedo entrar solo.

Pasó casi de puntitas a través de la puerta del cuarto de su hermano, pues él estaría todavía dormido. Le parecía muy raro que alguien siquiera durmiendo a esas horas, casi a mediodía.

Él tenía diecisiete años, y, en las vacaciones, permanecía todo el día en casa. En esta ocasión quería despertar, pero algo se lo impedía. Quería salir de la cama, pero no tenía las suficientes energías para hacerlo.

Las ventanas de su cuarto permanecían todas cerradas, dándole un aspecto muy sombrío a todo alrededor, incuso de su puerta. Su recámara era un desastre.

Las energías faltaban, el ánimo no estaba, a pesar de hacer un día hermoso allí afuera. Pero no veía que el día le sonriera a él específicamente. Miraba el reloj una y otra vez, pero no quería levantarse.

Tenía que hacerlo. Eran las 11 en punto de la mañana, ¡y tenía cita con el dentista a las doce! Sin perder más tiempo, se levantó de pronto, y comenzó a alistarse. No quería llegar tarde de nuevo.

Mientras tanto, Gerard Gómez ya estaba detrás de la puerta del ático. Había trabajo que hacer.

Contempló su espacio de trabajo y bajó las escaleras de madera crujientes que daban al piso de tablas lisas, donde decidió empezar por ordenar unas cajas. Acomodar unas cositas por aquí y por allá, y otras más por otros rincones.

Una ventana como tragaluz colocada a lo alto, espaciosa y grande, lo guio. Se puso a revisar y a apartar unos objetos que eran de él, que estaban arrumbados y que él metería en otras cajas.

Mientras revisaba los artículos, se topaba con viejos libros interesantes, de cuentos fantasiosos. A veces se detenía a leer tranquilamente algunos de ellos.

Desordenando y ordenando a la vez, se metía a explorar en todos los rincones, con su innata curiosidad característica, esperando que su mamá, cuando llegara, comprendiera su muy buena acción de disculpas.

Narración de lo que le ocurrió a Gerard Gómez: mi primera verdadera historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora