Gerard descubre un pasadizo oculto en el ático

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Mientras el pequeño Gerard continuaba entreteniéndose apilando y desapilando cajas en el desván, su hermano mayor vagaba a mitad de la larga avenida poblada, a su regreso con el dentista, cuestionándose si es que debía seguir tras aquella chica. Después de todo, ante todo ese conjunto de nubes de preguntas confusas, que no hacían más que ocultar su razón e intimidarlo todavía más, se decidió a ir tras ella.

Pero lo haría con cierto temor, pues no sabía hablar. Lo haría con la discreción que ello requiriera. Con el paso silencioso que le era propio, podía oírla a ella musitar cariñosas palabras que caían sobre su cuerpo como una lluvia refrescante, aunque en realidad un enardecido clima dominaba la atmósfera brillante de mediodía.

Pudo observar de nuevo a la chica, y como ella daba vuelta para esconderse en el parque de la ciudad, entre los numerosos y frondosos árboles altos. Luego vio como se sentaba y acomodaba en una banca negra colocada en medio de los que podían ser los árboles más grandes.

Ahora el viento se movía con suavidad increíble entre sus cabellos, y él no podía dar crédito a la escena. ¡Cómo deseaba estrecharla y sentir la tersa nieve de sus manos! Y por fin, pudo observar lo que se convirtió una leve sonrisa esbozada entre sus sonrojados carrillos, ¿acaso dirigida hacia él?

No obstante, eso era imposible, y por eso, Daniel comenzó a formularse en su mente otra cadena de preguntas.

Narración de lo que le ocurrió a Gerard Gómez: mi primera verdadera historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora