10.El Campo.

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El campo, un buen sitio para esconderse, para ocultar cosas.
El campo, un mal sitio para estar a las tres de la mañana. Sí, eran las tres de la mañana cuando Ago y yo llegamos a la casa de campo que tenían nuestros padres a las afueras de Pontedeume.
Fue una auténtica odisea llegar hasta allí con el coche del canario, el motor parecía una cafetera de un bar de barrio, nunca dejaba de sonar.
Me di cuenta que la luz del salón estaba enchufada, la cortina puesta y se podía observar como alguien caminaba de lado a lado, pensativo.
Yo conocía perfectamente la casa, de pequeña había veraneado allí con el que te tenía retenida.
Sabía que las habitaciones estaban arriba y que posiblemente tu estuvieras en una. Sabía que Efrén podía hacerte daño pero nunca matarte. Sabía muchas cosas pero me equivocaba en unas pocas.

El olor a tabaco era palpable, fumabas tanto como Ana, casi una cajetilla diaria. Agoney y yo íbamos pisando flojito, notando como cada paso nos acercaba más a la puerta que daba acceso a las escaleras que, a su misma vez, daban acceso a las habitaciones.
El ruido de la televisión nos ayudaba bastante pero debíamos tener más cuidado que nunca.
Conseguimos acceder a la puerta, recordé cuando era pequeña y bajábamos por las noches con mucho cuidado las escaleras para jugar al escondite por los alrededores de la piscina, hasta que nos pillo mamá porque acabé en el agua.

Cada escalón me acercaba más a ti, me acercaba más a una realidad que me daba miedo, no miedo a encontrarte, miedo a que no estuvieras, miedo que hubieras pasado a mejor vida, como decía mi abuela Sara.
El pasillo se me hizo un tanto largo y lúgubre. Llegué hasta mi habitación, la que compartía con mi hermano. Allí no estabas, supuse que estarías en la de mis padres y efectivamente, allí estabas, despierta, con la boca tapada, llorando y con muchas heridas en los brazos, fruto del intento de escapar de esta situación.
Esa mirada me desgarró el alma, era fría, ocultaba mucho dolor, mucho sufrimiento. Esa mirada que pocas veces he visto en ti, la mirada del más profundo horror, del más profundo pánico.
Lo primero que hice fue abrazarte, me sentí segura después de tanto tiempo, me sentí a salvo y quizás tu también, pero temblabas, fruto de la humedad de Galicia y de todo el miedo que recorría tu cuerpo como la sangre bombeada por el corazón.

Tus muñecas sangraban por culpa de las malditas bridas con las que Efrén te había atado a la pata de la cama, tus piernas estaban amoratadas por los golpes que habían dado al suelo para intentar pedir ayuda.

Levanté la cama y saqué tus manos todavía atadas, te ayudé a hacer fuerza para romper las bridas, estabas exhausta, tenías ojeras y tu físico era más delgado.

El ruido de la televisión cesó y el de mi hermano subiendo por las escaleras aumentó, decidimos escondernos en el ático pero la incansable búsqueda de mi hermano, acompañada de gritos nos encontró, le dije a Agoney que se encargase de Ana, que corriese al coche y que se la llevase, me daba igual morir ese día, te había salvado y seguro que sin mí podrías ser feliz, porque yo tampoco valía mucho la pena, supongo...

Efrén, entre miles de insultos, intentó perseguiros pero yo le paré hasta que sentí un golpe que me recordó al de la fábrica y caí al suelo, estaba sangrando, y te vi llevarte a Ana por el largo pasillo, unos segundos más tarde escuché tu viejo coche arrancar. Había salvado a mi peque pero posiblemente ese era mi final.

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