8.Otra Vez.

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Probablemente mi móvil se lo había llevado Efrén pero todavía guardaba la esperanza de que mi hermano no era un ser tan cruel. Solté la cuerda que ataba mis manos, hice un poco de fuerza ya que a pesar de estar casi desatada era fuerte, repetí lo mismo con la cuerda que agarraba mis piernas. Lo primero que hice fue buscar mi móvil en la chaqueta de cuero que estaba tirada en el suelo, y sí, mi hermano es cruel, muy cruel, va a dejar que me muera aquí dentro. No hay salida, lo sé...
Pero, no puedo matarme, tengo que resistir, comer y beber poco, intentar que pasen los días hasta que mis compañeros me echasen en falta, pero, quizá mi hermano contestaba los mensajes por mí, mi contraseña era la típica, la fácil de recordar.
Mi moto seguía ahí fuera, cualquiera que pasara por ahí la vería, era el único vehículo que había cuando la aparqué. Si los cuervos tuvieran alguna sospecha vendrían aquí seguro, a Mimi también la retuvieron en la nave cuando les debía dinero, al encontrarse con mi moto me ayudarían a salir.
Sabía que debía mantenerme fuerte, que debía comer y beber lo mínimo para tener un poco de energía, pero, cada vez que me venían aquellas imágenes a la cabeza, mi hermano haciéndote algo tan... Dios, no podía dejar de pensar en ti, en cómo estarías, si todavía seguirías viva, si no te había seguido haciendo daño, joder, Ana, te necesito tanto como tu me necesitas a mi.

Pasaban las horas y estaba demasiado mal como para querer comer o dormir, solo pensaba en mil maneras de escapar de allí, solo había una clara, la muerte, pero, tu no merecías eso, no te merecías que te dejara sola, no te merecías pasar ni un minuto más con mi maldito hermano.
Sólo espero tener la fuerza suficiente como para ayudarte, aunque mi vida se esfume por querer que tu vivas la tuya. Espero que estés bien, peque, que todavía sigas conmigo, en la distancia, solo espero que no me estés viendo desde allí arriba, espero que ese cabrón no te haya hecho nada.

Sinceramente, después de tres días en la fábrica mis esperanzas se empezaban a perder, como mis ganas de vivir. Lo único que aumentaba en mí era la pena, el dolor, el sufrimiento, todo lo que tu "pérdida" me causaba, seguía lloviendo, como era habitual en Pontedeume. La lluvia se escuchaba tan fuerte en aquel techo de metal, que retumbaba en toda la nave. Mi cabeza no dejaba de pensar en ti, en como salir de ahí. Ya no quedaba tanta agua, comida si, en aquel momento se me ocurrió algo, mis esperanzas aumentaron levemente, cogí la navaja que Efrén me había dejado para suicidarme, me dirigí hacia la enorme puerta de la fábrica y empecé a golpear la cadena que atravesaba los dos huecos por los que entraba un poco de luz. Gracias a Dios, la cadena estaba un poco oxidada, la lluvia y humedad de Galicia hicieron posible que con la ayuda de unos cuantos golpes la cadena cayera al suelo.

Abrí la puerta y salí corriendo hacia mi moto, estaba empapada pero cogí las llaves y la arranqué. Le quedaba poca gasolina pero la suficiente como para llegar a una estación de servicio.

Mis manos sudaban, mi cuerpo temblaba, mis heridas me dolían. Mi pecho subía y bajaba, mi respiración no era la normal. Nunca me había sentido tan perdida, tan mal.

Paré en una estación de servicio bastante cercana, eché gasolina, menos mal que mi hermano no me robó el dinero, pensó que no me haría falta, pero me lo dejó porque tampoco le hacía falta a él, con la droga que vendía tenía demasiado.
Eché gasolina, llené el depósito para poder buscarte por cada rincón del pueblo e incluso fuera de el. De nuevo, otra vez, tendría que volver a buscarte, a recorrerme cada sitio que parecía un buen escondite para los americanos. No tenía teléfono, no podía llamar a mis colegas, tendría que enfrentarme a esto sola.

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