Capitulo 1

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Sesshomaru Taisho estaba aburrido, una sensación a la que no estaba acostumbrado, de modo que se sentía inclinado a culpar a sus anfitriones de su triste realidad.Cuando el banquero Inuyasha Taisho lo había invitado a pasar un fin de semana en su mansión campestre, Sesshomaru esperaba poder contar con una compañía estimulante. 

Normalmente, todo el mundo se tomaba toda clase de molestias en entretener a Sesshomaru. Pero lo que no había tenido manera alguna de prever era que Taisho podía perder el vuelo que lo llevaría hasta allí desde Bruselas, dejando a su desgraciado huésped a merced de Kagome, su esposa.Kagome era la típica mujer trofeo de un hombre de éxito; miraba continuamente a Sesshomaru con un deseo que no se tomaba la molestia de disimular. 

Por su parte, Sesshomaru se esforzaba en devolverle las miradas con el semblante completamente inexpresivo, pese a que los insinuantes halagos de su anfitriona y sus constantes intentos de llamar su atención le irritaban sobremanera. No le gustaban las mujeres pequeñas de ojos grandes, se dijo. 

Rebuscó en su memoria, intentando recordar el motivo. Pero rápidamente borró aquel desagradable recuerdo.

—Y dime, Sesshomaru, ¿cómo se siente un hombre siendo uno de los solteros más codiciados del mundo? —preguntó Kagome con una seductora sonrisa.—

En este momento, bastante aburrido.La observó ruborizarse sin ningún remordimiento y se acercó a grandes zancadas hasta la ventana.

 Parecía un tigre enfundando sus garras sin ningún convencimiento.

—Sí, puedo imaginármelo —respondió aquella morena atractiva en un tono absolutamente empalagoso—. ¿Cuántos hombres habrá en el mundo tan atractivos, ricos y poderosos como tú?Sesshomaru disimuló una mueca de disgusto mientras se decía a sí mismo que si alguna vez se casaba lo haría con una mujer que tuviera cerebro, y continuó contemplando los bien cuidados jardines.

 El sol de los últimos días del invierno resplandecía sobre la cabeza inclinada del jardinero que rastrillaba las hojas que cubrían el césped.

 Había algo en aquel cabello negro que bajo la luz adquiría un tono marino que le resultaba familiar. 

Se tensó cuando lo vio volverse y descubrió que en realidad, el que él había creído jardinero era una mujer.

—Así que el jardinero es una mujer —comentó.

La voz profunda y grave de Sesshomaru no dejaba traslucir ni rastro de su indignada incredulidad y su enfado. Alguien debería advertir a Taisho de que había una potencial espía de un tabloide trabajando en su casa, pensó sombrío. Inuyasha nunca se recuperaría de la humillación si los medios sacaban a la luz alguna de las aventuras de su esposa.Su amable anfitriona se acercó a él y arrugó la nariz.

—Nos cuesta mucho encontrar jardineros. Inuyasha dice que a la gente ya no le gusta esa clase de trabajo.—Supongo que tiene razón. ¿Esta jardinera hace mucho tiempo que está aquí?

—Sólo unas cuantas semanas —Kagome lo miró con el ceño fruncido y expresión de perplejidad.

—¿Me perdonas? Tengo que hacer una llamada importante.

Kikyo tenía la espalda dolorida.Hacía un frío glacial, pero la cantidad de energía que desplegaba en el trabajo la había ayudado a entrar en calor de tal manera que había terminado en camiseta. Apenas podía creer que faltaran menos de diez días para Navidad.

 Su pelo, del color de la negro, escapaba a la sujeción del pasador con el que intentaba recogérselo, y caía constantemente sobre su rostro. Se enderezó y se estiró, intentando aliviar el dolor de espalda. Era una mujer de un metro sesenta, delgada, pero de formas muy femeninas, con los senos y las caderas voluptuosos.

Invierno CalidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora