Seguramente, Sesshomaru se alojaba en la suite principal de la elegante ala de invitados de la casa de los Taisho, reflexionó Kikyo. Y le bastó pensar que había sido ella misma la encargada de hacer el enorme arreglo floral que allí habían colocado para disfrute de Sesshomaru para esbozar una mueca de desagrado mientras se dirigía hacia la entrada trasera de la casa de campo de los Taisho.
Poco después de comenzar a trabajar allí, Kikyo había descubierto que dentro de sus obligaciones estaba también la de ayudar al ama de llaves de los Taisho, una mujer de mediana edad que el mes anterior había terminado agotada a causa de todos los huéspedes de sus señores.
Y en el instante en el que Kagome Taisho se había fijado en el magnífico ramo de flores que la jardinera había preparado para el vestíbulo, le había pedido que continuara encargándose de aquella parte de la decoración de las habitaciones.
Era un trabajo que a Kikyo no le gustaba por el tiempo que tenía que dedicarle y la responsabilidad que implicaba. Sin embargo, en aquel momento le proporcionó la excusa perfecta para entrar en la casa. ¿Cómo demonios iba a poder librarse de la amenaza de Sesshomaru? Era ridículo que sospechara que quería vender un escándalo a la prensa, pero conocía la razón por la que Sesshomaru pensaba que los Taisho podían ser un objetivo informativo para los medios de comunicación, y no por razones especialmente agradables. Inuyasha Taisho era un hombre influyente que aparecía frecuentemente en los periódicos y en los informativos. Pero, por el amor de Dios, todos sus vecinos, por no hablar de sus empleados, estaban al corriente de las aventuras extramatrimoniales de su esposa.
A veces, pensó Kikyo con pesar, los hombres podían llegar a ser muy ingenuos. A un periodista le bastaría con parar en la oficina de correos del pueblo para tener acceso a todo tipo de información sobre las indiscretas aventuras de la mujer de Taisho.
La enorme cocina estaba en aquel momento llena de empleados. Kikyo dejó las botas de trabajo en el pasillo, se quitó el pasador y se pasó las manos por el pelo, intentando arreglárselo. Corrió después hacia la escalera de servicio. Con un poco de suerte, encontraría a Sesshomaru en su suite. Porque la verdad era que no sabía qué haría si no estaba en su habitación. ¿Dejarle una estúpida nota suplicándole que intentara ser razonable? Hizo una mueca ante aquella idea y se preguntó furiosa por qué Sesshomaru no utilizaría su frío sentido común y su inteligencia en vez de dejarse llevar por aquellas ideas ridículas.Había terminado escaldado, le había dicho. Pues bien, si Sesshomaru pensaba que la vergüenza de haber visto publicada en el periódico su aventura dieciocho meses atrás bastaba para terminar escaldado, le gustaría verlo sufrir la mitad de lo que había sufrido ella. Su vida, su respeto por sí misma y sus sueños se habían evaporado a una velocidad de vértigo.
Cuando llegó a la suite del ala de invitados, llamó quedamente a la puerta. No obtuvo respuesta, pero como sabía que había muchas otras habitaciones y que podían haber alojado a Sesshomaru en cualquiera de ellas, entró de todas maneras y cerró la puerta tras ella. Oyó entonces su voz. Parecía estar hablando por teléfono, así que se acercó a la entrada de la zona del dormitorio con pasos vacilantes.
La mirada penetrante de Sesshomaru la dejó paralizada. Era evidente que había oído tanto la llamada a la puerta como su consiguiente entrada. Kikyo se sonrojó violentamente mientras Sesshomaru le hacía un gesto de burlona invitación, mostrándole el sofá que estaba a un par de metros de él. Continuó atendiendo su llamada, hablando en italiano con una sensual musicalidad que hizo estremecerse a Kikyo. Reconoció un par de palabras y recordó que en otro tiempo había pensado en aprender aquel idioma. Nerviosa, se frotó las manos en los vaqueros y se sentó.
Sesshomaru caminó hasta la ventana sin dejar de hablar, apartando la atención de la recién llegada.Desde el sofá, Kikyo podía contemplar su perfecto perfil. Era un hombre que medía cerca de un metro noventa y tenía la complexión de un atleta: hombros anchos, cintura estrecha y piernas largas y fuertes. Siempre iba con trajes hechos especialmente para él que le sentaban a la perfección. En cualquier caso, aquel hombre estaba elegante hasta con una toalla, recordó Kikyo con incomodidad. El rumbo que estaban tomando sus pensamientos le hizo ruborizarse todavía más.
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Invierno Calido
Fiksi PenggemarCuando Sesshomaru Taisho volvió a encontrarse con Kikyo, decidió seguir su instinto y le pidió que se convirtiera en su esposa. En un primer momento, Kikyo rechazó la propuesta, pero no tardó en cambiar de opinión... por el bien de su hijo. Aunque S...