Capitulo 5

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En el momento en el que Kikyo se creyó fuera del alcance de Sesshomaru, comenzó a correr. La respiración le ardía en la garganta mientras corría a toda velocidad entre los árboles.

Eran sólo las cuatro, pero en aquella época del año oscurecía rápidamente. Tal como Naraku le había prometido, tenía el coche ya en el camino de su casa. Kikyo entró en la casa a toda velocidad y se detuvo solamente para quitarse las botas. Ni siquiera se molestó en encender las luces, y se dirigía ya hacia las escaleras cuando se fijó en la luz roja del contestador. Con un suspiro, presionó el botón por si se trataba de algo urgente.

Segundos después, la voz perfectamente modulada de su hermana llenaba la habitación. Kagura y Naraku habían ido a visitar a unos amigos, pensaban quedarse a cenar allí con ellos y regresarían tarde.

—Ren está recibiendo toneladas de atención —le aseguraba su hermana—, así que no tendrá oportunidad de echarte de menos. Lo acostaré en cuanto lleguemos a casa.

La perspectiva de abrazar a Ren aquella noche en busca de seguridad y consuelo desapareció de pronto. Con los ojos llenos de lágrimas, Kikyo corrió hacia el piso de arriba. Se metió en el minúsculo cuarto de baño, abrió la ducha y se desnudó como si aquello fuera una especie de carrera. Una vez en la ducha, cerró la puerta y dejó que el agua caliente cayera sobre ella.

¿Cómo había sido capaz de hacer una cosa así? ¿Acaso se había vuelto loca? No sabía lo que le estaba pasando y tenía miedo incluso de averiguarlo. Lo único que recordaba era que cuando Sesshomaru le había dicho que iba a marcharse, se había sentido como si se estuviera muriendo. Pero ¿qué pensaba? ¿Qué iba a quedarse a vivir con los Taisho eternamente? ¿Qué estaría dispuesto a pasar las veladas jugando a juegos de mesa? Sesshomaru, un hombre tan lleno de energía que uno se cansaba hasta de mirarlo.

Continuó sentada en la esquina de la ducha, dejando que el agua cayera sobre su cuerpo todavía tembloroso. No entendía lo que le había pasado allí fuera y tampoco estaba seguro de que quisiera comprenderlo. Sesshomaru ya no formaba parte de su vida, se iba a marchar para siempre. Era presa de sentimientos dolorosamente encontrados. Rabia, miedo, dolor... Se abrazó las rodillas y hundió la cabeza entre ellas.

Sesshomaru había ido a buscarla, pensó. Él mismo lo había admitido. Le resultaba imposible imaginarse al Sesshomaru que ella recordaba planeando aprovecharse de una muestra de debilidad para forzarla a hacer el amor con él. Tendría que haberle dicho que no, se dijo a sí misma. Definitivamente, tenía que haberle dicho que no. Pero recordó inmediatamente que Sesshomaru no le había puesto un solo dedo encima. Entonces, bombardeada por aquel imaginario erótico que le recordaba precisamente que aquella tarde Sesshomaru se había mostrado tan inusualmente contenido, ahogó un gemido de vergüenza. El hecho de que Sesshomaru no la hubiera tocado no se convertía en absoluto en ningún consuelo.

Lo odiaba, se dijo. Había terminado para siempre con él. Ni siquiera había vuelto a besar a nadie desde hacía dieciocho meses; de hecho, veía con antipatía a todos los hombres a los que su cuñado invitaba a cenar en casa con la esperanza de que mordiera el anzuelo y empezara a salir con alguien otra vez. Quizá aquello tuviera algo que ver con lo que acababa de hacer con Sesshomaru. O quizá sólo fuera que continuaba enamorada de aquel cuerpo. Sí. Lo deseaba de tal manera que no temía mostrarse temeraria y audaz con él. No, negó con vehemencia. El problema había sido que estaba en una situación de mucha presión emocional, confundida y con las hormonas disparadas.

Invierno CalidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora