Ahlía (escrita por @EricJavierPerez)

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Ahlía

- Ahlía, la más fiel de la guardianas del Hades, mi más querida empusa...ésta es la noche que tanto hemos esperado. El rey muere y ella aún agoniza... ¡Vuelve a la vida Ahlía a cumplir con tu destino! Su cuerpo será tuyo, más nunca olvides tu origen...recuerda que eres solo un vacío revestido de apariencia quimérica y cambiante. Solo que esta vez, necesito que seas solo una mujer...- Dicho esto, dio media vuelta y desapareció según había llegado; sin anunciarse, pero con esa anticipación que solo sus allegados podemos entender. Hécate era una diosa caprichosa, protectora de quienes son merecedores de su afecto, pero a la misma vez es el más severo de los verdugos cuando no se le obedece. Mis peticiones al fin tuvieron respuesta. Necesito borrar el nombre de Ahlía de mi cerebro, ya jamás volverá a ser pronunciado. Las que gozamos del favor de Hécate de volvernos al mundo de los vivos, no nacemos en otros cuerpos, simplemente tomamos otra materia prestada. Pero tengo su promesa de vida inmortal... así que más bien quiero encontrar uno agonizante; casi sin aliento, poseerlo, fundirme en su metamorfosis e iniciar mi propio caminar...De alguna manera siento curiosidad por el cuerpo que Hécate seleccionó para mí. No es que me plazca, pero prefiero eso, a correr la suerte de Bertha. A ella le fue asignado el cuerpo de Catalina de Aragón, pero no quiso lidiar con el cancrum. Las empusas dominamos un cuerpo hasta hacerlo nuestro; proyectándonos a nosotras mismas dentro, hasta mandar en él. Bertha pudo muy bien transformar la enfermedad en desecho, pero era demasiado inútil para eso. Algunas de nosotras tenemos alma de parásito; sí, y de uno monstruoso. El introducirnos en un organismo de la misma manera que lo hace el ermitaño que habita en un caracol y el cancrum, verdaderamente no hay mucha diferencia. Bertha se resistió, y Hécate la confinó a las profundidades del Hades...y de allí no saldrá jamás.

Un frío invierno en el año 1769, marcó la llegada de Lady Verona de Broglie a Versalles. Tenía una tarea sobre sus hombros: ser una de las damas de palacio que acompañaría el séquito que recibiría a la petit autrichiene de María Antonietta. Un matrimonio muy conveniente para ambas partes y auspiciado por la madre de ella, la emperatriz María Teresa I de Austria. Con apenas catorce años, esta joven se prestaba para un último intento de estrechar lazos entre estos dos históricos enemigos. Se habían construido dos pabellones en la frontera franco-austriaca; uno representando a la casa de Austria y el otro a la de Francia. Sería en este último donde Lady Verona de Broglie comenzaría a aplicar todo lo aprendido en Versalles para recibir a la futura delfina. Fue en el mayo de 1770 que la pequeña austriaca llegó a Francia y desde ese momento Verona no se apartaría de su lado, ni aún en los momentos más difíciles. Luego de conocer a su prometido Louis Auguste de France, duque de Berry y futuro Luis XVI, Maria Antonietta y todo el séquito dirigieron sus pasos a Versalles donde lo aceptaría como marido.

Cuando los eventos toman giros inesperados, Hécate provoca situaciones para que de alguna manera, las aguas regresen a sus cauces. El rey, Luis XV, se encontraba muy enfermo: se había contagiado de viruela negra. Hécate necesitaba aprovechar esa oportunidad para que su ofrecimiento fuera perfecto, y con ello, marcar los días de Lady Verona en el almanaque. Entonces ocurrió el contagio. La joven favorita fue aislada en una de las habitaciones de Versalles, casi inaccesible al ojo humano. En esas condiciones, era mucho más fácil cumplir con el destino trazado por la diosa de las encrucijadas. Y entonces fui libre...y casi al instante me presenté en la habitación obscura y pestilente en la que habían confinado a Verona a terminar sus días. Por un instante me permití recorrer mis recuerdos y todavía no encontraba una mujer como la que tenía enfrente. Su belleza había dado paso a un ser que distaba mucho de ser hermoso. Su piel había adquirido el tono color ceniza de los difuntos, los labios que una vez fueron rosados y vivos, ahora tenían el color de la carne putrefacta. La delgadez extrema era lo más parecido a un leproso... La encontré con la mirada almendrada perdida en el infinito, con su cuerpo recostado casi sin fuerzas en una pequeña silla al pie de la única ventana que tenía disponible en la habitación. Lady Verona estaba profundamente conmovida por sus pensamientos, cuando me presenté ante ella en forma de una leve columna de humo espeso color gris. No tuvo miedo, desde pequeña había escuchado que el ángel de la muerte se presentaba ante sus víctimas instantes antes de que el cuerpo se rindiera ante él. Un impulso la llevó levantarse de la silla, abrir sus brazos, cerrar los ojos y dejarse llevar.

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