El hombre de la Torre (escrita por @MarielaSaravia)

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Relato corto reflexivo: "El hombre de la torre"

Por: Mariela Saravia (poeta y novelista)

Desde el universo sobresale un planeta que fue elegido por los dioses y otras especies verdaderamente pensantes, para implantarse con sus civilizaciones y desarrollarse como algo más que una simple raza. Siendo tan pequeño y con exuberantes maravillas, era altamente llamativo para cumplir sus planes. Y si a eso le sumaba que estaba dotado de características mayores que le hicieron ganarse el nombre de planeta tierra, por su impresionante cualidad de engendrar la vida, era aún más sutil el deseo de poseerlo como morada. Pero ahora... esa envidiada porción de la inmensa galaxia no es más que un sencillo pedazo de carbón seco, opaco y sin vida. Donde a lo largo de los años, los subsecuentes habitantes se han ido encerrando en sus propias vidas, como si estas fueran caparazones. Quedándose prisioneros de ellos mismos y sobretodo, olvidándose de lo más importante... perdiendo e incluso hipotecando su valía individual como seres humanos únicos. ¿De qué sirvió que los primeros dioses y especies dejaran su huella y guía estampadas en cada asentamiento, si en determinado momento las ignorarían por dar alimento al monstruo de peor tamaño: "Sus propios egos"?

Imre pertenecía orgullosamente a ese grupo selecto de humanos prisioneros, o lo que podría llamarse popularmente "estancados en su propia vida". Los había aquellos que vivían la vida de otros como si fuera la suya, como era el caso de la anciana de la panadería que vivía presa de su trágico pasado. Amber jamás logró perdonarse la culpa que le removía todo por dentro y mucho menos, superar la muerte de su hijo. A cambio del dolor punzante por una pizca mísera de paz, decidió que cada segundo de su propia vida se lo dedicaría a Ismael como si vivir su propia vida en un cuerpo ajeno, pudiera dotarles a ambos de la maravilla desconocida de estar vivos. Pero aquello era un esfuerzo inútil. Simplemente era como pasarle una mano de pintura diluida, a una pared descascarada. Las heridas siempre estarían ahí y el color no quedaría adherido al concreto como un hermoso lienzo. Sino que daría un descolorido y triste tono que no haría más que recordarle una doble culpa; la de esconderse y la de aparentar. Era como estar repitiendo el mismo trajín, la misma ruta sin lograr avanzar un milímetro. Otros más perseguían un futuro incierto, moviendo piezas del camino como si al transitar por la vida, lo hicieran sobre el tablero de un juego de mesa. Todo esto claro, con un inútil afán por el control.

Imre vivía maldiciendo cada momento que le tocaba vivir, como si aquello fuera una desgraciada penitencia que no había pedido cumplir. A diferencia de la anciana que le remordía su pasado y de los otros a quienes el futuro se les escapaba de los dedos; Imre era preso de su constante presente. Cada segundo que pasaba en su vida se esforzaba por ganarse el título de ser altamente ahorrativo con el tiempo. Cumplía una sofocante rutina diaria, que no hacía más que mantenerlo adormecido, anestesiado por miedo a despertar de la pesadilla e involucrarse a vivir la realidad. Se miraba todas las mañanas en el amplio espejo del dormitorio, y aquello que sentía por dentro se le reflejaba en el exterior. Ya había olvidado quien era y sobretodo cuantos años llevaba luchando contra su propia corriente. Se sentía viejo, incluso las arrugas y el cabello blanco, ya hacían acto de presencia. ¿Cuánto más pensaría vivir así? Si es que a aquello podría llamarlo así: "vivir"

Imre odiaba la navidad y todo lo que involucrase muestras de cariño. Vivía refugiado en la torre del reloj de su propia rutina diaria. Ahí donde nadie podría alcanzarlo para hacerlo cambiar de opinión. Pero esa tarde.... Algo en su vida cambiaría.

Venía saliendo de la oficina, con aquella mirada opacada por la miseria que a cada respiro, le asfixiaba con mayor profundidad. Arrastrando los pies por el húmedo pavimento. Ignorando el reflejo de su cuerpo en cada ventanal, que promocionaba los regalos de navidad. Se sentía cansado, pero sobretodo miserable. ¿Cuánto más le quedaba por vivir y sobretodo por ser el caballero valiente que peleaba cada batalla contra el tiempo? Contra las horas que se hacían cada vez más cortas y la rutina más agobiante. Después de caminar unos cuantos bloques, Imre llegó a casa con la misma ropa vieja y miserable de todos los días. Una camisa de franela a cuadros con olor a repugnancia. Unos pantalones de gabardina en color beige y las botas de cuero enlodadas, tan pesadas y grotescas como cada paso imposible que daba. Se sentó en la mecedora como si de un anciano se tratase, sosteniendo una copa de cognac en su mano temblorosa, mientras perdía su mirada en las llamas sofocantes del fuego en la chimenea, cuando de las cenizas de la madera se formó un cuerpo femenino. Como si aquello representara una ninfa del fuego, de aquel capaz de poner a arder todo mal recuerdo, de quemar toda culpa y asesinar al ego que se empeñaba en ganar. Fue un momento mágico, que Imre se negó a tomar como verdadero.

- Imre...- dijo la mujer con voz melodiosa y etérea. Era una silueta desnuda como la figura esculpida en cemento de una diosa griega. -Conozco todo sobre tu vida; incluso desde allá- exclamó señalando al amplio vacío -Te conocen como el hombre de la torre, y es por eso que me han enviado para salvar tu alma.

- No necesito muestras de caridad y mucho menos si es porque doy lástima.

- El amor no media entre la caridad y menos la lástima. Simplemente sucede solo, crece y sobretodo, se entrega con el placer de compartir y generar sanidad- Imre la miró molesto. Odiaba que se involucraran en su vida y elecciones. Más aún si de una desconocida loca se trataba. -Conozco tu mayor anhelo y esta noche te será cumplido...-

La mujer estiró su mano y a pocos centímetros del rostro de Imre, acarició el aire y se robó un soplo de su respiración. Haciendo que Imre callera dormido en un sueño profundo. El hombre viajó en su mente por lo largo de su joven vida. Incluso comprobó qué fue lo que le llevó a convertirse en su propio prisionero y a envejecer sin haberlo pedido.

El odio que sentía por él mismo, lo llevó a ocultarse del mundo, a buscar control en el tiempo y sobretodo refugio en su amargura, que se fue convirtiendo en una pesada ancianitud. Pero todo aquello, no era más que una necesidad de evitar sentirse fuera de lugar. Se había empeñado en buscar el agrado de los demás, integrándose al grupo de los "embalsamados por la complacencia agena" ¡Cuánto anhelaba amar y recibir amor a cambio! Pero entre más deseaba, menos veía su único sueño cumplido. Hasta que poco a poco el monstruo de su interior cobró vida, y empezó a dominar sus pasos, luego sus elecciones y finalmente se robó lo único importante: "su libertad"

Esa noche del 24 de diciembre, Imre fue liberado de su enfermizo disfraz de vejez. La mujer desnuda que se presentó en el interior de su chimenea, no era más que el alma de aquella mujer que siempre anheló tener a su lado, y con quien deseaba pasar el resto de su vida. Azalea se convirtió en un ángel que guio su alma atormentada, que destruyó la torre del reloj que provocaba tanto afán en Imre, pero sobretodo le ofreció un tesoro invaluable.

Cuando por fin Imre logró despertar de aquel sueño, se miró en un espejo más rejuvenecido. Más libre y ligero, incluso más pleno. Lo extraño era que no sabía porque, tampoco recordaba nada de lo sucedido.

Después de la cena de noche buena y sentados juntos, a los pies del árbol de navidad, Azalea tomó las jóvenes manos de Imre quien la miró con sus ojos brillantes. Le acarició las palmas de las manos y le entregó una diminuta cajita con moño y muy bien envuelta. Imre tomó el obsequio y al abrirlo encontró dentro de él una tarjeta con un corazón rojo dibujado a mano y que extrañamente latía vigorosamente como si fuera humano. Al pie del dibujo decía la siguiente frase: "te entrego mi corazón con derecho a la libertad invidual, a cambio recibo el tuyo bajo la misma condición" Imre sonrió agradecido, y sin comprender nada asintió sonriente. Azalea tomó su rostro entre sus manos y lo besó con dulzura, robándose el corazón de Imre, para que este se dibujara al lado del suyo en la tarjeta.

-El amor verdadero otorga libertad y no posee fecha de caducidad.

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"All you Never Say" de Birdy. Es una canción que posee una letra muy profunda, donde lo que no dices hoy quizas sea tarde decirlo mañana.

-@MarielaSaravia

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