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Tengen carecía de muchas cosas esenciales para la seriedad, pero aquello no lo hacía una persona descuidada o deshonesta. Creía en el trabajo duro, por supuesto, y valoraba el esfuerzo y la valentía de las personas como virtudes. Sólo que era un alma demasiado libre para atarse a las convenciones de un traje y un trabajo de ocho horas como plan de vida perfecto. Nació con esa necesidad de expresarse y sobresalir que al tomar un pincel se volvía una explosión. Nunca se callaba, no era su estilo la sutileza, y sin embargo había cosas que no sabía poner en palabras y para eso estaban los colores, antes que la forma. Ahondaba en la abstracción lírica porque se negaba a la objetividad del realismo. Colores, emociones. Eso era lo que Tengen quería gritar. Extravagancia, inventiva. 

Terminó su carrera en artes con un puesto nada despreciable como profesor en esa academia multidisciplinaria, ocupándose por las mañanas de las clases y por las tardes de sus pinturas, con el tiempo preciso para hacer vida social porque era una criatura de multitudes, nada qué ver con el opaco estereotipo del artista inadaptado que busca la soledad de los cafés y lóbregos callejones para inspirarse. Él encontraba en la gente un núcleo valioso, cada vida le resultaba tan brillante y sobresaliente que no podía evitar desear acercarse si alguien le parecía sobresaliente siendo algo invasivo a veces , quizá demasiado confiado en su carácter animado y su elocuencia. Pero Tengen sentía la vida como algo tan preciado que no podía evitar desear verla desde otros ojos, desde otras personas si éstas eran lo suficiente brillantes. 

Pero esa tarde pudo ver algo que sólo podía llamar milagro. Así de deslumbrante, de perfecto. 

Se acercó a la sala de piano, dispuesto a pedirle a su amigo que le diera un aventón en su auto, ya que se le había hecho más tarde de lo que planeaba y el suyo estaba en el taller ese día. Pero al entrar, antes de abrir la boca, el hombre le recibió con un dedo en los labios, pidiéndole hacer silencio. Levantó una ceja, con duda, mirando hacia el piano en medio de la habitación. 

La espalda recta con cada músculo detenido en su sitio, los hombros tensos y las manos en el aire, los dedos estirados pero inmóviles y los ojos vendados. Los labios entreabiertos murmurando, quizá recordando las notas que estaban frente a su rostro pero le eran negadas a la vista. Y esas rosas perfectamente alineadas en teclas específicas, con las espinas más gruesas que había visto. Debía poner más atención, vio sus dedos gotear sangres y jirones de piel en las espinas de las rosas. Y a pesar de lo palpable que era el dolor, el rictus de miedo en su boca, lo vio suspirar y volver a bajar las manos, intentando no equivocarse en la ejecución. Tengen quizá no pudiera recordar la pieza si volviera a escucharla, la música no era su fuerte. Pero aquella devoción y disciplina sin duda lo cautivaron de una manera que ni siquiera él pudo dimensionar. 

Podía ser que su amigo fuera un profesor estricto, pero supo que la idea de las rosas había sido suya. En un mes tenía su primer recital y estaba comprensiblemente nervioso, por lo que había estado fallando en recordar ciertas notas. Y aunque Zenitsu era por naturaleza nervioso y desconfiado, en realidad era alguien con un espíritu muy persistente. Tengen asintió, intentando no perder de su mente aquella imagen, casi olvidando despedirse de su amigo al entrar a casa, correr a su estudio y tomar, en lugar de las acostumbradas acuarelas, el óleo. Fue su primer retrato, la primer pintura realista que pintaba pero no deseaba compartir con nadie. Era su manera de capturar algo que sacudió su propia alma, aunque no comprendiera enteramente a qué se debía. Se quedó aquella noche con los dedos y el rostro salpicados de tintas, mirando su pintura, recordando la postura estricta de aquél muchacho y la sangre en las rosas. Pero el azar no lo hizo coincidir con su amigo hasta un par de semanas más tarde, en el camino de vuelta a casa una tarde que él volvió a quedarse más tarde de lo acostumbrado.

— Prometo que iremos por esas cervezas en cuanto pase el recital de Zenitsu. Aún ni siquiera he hecho los volantes del evento, pero me encantaría que mucha gente viniera para conocerlo. Tú lo viste, es un muchacho bastante talentoso. 

— ¿Ya tienes aunque sea un bosquejo del volante? Si me prometes un sitio para el evento, yo te puedo hacer los volantes. Tengo algo de material extra y las impresiones para los de pintura son gratis en la academia.

Kyojuro miró con una sonrisa a su amigo, aceptando satisfecho. Si su alumno había sido capaz de , cuando menos intrigar, a alguien como Tengen, sin duda eso significaba que él estaba haciendo un buen trabajo.

ChocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora