Fue amor a primera vista.
Su delgado cabello apenas era una espumilla plateada en su cabeza, sus facciones hinchadas todavía pero de las cuales pudo distinguir los ojos café oscuros que lo miraron de una manera que nunca volvió a experimentar. Le sacudió cada parte con la consciencia quizá demasiado obvia que esa bolita en sus brazos, sujetando su mano con curiosidad tenía en sus venas su sangre.Todas las fotografías del nacimiento de Tenma lo incluían a él llorando, torciendo los labios cuando alguien le pedía cargar al bebé. Era su vida, fue su mayor compromiso y se deshacía porque el niño nunca dejara de sonreír, aunque su madre insistía en que a veces debía dejarlo llorar, pero Tengen simplemente no procesaba esas palabras. Si se desvelaba sólo por verlo dormir en su cuna, ansioso porque despertara, porque fuera la hora de alimentarlo o por llevarlo de paseo en el parque e inflar el pecho ante las personas que murmuraban lo lindo que era el pequeño. Cuando Tenma dio sus primeros pasos el matrimonio ya estaba resintiendo las diferencias entre los adultos, ella quería continuar sus estudios y él ya había tejido una complicada agenda laboral, además que últimamente y por mucho que lo intentaran, sus temas de conversación ya no coincidían en ningún punto que no fuera su hijo y aquello era triste. Ella propuso el divorcio, él no se opuso, sólo haciéndole prometer que no le negaría participar en el crecimiento de Tenma. Y aunque lo más difícil fue acostumbrarse a verlo sólo los fines de semana se las apañó bastante bien, enviándole audios cada noche deseándole dulces sueños, o yendo a cada consulta médica sin falta, pidiéndole videos y fotografías en cada momento importante. Que, a palabras de Tengen, era cada minuto del día, porque para él no existía nada en el mundo que tuviera mayor importancia.
Cómo, si nada, ni la pintura más detallada o brillante o la nota más magistralmente ejecutada podía hacer que su corazón le retumbara de esa manera, tan sólo viendo al niño agitar su mano, saludándolo desde la entrada de la casa, ya con su maleta preparada. Se estacionó, abriendo la puerta trasera, suspirando al extrañar acomodar la sillita, pero Tenma ya tenía cuatro años y había crecido lo suficiente para poder acomodarse en los asientos él solo. Se sorprendió al ver a la mujer tocando la ventana de copiloto, sonriéndole, sujetando la mano de su hijo para que todavía no subiera. La miró con duda pero cerró la puerta, bajando del auto.
— Hola, Tengen. Espero que no estés muy ocupado, hay un tema importante del cual necesito hablarte.
—Seguro— sonrió, intentando no sonar preocupado, agachándose a recoger al niño en brazos, besando sus mejillas—. Hola, cariño ¿Me extrañaste?
Se quedó dando vueltas por la ciudad unas cuantas horas, sin la valentía que necesitaba para volver a casa, pero al final comprendía que no era algo que pudiera evitar más. Suspiró, buscando la llave para entrar, sintiendo los ojos pesados por haber dormido tan poco la noche anterior. Aunque la mañana fue dulce, con Tengen preparándole el desayuno y besando sus cabellos, contándole todos los planes que tenía para el día con su hijo. Le enternecía esa parte del hombre, sin duda.
—Buenos días, Zenitsu.
Se sobresaltó ante la voz del hombre, a quien no había notado sentado en la mesa de jardín, con el servicio de té a un lado. Carraspeó, nervioso, avergonzado.
—Abuelo, lamento haberme ido ayer así.
— ¿Ya desayunaste? Kaigaku te dejó comida en la mesa, se fue al trabajo hace una hora pero me pidió que le avisara cuando volvieras, estaba algo preocupado.
—Sí, gracias. Le mandaré un mensaje.
Jigoro le señaló el asiento a su lado y aunque Zenitsu sentía la cara arderle pidiendo que se fuera cuanto antes para no enfrentar aquella conversación, sabía que ya había sido lo suficiente inmaduro huyendo la noche anterior. Además no lucía molesto, ni decepcionado. Tomó asiento, agradeciendo el té servido y perdiéndose en las flores del jardín. Al abuelo le gustaba la jardinería y era gracias a él que lucía tan nutrido y colorido. Sonrió, viendo el árbol de duraznos en el centro, ya pronto comenzaría a dar frutos y el aroma que daba le relajaba bastante.
—Cuando te traje a casa llorabas por todo. Mirabas todo como si no hubiera nada que no te asustara y simplemente no sabía qué hacer contigo, de qué manera decirte que ya estabas a salvo, que aquí nadie iba a lastimarte. Eras un problema, siempre queriendo escaparte, siempre llorando. Hasta que noté que te calmabas con la música, cuando ponía el radio te quedabas quieto, callado. Sólo así lograba que te durmieras. No fue para mí una sorpresa que fueras tan buen pianista, yo te veía amarrar piedras y ramas rotas para hacerlas sonar como si fueran un instrumento, todo el tiempo estabas golpeando la mesa mientras comías, o con los pies en la sala. Es cierto que fue difícil criarte, pero tampoco fue imposible ¿No es verdad? Mira la persona en que te has convertido. Mucha gente me cuestionaba haberlos traído, a ti y a Kaigaku conmigo, porque soy un anciano, porque me falta una pierna, yo necesitaba que me cuidaran, no estaba para cuidar de otros. Pero si alguien me pregunta, tenerlos a ustedes es mi mayor alegría y orgullo, Zenitsu. Se han vuelto personas independientes, sobresalientes y amables. Al menos tú.
—Kaigaku también lo es. Sólo que le cuesta mostrarlo abiertamente.
—Sí, tienes razón. De cualquier modo, haberlos criado es algo de lo que no podría arrepentirme jamás. He aprendido más con ustedes que con nadie, no todo ha sido dulce y alegre, pero cada enseñanza ha valido la pena. Entre ellas, la que más me ha costado entender es que no siempre voy a poder cuidar de ustedes y que muchas de sus decisiones serán equivocadas pero no puedo evitarlas. Mi deber quedó en educarlos para hacerse cargo de sus errores y seguir adelante, no evitar decidir por miedo a equivocarse. No creo que seas un mal pianista, hijo, no creo que seas una persona mediocre. Yo creo, no. Yo sé que tienes más talento en un sólo dedo tuyo que todos los artistas que escuchas juntos. Pero también creo que el mundo es un lugar difícil y no voy a estar siempre para ayudarte. No quiero que dejes tus sueños, nunca, pero tampoco quiero que vivas de ellos.
—Agradezco que te preocupes por mí, abuelo. Y también agradezco todo lo que has hecho por mí, no podría pagarte jamás por ello. Puede que me equivoque, pero si algo me has enseñado es que nunca es tarde para volver a levantarse. Si las cosas no salen como planeo, te prometo que no me quedaré llorando avergonzado por fracasar, me levantaré para seguir adelante. Es lo menos que puedo hacer, abuelo. No tengas miedo por mí, hiciste un buen trabajo al enseñarnos a valorar el trabajo y el esfuerzo así que no tengo miedo a no lograrlo.
— ¿Dónde dejaste a ese niño que lloraba hasta por lavarse las manos, Zenitsu?
—Tú lo volviste un adulto, Jigoro. Uno capaz de reconocer sus errores, así que...Lamento haberme portado de esa manera ayer. No debí salir de esa manera sin dar explicaciones y tan tarde, no quería que se preocuparan.
—Kaigaku le llamó a Tanjiro, pensó que te habías quedado con él, cuando dijo que no, llamamos al profesor Rengoku, dijo que estabas en una fiesta con él y otro amigo, nos aseguró que estabas en buenas manos.
—Bueno—el sonrojo le adornó las mejillas, sin disolverse tras el té caliente en su garganta y en su lugar dando paso a una sonrisa sincera—. Quizá amigo no sea la palabra adecuada. Abuelo ¿Recuerdas que te he hablado de Tengen, el pintor? Estamos saliendo.
El adulto pestañeó, asimilando las palabras, antes de comenzar una cascada de preguntas.
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Chocolate
FanfictionZenitsu aprendió a comunicarse a través de la música desde muy temprana edad , intentando compartir las cosas que siente a través del piano. Tengen es profesor de pintura en la academia donde toma clases de piano. El amor de ambos por el arte les...