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Gustabo estaba harto, todo ese trabajo de policía encubierto lo tenía hasta la polla. Extrañaba aquellos días de diversión donde no existían responsabilidades, donde podía salir a la calle con tranquilidad, ir de fiesta y golpear sin motivos a cualquier desgraciado que se cruzara en su camino. Matar a alguien... Sin repercusiones.

Horacio, había perdido a Horacio también. Ya no podía darle órdenes sin que este rechistara, en cambio ahora sabía en qué momento debía elevar la voz.

"¿Me estás manipulando?"

Su vida su desmoronaba poco a poco y todo eso gracias al maldito de Conway.

— Quiero matarlo.

Las frías palabras hicieron eco en aquella pequeña habitación. En sus ojos se veía reflejada la furia y el deseo de sangre. Anhelaba tanto tener la cabeza del viejo en sus manos... Pero no podía, sin Horacio no. Lo necesitaba de vuelta, quería a su amigo, a su hermano de vuelta y lo conseguiría a cualquier costo.

— ¡Gustabo! Estoy de vuelta —se escuchaba en la entrada.

La voz de Horacio lo sacó de su ensimismamiento, respiró hondo y salió de la habitación a pasos lentos.

— ¿En dónde estabas? —inquirió.

— Te dije que haría las compras ¿No me escuchaste? —dijo entrando a la cocina— Puedo prepararte algo de cenar, dime ¿qué quieres?

Gustabo se acercó a la barra de la cocina, suspiró mientras veía a Horacio dejar las compras en la mesa. 

— No tengo hambre —bufó sin perderlo de vista— creo que saldré a tomar aire fresco.

— ¿Quieres compañía? —dijo evitando la mirada de Gustabo, había algo en sus ojos que... Le aterraba.

— No, necesito pensar —musitó. Tomó las llaves del Audi que estaban en la barra, se encaminó a la puerta principal y cerró tras de sí suavemente.

Horacio se quedó en silencio, siguió acomodando las compras mientras pensaba que haría de cenar, hacía mucho que no preparaba algo bueno.

Afuera el clima era frío, la suave brisa arrastraba consigo la basura de las calles. Al parecer los basureros no hacía bien su trabajo.

— Son unos inútiles, debería encerrarlos a todos —dijo encendiendo un cigarrillo y dando una profunda calada.

Cruzó la calle hasta el garaje mientras buscaba con la mirada aquel auto amarillo, y ahí estaba, sucio, daba asco.

— Hace tiempo que no limpio el coche —entró en él y se recostó en el asiento del conductor. Dirigió la mirada al edificio de donde venía y cerró los ojos—, por lo menos tenemos donde dormir, aunque el alquiler es completamente mi responsabilidad— encendió el auto y le dió una última calada al cigarro para, posteriormente, lanzarlo por la puerta que se encontraba aún abierta. La cerró de golpe y procedió a mover el auto— la idea no termina de gustarme.

No tenía un destino claro, tan solo conduciría por la ciudad hasta que la gasolina se agotara. Quizás pasaría a al badulake por algo de café y después iría a la playa a caminar descalzo sobre la arena, o también podría entrar se servicio e ir de paisano y atrapar a alguien para poder desquitarse con él.

— Da igual —musitó.

Después de unos minutos conduciendo llegó al badulake. Estacionó y salió del auto. Se acomodó la dichosa gorra militar y la deslumbrante chamarra roja. Su outfit favorito.

Se acercó a la entrada y saludó sin ganas pero con respeto al guardia de seguridad que se encontraba ahí. Entró directamente a la máquina expendedora de café y para su mala suerte, ésta estaba fuera de servicio.

Estaba a punto de reclamarle al sujeto que estaba detrás del mostrador, cuando su móvil vibró ¿Quién podría ser? Lo sacó del bolsillo de su pantalón y fue directo a los mensajes pero ¡Oh! Vaya sorpresa, llevaba consigo el móvil de Horacio ¿En qué momento había tomado el teléfono equivocado?

— Joder.

Aprovechando la oportunidad, revisó uno a uno cada mensaje, tampoco había mucho por leer, sin embargo, sus ojos brillaron cuando llegó a un contacto.

Papá.

Los mensajes que tenía era de la última vez que fueron secuestrados por esa mafia. De repente recordó aquella horrible escena del cuerpo de Torrente lleno de agujeros y sangre, a Horacio sollozando. Pobre de él, pobre de ambos, ninguno tendría por qué haber pasado por una situación así. Aunque, no recordaba haberle dado consuelo a Conway, tampoco el día del funeral.

Sus dedos se movieron rápidamente por el teclado del móvil y tan pronto como el mensaje se envió, así recibió una respuesta.

Papá, estás?

Qué quieres?

Podemos hablar? Iré solo

No tengo tiempo para gilipolleces, de qué se trata?

Por favor, es importante

Bien

Puedes mandar ubicación? No recuerdo dónde vives

Dame cinco minutos

Ok
Te kiero
(K)

— Vale, creo que voy a llevarle un regalo para compensar la mentira —dijo para sí guardando el móvil en el bolsillo.

Salió del lugar con una bolsa de papel en la mano y una cajetilla de cigarros en la otra, se acercó al auto y entró en él. Dejó la bolsa en el asiento del copiloto y se recostó en el asiento. De pronto el móvil vibró, era un mensaje de Conway con la ubicación.

— Bien, veamos que sucede.

Insane [Intenabo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora