Gotitas de miel | L.S. (omegaverse)

Diez: Ellos

Jamie ya había tenido su primer celo.

La siguiente semana del cumpleaños número quince de los gemelos, Jamie comenzó con los sudores y el malestar habitual del celo. Se encerró en su habitación por tres días como era debido y pedido, ya que es recomendable pasar los primeros calores solos; era el desarrollo y la unión de su omega y su ser, para formar uno mismo, era la naturaleza llamándolo a crecer como un omega, como un lobo.

De todas maneras, no fue fácil. Jamie lloró y gimoteó, su madre lo mantuvo hidratado y al tanto de la preocupación de ella y de su padre; Gemma pasó todos esos días en su casa, sin poder hacer nada. Llegados a este punto, todos sabían que ella era su alfa. Pero debía esperar el tiempo necesario para que el celo de Jamie se regule y para que él lo invite a pasar su celo juntos. Cuestión de protocolos que se dieron en el momento indicado.

Louis no ha tenido ningún celo aún.

Y estaba asustado. Estaban a poco de cumplir dieciséis años y él aún no presentaba ningún síntoma de estar cerca a tener uno. Jamie ya tenía todo en orden, sus celos se habían regulado y los siguientes los pasaría con Gemma, en un acuerdo consensuado y anhelado por ambos. Lo cual lo hacía deshacerse en nervios. Era bien sabido que retrasos en los calores era sinónimo de infertilidad. Y eso no lo dejaba dormir por las noches. Ningún alfa con sentido común, quiere a un omega infértil.

Su madre y él habían ido a varios médicos, le recetaban supresores porque debía comenzar a tomarlos pero siempre al final decían lo mismo: que suele suceder, que no hay que perder las esperanzas, que no hay que desesperarse, que puede tomar tiempo, que no se estrese. Y sí, él hubiera creído todo eso, si ellos no hubieran dicho todas esas cosas con una cara y una voz que solo gritaban "lo siento."

Harry ya había tenido su celo también.

Un día caminando de la escuela a casa, todo Harry ardía, desde el agarre en sus manos hasta sus sonrosadas mejillas, lo cual no hubiera sido inusual si no hubieran estado en invierno. Ese día Hazz se encerró en su habitación veinticuatro horas. Luego cuando lo vió de nuevo, llegó con la noticia de que había sido su primer calor, eso Lou ya lo sabía desde que entró en su rango de olor. Ya no olía como antes, ya olía fuerte y varonil. Olía a sal y vinagre pura y picante.

Y con ese suceso todos los días lo atormentaban, sólo faltaba él.

Él sabía que Harry era otro tipo de alfa y que jamás lo despreciaría, pero no podía con el pensamiento de algún día no poder dar y dejar descendencia. No cabía en su mente que su propósito en la vida como omega, tal vez, no se llevaría a cabo.

A veces lloraba un poquito rogándole a su omega que por favor no le haga esto, que necesita del equilibrio natural para seguir. Pero su omega también aullaba clamando por la unión de la naturaleza y de su ser. No era culpa de ninguno de los dos, era solo el destino haciendo de la suyas.

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Harry organizó un viaje con Louis para su cumpleaños número dieciséis, para ellos dos juntos.

Fue bien recibido con una sorpresa enorme porque Lou nunca se imaginó que Hazz estaba organizando algo así, habían sido días en los que no intuyó jamás que ocultaba algo o que hacía algo raro. Pero así había sido, entre escapadas y permisos fugaces había llevado a cabo todas las preparaciones.

En principio, hubo dudas. Su madre no quería dejarlo y Johannah no daba el consentimiento. Después de semanas y semanas de rogar todos los días a su madre y a su tía cuando Louis no estaba cerca, le dieron la señal verde para que continúe con su plan.

Así que organizó una bonita cena en el jardín del patio trasero de la casa de Louis, con velas y jugo de uva, con una sonrisa acompañada de hoyuelos y una disculpa por entregar este elaborado regalo de cumpleaños atrasado, Harry le dijo a Louis que lo llevaría dos días de viaje a un pueblito mágico que quedaba a unos kilómetros más allá de la ciudad.