El Amor que Uno no Decide, pero es Real.
Rubius comenzaba a odiar su vida con todas sus fuerzas, no quería seguir sintiéndose tan mediocre y bueno para nada incluso estando en su casa de madera junto a su novia Nieves, con quien llevaba emparejado hace más de cinco años, sin embargo, desde el año pasado, cuando él y la pelirroja habían decidido irse a vivir juntos en las espesuras del bosque de Karmaland, Nieves de pronto dejó de ser la dulce y amable chica de siempre; ahora obligaba a Rubius a hacer de todo, lo insultaba y denigraba cada vez que el albino chico mitad oso hacía algo mal. ¿Dónde había quedado la chica que él había querido tanto? ¿Dónde estaba la dulce mujer que había cautivado el corazón del osito del pueblo? Ella, ya no era.
Un día, el albino no pudo más con tanto maltrato y explotó.
-¡Ya está! Nieves, no puedo más con esto. ¡Me voy!
Rubius esperaba que la chica se retractara de todo lo antes dicho, le pidiera perdón e hicieran las pases, sin embargo... no fue así.
-¡Pues vete! ¡Vete y no vuelvas, que en poco tiempo me consigo un nuevo novio!
Al híbrido esas palabras le llegaron al estómago, como si de una patada se hubiera tratado. ¿Qué había hecho mal? Sin mediar ni una sola palabra más con la fría mujer frente a él, Rubius tomó algunas de sus pertenencias y, abriendo la puerta de la casa, sin mirar atrás, dijo la última frase que le dirigiría a la chica que, creía, era la indicada para ser su compañera de vida.
-Eres tan fría como cuando te conocí. Te salvé de tu forma de muñeco de nieve y tu ego se fue por las nubes al ser tan bonita. Espero que el karma te llegue pronto, y dejes de ser tan altanera. Porque solo tienes una cara linda, pero por dentro eres horrible. Adiós para siempre, Nieves.
Y dando un portazo, Rubius emprendió su camino de vuelta de donde había salido para vivir en armonía con su ex-novia: el pueblo de Karmaland, pequeño, inseguro y siempre con algún monstruo merodeando cerca. Suspiró con fuerza y caminó por largas horas, agradeciendo que aún no fuera de noche, pues solo había guardado comida, su saco de dormir y madera para hacerse un refugio en caso de que fuese necesario; no trajo espada, ni escudo, ni armadura. Solo era él, solo y triste en medio del atardecer, que ya anunciaba la peligrosa noche. Comenzó a notar, entonces, que ya no estaba triste, y ni siquiera había sentido dolor al separarse de Nieves; sentía enojo por haber sido pasado a llevar con tanta facilidad, pero ni una sola lágrima quería salir de sus ojos para demostrarse a sí mismo que la separación de la pelirroja de ojos azules le dolía de verdad. ¿Acaso no la quería tanto como creyó todos esos años? ¿Acaso solo estaba con ella por comodidad, luego de tanto tiempo juntos? ¿Acaso ella no era por quien su corazón clamaba? Confundido y molesto consigo mismo, Rubén Doblas siguió su camino en medio de un cielo ya violeta por el inminente anochecer.
Cuando ya estaban apareciendo las primeras estrellas en el oscuro manto sobre su cabeza, divisó una construcción en los cielos, aquella que le traía tantos recuerdos agridulces... Dejó que una sonrisa triste le brotara de los labios, mientras admiraba la inmensa edificación flotante frente a sus ojos, rememorando tantos momentos que pasó en ese gigantesco lugar, cuando una voz lo sacó de su ensoñación.
-¿Doblas? ¿Eres tú?
El aludido, al reconocer la voz, e ignorando el brinco que había dado su corazón, se volteó para admirar esos brillantes ojos morados que había extrañado tanto... pero que jamás aceptó. Sin siquiera notarlo, su triste sonrisa ahora brillaba de alegría.
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