Capítulo 1

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Mini-maratón 1/2 :D


1 - EL SÁNDWICH DE LA DISCORDIA

(All 'cause of you - The 88)

Unos días más tarde

Dios mío, odiaba a la gente.

Bueeeeno... quizá no odiaba a toda la gente. Solo a un preocupante gran número de ella.

Y, pese a que lo que más me apetecía era quedarme a dormir en casa... tenía que trabajar.

Trabajaba de camarera en una cafetería por las tardes todos los días menos los sábados y domingos. Y la verdad es que, aunque al principio me había resultado un poco complicado adaptarme al ritmo, ahora me gustaba bastante.

Mi jefa, la señora Myers —sí, ya le habían hecho muchos chistes con el pobre Michael Myers y sí, los odiaba todos—, era un poco estricta, pero muy simpática cuando se daba cuenta de que eras de confianza.

No podía decir lo mismo de los camareros. Como a los nuevos les cambiaban los turnos continuamente y yo era la única que llevaba ahí más de un año, la verdad es que no había llegado a intimar bastante con ninguno.

Lisa se había obsesionado con intentar juntarme con uno de ellos durante un mes entero, pero la cosa no funcionó porque cuando el pobre chico me vio la cara de amargura perenne... bueno, se fue corriendo.

¿Podía culparlo? Yo creo que no.

Bueno, no todo era malo, ¡había adquirido una técnica casi maestra a la hora de preparar cafés de todo tipo!

Oh, y el cocinero, Johnny, era un cielo. Al principio me había dado un poco de miedo porque era un gigante —es decir, casi dos metros de músculo puro y duro—, repleto de tatuajes, con barba y el pelo largos y grises, y una permanente bandana en la cabeza.

Sinceramente, parecía sacado de una película de motoristas de los ochenta.

Puse una mueca al pensar en cómo empezaría a babear mi madre si lo viera.

Pero Johnny no era lo que aparentaba. Y te dabas cuenta en cuanto se ponía a escuchar a todo volumen a las Spice Girls y a Britney Spears mientras cocinaba, cantándolo a todo pulmón y haciendo que los clientes lo juzgaran en silencio.

Hacía las mejores hamburguesas del mundo, eso sí.

Ese día llegué con el humor un poco decaído porque no había dormido muy bien. Quizá parte de la culpa era de Zaida y su nuevo novio. O más bien del ruido que hacía el cabecero de su cama contra mi maldita pared.

Le había pedido mil veces que pusiera su estúpida camita contra la otra pared, pero esa chica tenía una obsesión con poner a prueba mis instintos asesinos.

Mi humor mejoró cuando entré por la puerta trasera y vi que Johnny acababa de llegar y se ajustaba el delantal felizmente. Ese hombre siempre me ponía de buen humor.

—Hola, encanto —me saludó con su sonrisa de oreja.

—¿Cómo te fue la cita de anoche? —le dediqué una sonrisita significativa.

—Bueno, la cita fue mal —puso una mueca—. Pero luego fui a un bar y conocí a una muchacha bastante más simpática.

Para él muchacha era equivalente a una mujer de cincuenta años.

—Ya decía yo que te veía muy sonriente —bromeé.

Johnny, un señor de cincuenta años, tenía más vida social y amorosa que yo, que tenía veinte.

Tardes de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora