Capítulo 5

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5 - UN CAPULLO MUY ENGREÍDO


(Volcans - Buhos)


Estiré el cuello de un lado a otro con los auriculares puestos y la música sonando. Era una canción rítmica, animada... perfecta.

Hacía años que no iba a hacer ejercicio a un gimnasio... y sin embargo ahí estaba, plantada en medio de uno con cara de estar perdida.

¿Era cosa mía o todo el mundo era musculoso y perfecto a mi alrededor? ¿Cuántas horas al día venía esta gente? ¿Es que estaban locos?

Intenté no mirarlos mucho para no sentirme fuera de lugar y busqué algún sitio poco transitado en el que ponerme. Al final, la mejor opción fueron las cintas de correr. Principalmente porque casi estaban vacías, sí.

Me subí a una de ellas y, tras unos segundos dudando, pulsé el botoncito adecuado y la cinta empezó a moverse, y yo a correr.

La pregunta que os estaréis haciendo es... ¿qué hacía la pobre Marita en un gimnasio?

Bueno, pues había vuelto a tener pesadillas. Cada vez más intensas. En una de ellas, incluso, mi compañera de piso Zaida había entrado en mi habitación pensando que me pasaba algo malo por los sonidos de golpes. Era yo misma golpeando la cama como si alguien intentara ahogarme contra ella y yo quisiera apartarme.

Sí, era bastante desagradable. Apenas podía dormir más de dos horas diarias. O, al menos, durante esos últimos seis días. Y la doctora Jenkins me había dado dos opciones: o ejercitaba un poco y me tomaba en serio los ejercicios de relajación que me había enseñado, o me recetaría algo.

Y opté por la primera.

Aiden, curiosamente, no había insistido mucho en hablarme durante esa semana.

Ni siquiera después de... ejem... bueno...

Eso.

Sí, eso. Exacto.

¿Debería sentirme bien con que no me hablara? Porque no lo hacía. De hecho, varias veces me encontré a mí misma mirando el móvil con los labios apretados por la curiosidad.

¿Has pensado en hablarle tú?

¿Eh?

No sé, es una opción.

P-pero... es decir... yo no quería hablar con él. Para nada. No lo necesitaba.

Y, aún así, bajé la velocidad de la cinta hasta que solo tuve que andar y saqué el móvil para mirar su contacto, dubitativa.

A ver... un mensaje no haría daño a nadie, ¿no?

Claro que no, ¡mándaselo!

Pero... ¿y si le molestaba?

Le molesta más tu indiferencia, créeme.

¿Y si se creía que era una pesada?

Yo sí que creo que eres una pesada. ¡Mándaselo ya!

Puse una mueca y empecé a teclear. Borré el mensaje dos veces antes de quedarme satisfecha con el resultado y enviarlo.

Mara: Estoy viendo a muchos musculitos sudorosos a mi alrededor y he pensado en ti.

Eso es, discreta.

Esperé un poco a que respondiera, pero no lo hizo. Seguramente estaba entrenando.

Justo cuando iba a esconder el móvil, noté que me vibraba en la mano y bajé la mirada muchísimo más rápido de lo que me gustaría admitir delante de nadie.

Tardes de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora