Chiara
—Los demonios buenos no existen, no tenemos elección, no podemos elegir bando por nosotros mismos —dijo firme una voz masculina que se escuchaba lejana. A lo mejor se encontraba entre una de las últimas grupos columnas y estuviera entre los defensores o atacantes.
—¿Alguien más quiere dar su opinión? —Preguntó el encargado de la clase de hoy. En un gesto nervioso llevó una de sus manos a sus hebras onduladas pelinegras para desordenarlo. Su piel bronceada parecía cada día más morena.
Todos susurraban, pero aquellos susurros no eran para responder aquella pregunta. Ellos me juzgan, como lo hacían todos los días. Para ellos siempre seré la simple demonio que no tiene poderes. Mi mirada se deslizó a mis uñas.
«¿Alguien más quiere hacer el ridículo con su compañero? ». Pensé mientras evitaba ver el campo de entrenamiento, en donde todos se separaban por divisiones y yo era la única que estaba sentada en una de las bancas. Me mordí la lengua para no soltar aquel pensamiento en voz alta.
Levanté la mirada de mis uñas para observar a las cuatro columnas, o mejor dicho, divisiones: Ataque, defensa... Ni siquiera sé cuáles eran las otras dos restantes. No me interesa. No me interesa su forma de pensar, sus clasificaciones. No me interesa nada que tenga que ver con ellos. Nunca me ha interesado.
Sin darme cuenta, mis pies ya se estaban moviendo hacia la puerta. Me hubiera marchado con éxito si mi ''maestro'' no me hubiera detenido.
—¿Adónde vas con tanta prisa, Chiara? —Dijo elevando la voz más de lo necesario. Me giré sobre mi propio eje para mirarlo a los ojos. ¿De verdad le interesaba hacia adónde me dirigía?
Ni me voy a molestar en responder a su estúpida pregunta y creo que mi silencio le ha molestado más.
—Te he preguntado algo, Chiara —dijo de forma brusca esta vez—. Estoy esperando a que respondas.
—A casa —dije de lo más calmada y me regaló una mirada verdosa llena de confusión.
—¿Perdón?
—Me voy a casa —repetí y todos se rieron. Todos, menos nosotros dos que aún manteníamos nuestros semblantes serios.
Mi maestro avanzó en el campo hasta llegar a mi manteniendo unos metros de distancia. Quiso decir algo, pero luego cerró la boca. Espero que su gran bocota se quede cerrada, siempre vive diciendo cosas sin coherencias.
—No puedes irte —dijo al fin—, te necesitamos aquí.
A veces me pregunto si solo sabe abrir la boca para dar órdenes, repetir las reglas y la más importante: para hablar mierda sin sentido.
—Te necesitamos aquí —repetí sus palabras con cierta amargura—. Usted muy bien sabe que no soy de mucha ayuda sentada allí —levanté mi brazo para señalar al lugar en donde me encontraba hace algunos minutos—, sin hacer nada.
Silencio. Todos me observaban en silencio, sorprendidos por decir la verdad que nadie se atrevía a decir en voz alta.
A veces quisiera ser igual a ellos: sin preocuparme por nada, decir las cosas antes de pensarlas, solo usar mi cabeza en combates, ser una idiota muy hipócrita, ir al mundo mortal para causar problemas o caos con mis poderes y siempre estar dispuesta a hacer una travesura más estúpida que la otra anterior. Al menos yo los veo de esa forma. Pero, ¡sorpresa! Yo he nacido con cerebro.
—En fin, ¿hay algún problema con que me vaya a casa temprano? —Le pregunté.
—No, puedes irte a casa tranquila.
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Deadly
FantasyChiara Hansen, siempre tuvo miedo de no descubrir su verdadera identidad. Siempre lo tuvo pero, nadie notaba aquel miedo que cada vez la hacía insegura de sí misma. Siempre entrenaba para descubrir sus poderes, siempre entrenaba para ser la mejor...