Capítulo 7: Respirar.

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Abril.

Llevo horas despierta.

Me quedo inmóvil debajo de las sabanas intentando conciliar un sueño que sé que no quiere ser conciliado.

Tengo la mente completamente en blanco.

No tengo más recuerdos, no tengo más lágrimas que llorar después de estos fatídicos quince días.

Todo lo que hago es ir de mi habitación hasta la cocina y volver.

Ni siquiera veo tele.

Sebastián está comenzando a perder los nervios conmigo.

Al principio, lo entendió. Me cuidó día y noche la primera semana después de la llamada. Me cocinó, me hizo bromas, me compuso mil y un cancioncitas ñoñas y hasta mudó su colchón conmigo para no dejarme sola ni un segundo.

Pero él pensaba que yo iba a mejorar, y lo mejor nunca llegó.

Así que con el correr de los días, se fue cansando. Sólo me servía comida si yo se lo pedía y volvió a dormir en su habitación como siempre.

Me quedé sola de nuevo.

Sola como merecía estarlo.

Pero ya pasaron quince días. Y ya no soy aquel manojo de emociones que era.

Ahora parece que soy inmune a todo. Lo que por supuesto, no es mejor.

Una cálida mano me toca el hombro y me giro para encontrarme con el rostro amigable de Sebastián.

—Tomá —me dice, dándome una taza de café que por lo que veo está cargadísimo —arriba, vamos.

Reniego de él pero al final le hago caso, sacándole una media sonrisa.

Caminamos en silencio hasta la cocina.

— ¿Cómo estás? —pregunta, sin aplicar anestesia.

Titubeo antes de contestar.

—Sin más —respondo, dándole un trago prolongado al café.

—Natalia, sabés que no podés pasarte toda la vida llorando —me reprocha.

Tiene razón.

—Lo sé —digo de mala gana, dejando la taza por algún lado de la cocina.

—Lo sabés pero todavía te escucho llorar cada noche... —susurra casi para sí mismo.

Sé por qué lo hace, no pretende lastimarme, pero la herida sangra, sangra y vuelve a sangrar.

—Ya, lo siento —rasco mi nuca con culpa —lo mismo debería buscar otro piso...

Desde la más absoluta tranquilidad, Sebastián me da un golpe en el brazo.

—Auch —me quejo — ¿qué?

—No digas estupideces, Natalia.

—Estarías mejor sin mí —me encojo de hombros restándole importancia, como si realmente no me importara —soy un muerto vivo, no es sano que te haga pasar por mí dolor.

Por un momento no dice nada. Al final creo que sí va a aceptar mi propuesta. Termino el café en silencio y lavo mi taza sin mirarlo. Cuando me giro para volver a mi habitación, dado la conversación por terminada definitivamente, Sebastián habla.

—Sos una muerta en vida —dice, y yo me giro para ver cómo asiente lentamente con la cabeza. Está apoyado en la mesada y me mira fijamente a los ojos tan intensamente, que esquivo su mirada —sos insoportable, tu llanto no me deja dormir a la noche, y sé que posiblemente esta sea solo la punta del iceberg, y que no te vas a sanar de un día para el otro, que vas a escribir una y mil canciones sobre desamor y corazones rotos, pero —hace una pausa, solo para acercarse a mí, y ya no puedo esquivar su intensa mirada —sos mi amiga, y los amigos están en las buenas, en las malas, y en las peores, y con la misma certeza que sé que sos una muerta viva ahora mismo, también sé que cuando salgas de esta vas a ser la persona iluminada que sos siempre, la persona que eras cuando te conocí.

Sus palabras me dejan sin aliento. Lo miro desconcertada y al segundo siguiente, estoy abrazada a él con todas mis fuerzas. Tambalea un poco antes de envolverme en sus cálidos brazos. Ahora mismo, no conozco otra definición de "hogar" que no sea esta.

—Gracias por esto, Sebastián, en serio no sé cómo...

—Natalia —dice mirándome de nuevo —adoro a Alba, lo sabes. Casi tanto como te adoro a vos, las amo juntas y separadas, y odio que todo esto sea así de cruel para las dos, para todo el mundo —la sola mención de su nombre, hace que dos lágrimas salten de mis ojos, pero mi amigo me las limpia rápidamente y continúa sin inmutarse —pero ustedes son más fuertes que todo esto, la Natalia que conozco se pone de pie una y mil veces y sigue, y la Alba que conozco hace lo mismo, ustedes son increíbles, incluso separadas, y no necesitan de nadie para estar bien, ¿entendés? Y si algún día, el destino, el universo, Dios o lo que sea, deciden volverlas a unir, será genial, pero sino, sé que van a poder superar esto, y seguir adelante, porque así son ustedes, mujeres fuertes, y libres.

Por primera vez en semanas, siento que puedo.

No siento que no duele, no siento alivio, ni me siento inmune al dolor como hace media hora.

No.

Por supuesto que duele, por supuesto que la extraño, por supuesto que desearía que nada de esto hubiera resultado así.

Me refiero a que por primera vez siento que esto no me va a matar, que aunque la ame con todas mis fuerzas, que nuestro amor termine no significa que tenga que vivir una vida triste y entre canciones de desamor.

Sacar lo bueno de una ruptura es algo que estaba acostumbrada a hacer sobre todo porque siempre era yo la que rompía con la gente. Y esta es otra de las tantas cosas que fue diferente esta vez, esta ruptura fue demasiado pronto y ninguna de las dos estaba preparada, así que las palabras de Sebastián me traen a la mente a la Natalia que en un momento se hubiera dicho a sí misma:

"Levanta, coge aire y vuelve a salir"

el amor después del amor | albaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora