• Prólogo, Parte 2: La Tierra •

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Un día como cualquier otro, un chico introvertido y reservado.

¿Qué podría salir mal?

Oh, todo.

Nada más despertar, siente un dolor punzante en el cuello.

"Demonios, no de nuevo."

Pensó el chico.

Pues claro, éste nunca dormía bien, y cuando lograba dormir, pues... Uh, bueno, despertaba con sus dolores e inconvenientes.

Su horario listo estaba a lado de su desayuno, como siempre. Pero, oh, pequeño detalle... Le cambiaron de instituto.

"Genial, como si no fuera suficiente con cambiarme de país."

Pues, claro, aquel chico no era de ése país, su padre, un hombre de carácter fuerte e incorregible, había decidido viajar y cambiar de hogar desde que su esposa y madre del chico falleció.

"Lo hago por el bien de Lucas." se decía a sí mismo, aún sabiendo que en el fondo, lo hacía más por sí mismo que por su propio hijo. Pues aquel instinto paternal, nunca estuvo ahí.

Así fue como aquel chico, terminó sin madre, e inconscientemente, sin padre.

Al terminar su desayuno, sin compañía de su padre -como todas las demás veces- terminó de arreglar sus cosas para poder ir a su nuevo instituto.

Claro que aquel chico no tenía en cuenta que estaba llegando tarde, tal y como cierta chica que vivía a lado del instituto y en aquellos momentos se encontraba corriendo por su habitación preparando todo.

Al llegar y finalmente darse cuenta de que iba tarde, una pequeña figura a la que éste le sobrepasaba en altura por una cabeza, chocó con él.

"¡¿Pero qué?!"

Se preguntó mentalmente al ver cómo aquella chica caía por el impacto y al levantarse apenas lo miró, se disculpó y salió corriendo otra vez.

Y, oh vaya que ése chico lamentaba tanto como agradecía haber visto justo sus ojos, unos ojos cielo que le brindaron paz y calor, una paz y un calor que éste no sentía desde la pérdida de su madre. Unos ojos que le brindaron todo lo que le empezó a faltar desde hace tan solo 2 años.

Claro se habían quedado impregnados aquellos ojos en alguna parte de su memoria, que a veces hacía que éstos aparezcan en sus sueños, que a veces le daban alegría a sus fríos días.

Pero no tenía en mente olvidarla ni a ella ni a sus ojos, ni aquella sensación.

Pues, aunque les hayan puesto en salones distintos, por alguna razón coincidían de vez en cuando, dándole más vida a sus recuerdos de sus ojos, sin aún darle un rostro porque aquella chica, vaya que era escurridiza.

Y aunque aquella chica no le haya dejado a él verla con detenimiento, tampoco se dio el lujo de verlo con detenimiento a él, pero por alguna extraña razón, un día después de uno de sus varios choques, ella no dejaba de soñar con unos verdes ojos, penetrantes y reservados, que le daban escalofríos, pero que a su vez, le reconfortaban.

Entonces fue que aquella chica comparó aquellos ojos con la tierra, con su rutinario aburrimiento, pero a veces reconfortante sensación de estar en donde debes de estar.

Curioso que no se haya dado que tanto esas esmeraldas se complementaban con sus zafiros.

Que esa tierra complementaba su cielo.

Y que aunque sean inalcanzables, hay ciertos desastres que los hacen unirse, finalmente.

"¿Y qué me dices, de un huracán? ¿Uh? Ya sabes, el huracán suele unir tierra y cielo, ¿no? ¿Qué si a ustedes aún no se les presenta aquel huracán?"

Y con aquella frase, empezó todo.

Vaya error haber forzado aquel huracán, después de todo, tal vez ese no era su huracán.

Como Cielo Y TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora