Capítulo IV - La pastelería en Bell Yard

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¡Escucha! La iglesia de St. Dunstan proclama jubilosa la llegada de las doce del mediodía; apenas repican las campanadas cuyo eco vuela disipándose por todo el vecindario, y justo el reloj de Lincoln's Inn termina de anunciar esa misma hora, cuando Bell Yard, en Temple Bar, es protagonista del escenario de una conmoción.

¡Qué correteo de pies arriba y abajo!, ¡qué alboroto de risas y habladurías!, ¡cuántos empujones para ser el primero!, ¡y cuán ingente es el catálogo de maniobras al que recurren algunos con tal de distanciarse los unos de los otros!

Muchas de las personas proceden de Lincoln’s Inn ―viejas y jóvenes, aunque no cabe duda de que la mayoría pertenece al primer grupo― y llegan batallando ajetreadas, a pesar de que los establecimientos legales vecinos no se quedan atrás; el Templo aporta sus números, y desde la más distante Gray’s Inn también fluye un buen caudal de gente.

Ahora Bell Yard se halla al límite de la asfixia, y un forastero se preguntaría cuál podría ser el motivo, y con toda probabilidad se resguardaría en un portal hasta que la conmoción hubiera tocado a su fin.

¿Es un incendio? ¿Ha estallado una pelea, tal vez? ¿O ha sucedido cualquier otro incidente lo bastante alarmante o extraordinario como para inducir a los juristas más jóvenes a esa especie de frenesí colectivo? No, no es nada de eso, ni existe tampoco un proceso lo suficientemente importante como para que, en caso de caer en las zarpas de un practicante astuto, pudiera reportar una jugosa comisión. No, semejante regocijo es meramente de carácter físico, y todas esas prisas y ese frenetismo ―tanta algarabía y tantas contrariedades―, tamaña amalgama de empujones, reyertas, carcajadas y alaridos, son solo para ver a quién atenderán primero en la pastelería de Lovett.

Sí, en la esquina izquierda de Bell Yard, bajando por la Calle Carey, se ubicaba ―en el momento en el que transcribimos esta historia― una de las tiendas más célebres de venta de pasteles de carne de ternera y de cerdo que Londres jamás haya concebido. Altos y bajos, ricos y miserables, acudían allí en tropel; su renombre se había extendido a lo largo y a lo ancho de la arteria urbana y era porque el primer lote de aquellos pasteles se servía a las doce en punto, que había tal apremio entre los juristas para hacerse con ellos.

Su fama se propagaba incluso a través de grandes distancias, y muchos clientes se los llevaban a los suburbios de la ciudad a modo de obsequio para los amigos y los familiares que residían allí. Y bien que se habían ganado su reputación esos deliciosos pasteles: su sabor era insuperable y raramente igualado; su masa era de la constitución más delicada, impregnada con el aroma de una salsa cuya exquisitez desafiaba toda descripción; las pequeñas porciones de carne que contenían eran tan tiernas, y la grasa y el magro habían sido mezcladas exhibiendo tal dominio de las artes culinarias, que degustar uno de los pasteles de Lovett alentaba el inevitable deseo de zamparse otro, de modo que muchas personas que vinieron a desayunar se quedaron a comer, perdiendo más de una hora de un tiempo, quizás, de un valor incalculable, haciendo peligrar por ello ―¿quién puede decir lo contrario?― la consecución con éxito de un pleito.

El mostrador de la pastelería de Lovett parecía haber sido tallado imitando la forma de una herradura, y era costumbre que la sangre joven del Templo y de Lincoln’s Inn se sentara en su borde conformando una hilera mientras saboreaban esas deliciosas empanadas y parloteaban animadamente sobre esto y aquello.

Más de un contrato se cerró en la pastelería de Lovett, y más de un escandaloso chisme circuló allí en exclusiva. El baile de lenguas era poco más que prodigioso. La sonora risa del joven que consideraba el cuarto de hora que pasaba en la pastelería de Lovett como el más radiante de todas las veinticuatro, se confundía fervoroso con las enardecidas risotadas de sus superiores y, ¡oh, cuán velozmente se esfumaban los pasteles!

Sweeney Todd o El Collar de Perlas (Avance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora