Capítulo 09 – Poblado.
A pesar de haber corrido kilómetros, la risa enloquecedora de los pequeños aún era audible. El cuerpo de Simon estaba a punto de desfallecer, ya que el peso del cuerpo inconsciente de Verónica no causaba mucha conveniencia en la corrida realizada.
—Luces —grito Camila con emoción.
Los chicos se miraron unos a otros y sonriendo volvieron a correr, esta vez en dirección a dichas luces. Al llegar al lugar, observaron los hogares y se detuvieron.
Varias casas se encontraban echas cenizas, y algunas cuantas yacían de pie. La gente se les quedo mirando por unos instantes y luego, sonriendo con lastima, volvió a lo suyo como si nada hubiesen visto.
—Que miedo —murmuro Francisca haciendo una leve mueca.
Los demás asintieron y nuevamente, poniéndose en marcha, caminaron hasta una de las casas y golearon la puerta.
—Disculpen —Raphael golpeo la puerta esperando alguna señal de vida humana— ¿Hola? —arqueo una ceja y encogiéndose de hombros miro a Paola, quien, pateando unas piedras, hizo una mueca y luego golpeo la puerta.
—Allí no hay nadie —dijo una voz femenina a las espaldas de todos, haciendo que cada uno se diese vuelta y centrara sus ojos en ella.
— ¿Perdón? —Paola frunció el ceño.
—Están todos muertos, querida —la mujer sonrió a un lado y derramando unas cuantas lagrimas se lanzó al suelo—. Todos muertos, todos —volvió a repetir mientras se jalaba los cabellos y humedecía el suelo con las translucientes gotas de sus ojos.
Camila se acercó a la mujer y posando una de sus manos en la espalda de esta intento calmarla y consolarla hasta que, pasado unos minutos, lo logro.
Inmensas manchas de sangre y humedad en las paredes invadía la casa. No tenían otro lado en el cual dejar a Verónica, ya que muchos de los pueblerinos se encontraban en el mismo estado que aquella mujer que ahora les acompañaba y les indicaba donde estaban las cosas del hogar, pero la cual no decía nada sobre lo sucedido en dicho lugar, puesto que se negaba y derramaba lagrimas cada vez que cada uno de los jóvenes sacaba el tema.
—Bien, alguien tiene que quedarse con la Vero para que los otros salgamos en busca de Jonathan —dijo Paola sentándose en el suelo.
—Si quieren yo me quedo —Francis alzo la mano—, después de todo, es mi amiga —miro a la chica y sonrió con tristeza.
Los demás asintieron y alistándose salieron por la puerta para ir en busca del chico perdido.
——
Los gritos de dolor provenientes desde Jonathan resonaban por las paredes del lugar. La sangre recorría el sucio suelo dándole el rojo pintoresco que tanto le gustaba a los torturadores, y unas nuevas visitas se integraron al lugar para observar el dichoso acontecimiento.
— ¿Cuánto le queda? —pregunto uno de los que ejecutaba la tortura.
—Como una hora —respondió el otro mientras enterraba una afilada cuchilla en el brazo izquierdo de Jonathan y le giraba para así formar un agujero.
Un vomito de sangre cayó al suelo haciendo que uno de los perros del lugar se acercara y lamiera el viscoso flujo para así mismo recibir una brusca patada proveniente de los que torturaban.
La respiración del chico estaba a punto de apagarse, y el torturador del lado derecho, sorprendido, inyecto una jeringa en el brazo del muchacho para que se mantuviera despierto por unos minutos más.
—Joder, le queda poco —dijo enojado pateando una de las cuchillas que yacía en el suelo.
Los espectadores se miraron unos a otros y sonriendo con malicia se acercaron al cuerpo de Jonathan.
— ¿Ya podemos comer? —pregunto uno de ellos 'posando su mano en el hombro del chico.
—No —respondió uno de los torturadores con el rostro cubierto de sangre mientras le daba una patada en las costillas al ser que había realizado la pregunta.
Unas risas espeluznantes comenzaron a salir por parte de los espectadores al notar como el compañero golpeado caía al suelo y se llevaba las manos al lugar afectado. Los ojos bien abiertos, las sonrisas desgarradas, las manos huesudas y cabellos alborotados fueron algunos detalles que Jonathan pudo notar en todos los extraños que miraban su muerte, y escupiendo un poco de sangre al lado llamo la atención de todos los maniacos que reían.
Jonathan, algo impactado, en vez de tragar saliva, introdujo la sangre en su interior, ya no soportaba más, necesitaba descansar, cerrar sus ojos y partir, pero, a su vez, no deseaba hacerlo, pues sabía que estos tipos, al verle ya hecho una flor marchita, comenzarían a restregarse en su carne e intestinos para así comerlos como si fuese un banquete, por lo que, respirando con dificultad, se prometió así mismo que sobreviviría hasta el fin a todos esos tormentos que se le acercaban.
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H de Silencio
TerrorEntre los cerros hay una hermosa ladera, encontraras un bosque, en el cual esta ubicada una pequeña cabaña, allí solía vivir Roberto, el abuelo de nuestra protagonista, cuyo nombre es Verónica. Verónica es una joven de 18 años, que junto a sus anti...