Mis ojos se deslizan de un lugar a otro mientras busco un objeto más que sea digno de ser fotografiado. Hasta ahora tengo una flor, una tetera de la cafetería y un libro de matemáticas cuya existencia desconocía hasta el día de hoy. Tres obras de arte, no me cabe duda.
Mi profesor nos asignó la tarea de fotografiar cinco objetos aleatorios y posteriormente hilarlos en una historia coherentemente, para el lunes. Para mi desgracia, hoy me siento carente de inspiración y capacidad de crear historias. Vamos, ni siquiera encuentro los dos objetos que me faltan para completar mi tarea.
—¿Tienes problemas? —me doy la vuelta y me topo con una de las gemelas, Nancy, acomodándose el flequillo sin prestarme mucha atención en realidad.
—Algo así —confieso—. Esta actividad debería emocionarme, ¿sabes? Es bastante...
—Aburrida —completa ella.
—Iba a decir interesante —ruedo los ojos y niego con la cabeza mientras me levanto del suelo con un gruñido—. Es el tipo de actividad que me invita a inventar historias, eso me gusta.
—Pero sigues pensando en esa pareja que nos contaste en la mañana, ¿no? La que conociste en el hospital ayer.
—Sí...
Suspiro levemente y le dirijo una sonrisa a Nancy. Sé que no logra comprender lo que siento, Emma y ella no suelen prestar mucha atención a algo que no se trata de ellas mismas. Así que, acepto, no vale la pena explicarle mis pesares.
—¿Tienes tus fotografías? —le pregunto animadamente, tratando de cambiar el tema de conversación.
—Claro —me muestra la galería de su teléfono, donde las últimas veinte fotos son selfies de ella, de su hermana, y un par de fotografías mías.
—Dos cosas, amiga Nancy —le regreso el celular y levanto un dedo índice frente a su rostro—. Primero, nuestro trabajo es fotografiar objetos, y segundo, ¿en qué momento me tomaste esas fotos?
—Ay, Dios, Cam, eso da igual —regresa la vista a la pantalla de su teléfono—. Las tomaré en la noche, y mañana se las envío por correo al Profesor Koch.
Yo río antes de tomar una fotografía de una lata de refresco que diviso en medio del pasillo en que nos encontramos. En ese momento, suena la campana indicando el fin de una clase, y el principio del fin de semana.
—¡Sí! ¡Es hora! —Emma se acerca a nosotros a paso veloz junto a Susan, quien se encuentra especialmente arreglada el día de hoy. Cuando se lo mencioné en clase de cálculo, no quiso hacer comentarios al respecto, así que no lo he repetido en el resto del día.
—¿Estás lista? —mi amiga pelirroja me dirije una mirada retadora, y me guiña un ojo.
—Siempre estoy lista para patinar en hielo, ¿qué lo olvidaste?
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No me llames Julieta
RomanceSus ojos eran castaños. No del color de la madera desgastada ni del café que tomas todas las mañanas, no. Era un castaño diferente, más otoñal. Ese castaño que se vuelve avellana al recibir la luz del sol. Un castaño acogedor, tanto que te invitaba...