—Bien —dice mi padre una vez que me he sentado en la camilla—. Dime qué ocurre.
Yo le explico el accidente que tuve esta mañana al resbalar con mi calcetín, cómo salí de bañarme y me golpee la cabeza. Ahora que lo repito me suena bastante ridículo.
—¿Qué tan intenso fue el golpe?
—Bastante —confieso—, aún duele, y me siento algo mareada.
—Bien, dejame revisarte —se acerca a mí y examina mi cabeza, haciendo un poco de presión. Me quejo ante esto último—. No hay herida exterior, pero quisiera descartar una hemorragia interna, ¿sí? Un par de estudios y podrás irte a casa.
—Sí, bien.
—No debiste venir manejando si te sentías mareada. Fue una muy mala idea, Cam Cam.
—Como sea... lo lamento.
Mi padre sonríe.
—¡Jacob! —grita a un joven delgado y de baja estatura que camina junto a la habitación. Él se sobresalta y entra corriendo al cuarto de inmediato, casi tropezando con sus propios pies—. Necesito una tomografía cerebral para esta señorita.
—Sí, señor —asiente un par de veces—. De inmediato, señor.
—¿Cuántas veces debo pedirte que no me llames señor? No soy tan viejo —bromea mi padre. Yo río disimuladamente, sintiendo algo de lástima por el pobre chico.
—Lo lamento mucho, Doctor Garrido. Traeré la tomografía.
Gira sobre sus talones y sale rápidamente de la habitación.
—¿No olvidas algo? —vuelve a gritar mi padre desde donde se encuentra.
—Internos —decimos después, al unísono. En ese momento, Jacob vuelve a entrar a la habitación a gran velocidad.
—¿Me acompaña?
—¿Por qué no? —bromeo, antes de levantarme y seguirlo por los anchos pasillos del hospital.
•
Respiro lentamente mientras la mesa móvil sobre la que me encuentro es deslizada dentro del tomógrafo, hasta que mi cabeza queda justo en el centro de la estructura circular que de inmediato me hace pensar en una nave espacial.
—Por favor no se mueva, sólo tardaré un minuto —me habla Jacob por el micrófono con voz temblorosa. No respondo, sé exactamente lo que debo hacer, he escuchado a mis padres hablar de esto un millón de veces—. Perfecto.
La mesa vuelve a deslizarse, esta vez fuera del tomógrafo, y una enfermera me ayuda a incorporarme.
—Yo te acompañaré a tu habitación —me dice, sonriente—. El Doctor Jones llevará tu tomografía en un minuto.
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No me llames Julieta
RomansSus ojos eran castaños. No del color de la madera desgastada ni del café que tomas todas las mañanas, no. Era un castaño diferente, más otoñal. Ese castaño que se vuelve avellana al recibir la luz del sol. Un castaño acogedor, tanto que te invitaba...