Adam llegó a mi casa hace media hora y desde entonces no hemos hecho más que ver la televisión recostados en el sofá.
Lo primero que hizo fue burlarse de mi pijama, pero da igual, la comodidad es prioridad, ¿cierto?
Mis padres llegarán seguramente a las once de la noche. Ya había invitado muchas veces antes a Adam a mi casa, no creo que ese sea un problema, pero si nos encuentran solos tan tarde puede que sí se molesten. Así que debemos cuidar que no se nos pase el tiempo.
—Oye, Cami, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro —respondo distraídamente mientras lleno mis palomitas de Salsa Valentina.
—¿Por qué no has tenido novio?
Regreso la salsa a la pequeña mesa frente a nosotros y dirijo mi mirada hacia él.
—Yo... bueno... —bacilo—. No lo sé, no es lo mío, supongo.
—Pero, ¿por qué? —Adam se quita los zapatos y me mira como niño pequeño, con mucha curiosidad. Tiene los ojos grandes y brillantes, como un cachorro.
—No lo sé, Adam. No se ha dado la oportunidad.
—Esa es una mentira. Sé que muchos chicos lo han intentado y no has querido darle oportunidad a ninguno.
De acuerdo, es verdad. Algunos amigos míos han querido ser más que sólo eso, pero a pesar de que lo he considerado con varios de ellos, por una u otra razón me arrepiento al último minuto.
—Siento que no estoy lista —confieso—, tengo miedo de no saber reaccionar a... muchas situaciones, ¿sabes? ¿Qué haré cuando me ponga celosa? ¿O si a mis papás no les agrada?
—Jamás lo sabrás si no lo intentas —me guiña un ojo y devuelve su atención a la película que veíamos, Rápido y Furioso.
Transcurren los minutos. Para cuando la película termina, ambos estamos muriéndonos de sueño. Sí, no lo parecerá, pero actuar es un trabajo cansado. Deberán ser algo más de las nueve de la noche.
—¿Sacamos un juego de mesa? —pregunto entre bostezos.
—Como gustes, yo sólo vine a hacerle compañía a una chica linda.
Volteo de inmediato, sobresaltada ante su comentario. A pesar de que sé lo que Adam siente por mí, no suele halagarme a menudo para no volver el ambiente incómodo.
Mi amigo está enroscado en el sofá, con los ojos cerrados y su cabello rubio despeinado, y suspiro al captar que probablemente ni siquiera fue consciente de lo que acaba de decirme.
Sonrío, bostezo una vez más y me recuesto en una almohada, dispuesta a descansar un rato.
•
—¿Crees que debemos despertarla?
—No a ella, pero la madre de Adam debe de estar preocupada.
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No me llames Julieta
RomanceSus ojos eran castaños. No del color de la madera desgastada ni del café que tomas todas las mañanas, no. Era un castaño diferente, más otoñal. Ese castaño que se vuelve avellana al recibir la luz del sol. Un castaño acogedor, tanto que te invitaba...