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-¡Papá!.-Habló una niña de casi dos años que estaba montada sobre la espalda de MinHo. A decir verdad ambos tenían los ojos saltones y ambos sonreían contentos de estar juntos.

Mi mundo se vino abajo.

Antes de que aquellos dos siguieran caminando, mi abuela me abrió. Por lo que entré rápidamente. Escuchando de nuevo a la infante.

-¡Mamá!.-Grita con entusiasmo, por lo que rápido me dirigí a la ventana observando la escena.

La niña le decía de esa manera a la misma mujer que se había adentrado primero al departamento que se encontraba frente al de mi abuela.
Bajé mi mirada sintiendo que todo había llegado a su fin.

-¿Qué te ocurre?, parece como si hubieras visto al diablo.

-Lo vi.-Había hablado decaído. Y no era por exagerar, pero había sentido que era sólo un alma perdida. Un alma que no encontraba a su cuerpo, debido a que este no tenía corazón. Un corazón para palpitar y mostrar su amor hacia las personas, pero en especial a Choi MinHo.

-¡Llamaré al pastor Lim!.-Mencionó aterrada, dirigiéndose al teléfono de su casa.

Sin embargo, no me opuse, y preferí quedarme en mi sitio mirando la alfombra roja que adornaba aquella sala de estar.

-Ese rostro. Es un rostro de un corazón roto.-Jamás la había escuchado hablar tan seria, por lo cual colgó el teléfono y tomó asiento junto a mí.-¿Qué ocurre?.

Al escuchar su pregunta, levanté mi rostro y dirigirme a sus brazos con el fin de abrazarla. Nunca pensé que ella fuera a mostrar interés en mí.

-¡Ya!, ¡Ya!, ¡Ya! Me llenarás de germenes.-Al separarme de ella solo le miré sonriendo debido a sus bromas.

-Abuela, si te confieso algo... ¿No me odiaras para toda la vida?.

-Por supuesto que no. Eres mi nieto.

-¿Y me amas tanto?.

Mi abuela se quedó en silencio, no mostraba ningún gesto, solo se quedó mirándome. Ella comenzaba a creer que yo estaba hablando con toda la verdad.

Sentí su rechazo, así que me puse de pie, cabizbajo. Con intensiones de salir de allí.

-Por supuesto.

Al escucharla, giré a su dirección y sonreí. Volviendo a tomar mi lugar.

-Gracias abuela.

-No me huyes como lo hace tu hermano, no me odias como lo hace tu madre y no sientes rencor hacia mí, como lo hace tu padre. Eres diferente a ellos. Desde que tu abuelo se fue. He estado sola y tu, has venido a hacerme compañía últimamente. Te lo agradezco.

De verdad quería grabar las palabras de la abuela, no podía creer que ella dijera eso.

Sonreí de nuevo y me acuné a sus brazos. Jamás lo había hecho cuando era niño, pero ahora estaba aprovechando al máximo.

-Entonces, ¿no le molestara si le cuento mi secreto?

-Si eres gallina no me lo contarás.

-Esta bien.-Me levanté de donde estaba y la miré fijamente a los ojos. Soltando un suspiro para prepararme y confesarme.-Abuela, soy homosexual.

-¿Te gusta el hijo de la vecina?.

Al escucharla, abrí enormemente mis ojos, como si fueran platos y la miré atónito.

-¿Qué?.

Ella solo se reía de mí, de manera burlona.

-Recuerda que los ancianos somos sabios. Me he dado cuenta en la manera en que lo miras y que eres muy tonto al hablarle. Es obvio que te gusta. Además, sí está guapo.

Mirándote Desde Lejos (2MIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora