CAPTÍULO DOS

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La puerta de barrotes se abrió y los dos chicos salieron de la cámara. Caminaron por el pasillo de antes hasta una habitación en la que tuvieron que despojarse de todos los objetos y pertenencias. La guardiana los condujo por otro pasillo hasta la cámara de audiencias del rey. Todo el palacio estaba construido con roca marina de distintos tonos, pero siempre en color azul. Los muros estaban hechos con una piedra irregular de mampostería que brillaba en muchos colores, mientras que el zócalo de este era de la misma piedra azul que la plataforma y la fachada del palacio. La única iluminación debajo del agua eran las linternas celestes que emitían una luz cegadora a quienes las mirasen. Aunque el efecto de la pócima ya se había disipado, Saskia veía con total claridad dentro del palacio.

La sala de audiencias era una enorme habitación en el corazón del palacio que conectaba todos los pasillos importantes de este, pero que solo tenía acceso personal autorizado. Al fondo había un enorme trono chapado en oro que pendía de cadenas y algas, acompañado de un escabel de esponja y coral rojo. Los chicos, y en especial Sanders, se quedaron impresionados por la magnitud y maestría de la sala. Todos los elementos emitían riqueza y poder. A cada lado del trono se encontraban otros asientos donde ya estaba sentado el séquito del rey. Había guardianes como la mujer que conducía a los chicos y tres personalidades a destacar: la esposa y reina Estige, su joven hija Nereida y el príncipe heredero Adrian. Se encontraban en los asientos más cercanos al trono vacío y examinaron con curiosidad a los tributos. Aunque estaban a varios cientos de metros bajo el agua, el sonido de la trompeta que anunciaba la llegada del rey sonó por toda la sala.

‒Con todos vosotros, su majestad el rey Octópoulos III ‒gritó a pleno pulmón un guardia ataviado con vestimenta marina. Unas puertas laterales se abrieron y una enorme figura entró en la sala. Llevaba una corona de clavos puntiaguda, lo que parecían corales que se enroscaban en la cabeza del hombre. Era de color negra, que contrastaba con la piel cálida del monarca. Podía medir dos metros perfectamente y aguantaba un porte majestuoso mientras caminaba acompañado por sus guardias hasta el trono dorado que colgaba de la sala.

‒Alteza, le presento a los tributos de este año: Sanders y Saskia de Enyeta ‒dijo la guardiana acercándolos hasta el centro de la sala. Sanders era incapaz de mirar más allá de sus pies y Saskia intentaba hacer lo mismo. No sabía cómo iba a actuar el rey, no podía actuar con rebeldía o quizá perdiese la última oportunidad de escapar de allí.

El rey Octópoulos los examinó detenidamente. Hizo que se dieran la vuelta y dijeran sus propios nombres para escuchar sus voces.

‒Tenéis que sentiros orgullosos de ser los tributos de vuestra aldea, jóvenes ‒dijo con voz grave y diligente. ‒Habéis recorrido todo este camino para ofrecer vuestros cuerpos vírgenes al Templo del Mar y ahora pertenecéis a mi dominio.

Realizó un gesto con la mano y un sirviente se acercó a los chicos con dos collares de cuero azul con el emblema del Templo del Mar: un tridente. El mismo sirviente se los colocó en el cuello a especie de gargantilla, apretándoselo al máximo. Era incapaz de desatarlo una vez que se ceñía al cuello. Los chicos lo tocaban con miedo.

‒Estaréis en este palacio dos semanas antes del sacrificio final. Dormiréis en vuestra propia habitación, realizaréis cuatro comidas al día y haréis ejercicio para fortalecer el espíritu. Una vez que se hayan pasado las dos semanas, comenzará la liturgia ‒su voz era narrativa, como la de un padre comprensivo ‒. La liturgia consta de dos partes. La primera de ellas es la consagración de vuestros cuerpos, los cuales deben de encontrarse en la máxima pureza para la segunda y última prueba. En esta entraréis en la Sala de la Esclusa, una cámara sin salida en la que deberéis de luchar a muerte con el clydoll jefe y bendecir con vuestro cuerpo su milenaria figura.

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