CAPÍTULO CUATRO

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Las punzadas de los músculos de su vagina despertaron a la joven. Se encontraba en la cama del príncipe, la cual estaba iluminada por la luz de la mañana. Las sábanas estaban húmedas por el intercambio de fluidos de la noche anterior. La chica abrió poco a poco sus ojos para buscar a su marido, pero estaba sola en la cama, la habitación y la cámara acorazada. Se intentó sentar sobre el colchón, pero le dolía la ingle y sus senos. Todavía podía imaginarse a Adrian sobre ella, masajeando sus senos y haciéndola mujer. Se acercó como pudo hasta el vestido blanco que anoche se había quitado para entregarse a su marido. Estaba arrugado pero le serviría para taparse mientras inspeccionaba la estancia. Llamó al príncipe varias veces, pero el eco de la estancia le contestó.

Saskia se preparó un desayuno con una sonrisa en la cara, recordando la pasión que se había desatado en el dormitorio. Adrian le había ofrecido su intimidad y ella le había ofrecido la suya. Por un momento, pensó que si tenía que vivir así no le importaría estar con él más tiempo. Se imaginaba siendo la esposa de un importante rey, acompañándolo en el trono y en su cama. Puede que no volviese a Enyeta tan pronto si todo seguía así. Recordó un momento a Rom, asustada si él se enterase de todo lo que había hecho. Se había enfrentado a un monstruo marino de tentáculos, había sido forzada por Sanders, se había casado con un príncipe y había yacido con él para darle un heredero.

Cuando terminó de desayunar y volvió al cuarto para vestirse, reparó en un gran tapiz que parecía desplazado. Se aceró a él y, al retirar el tejido observó una pequeña puerta de madera refinada cuyo pomo era de oro blanco. Saskia miró a su alrededor para asegurarse de lo que iba a hacer y, tras un escrutinio en la cámara, decidió abrir la puerta. El interior estaba iluminado por dos antorchas colocadas en ambos extremos de la habitación. Había humedad y era difícil distinguir más allá del halo de luz del fuego. Sin embargo, Saskia sabía que se estaba adentrando en la cámara del tesoro que había buscado el día anterior. Pisó con cuidado en todas las losas de piedra y se adentró con cuidado. El único mueble que había era un enorme cofre de madera con esqueleto de hierro negro. Al principio, la chica pensó que estaría fechado, pero descubrió que la tapa a dos aguas se abrió con la fuerza de la chica. En su interior solo había un escabel de terciopelo rojo que protegía la preciosa perla que descansaba en el centro. Brillaba como si de su interior emanaba magia pura, parecía hecha con cuerno de unicornio, aunque lo más probable es que su origen estaba en las profundidades del océano. Saskia sabía que era una joya delicada e importante, por eso la cogió con cuidado para verla más de cerca.

‒¡Saskia! ‒la llamó su esposo desde el exterior de la cámara.

La chica no supo reaccionar de la mejor manera y en vez de devolver la perla al interior del cofre, la guardó en su vestido y cerró la tapa de madera. Salió corriendo de la cámara y volvió a cerrar el tapiz sobre la puerta. Afortunadamente, su esposo estaba en el comedor y no vio como esta salía del escondrijo. Adrian estaba con los brazos en jarra y en una postura de contraposto. De su enorme espalda colgaba su espada celeste, que rozaba con su melena recogida en una trenza. Tenía un porte seguro y confiado, propio de un príncipe guerrero a punto de heredar lo que era suyo. Saskia recordó cómo sus brazos la estrechaban y su torso velludo y sudoroso se convertía en su defensa ante el mundo. También recordó el sabor de su esperma, que el príncipe le había dejado en la comisura de los labios durante la felación. No podía sentir amor por Adrian, pero la atracción y agradecimiento habían alcanzado tales ni veles que pronto el corazón de la chica sería del hombre como el resto de su cuerpo.

Saskia se lanzó a sus brazos, pero no obtuvo la misma respuesta por parte de él. Su rostro era inexpresivo, todo lo contrario que la noche pasada. Ella se quedó congelada ante tal actitud, teniendo cuidado que la perla robada no saliese de su vestido.

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