CAPÍTULO DIEZ

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–¡Estás loca! –gritó Eternach lanzando por los aires la mesa de la directora –No has parado hasta hacerme daño. ¿Cómo se te ocurre mandarla sola a los Prados de Sangre?

La directora se asustó cuando vio la mesa lanzada por los aires. Pero estaba contenta de ver el enfado de Eternach. Había conseguido lo que quería.

–Ábreme la barrera, ¡Ahora! –dijo alzando los brazos.

Elara no iba a abrir la escuela para que el chico saliese. Al menos no instantáneamente.

–Tú acabaste con su vida –dijo la mujer con rostro siniestro –. Me quitaste a Arabella y no supiste protegerla.

Arabella de Ivette era una muchacha asustada cuando salió con vida del Laberinto de los Nenúfares. Elara la había acogido en la Torre skap porque veía algo especial en la chica. Le dio un techo, una educación, una nueva oportunidad. Elara era una directora joven e inexperta que perdió el corazón por la nueva alumna. Nunca había amado a nadie de aquella manera y, aunque no fuese correspondida, dio su vida por Arabella numerosas veces. Aceptó que viajase a tierras lejanas una vez que aprendió todo lo que una maga debía aprender. Dejó que Arabella conociese a Eternach y le ayudó a invocar el demonio. La mujer se arrepintió de lo que había hecho, pero se lo ocultó a Elara durante los años que Eternach pasó en la Torre. Sin embargo, el tiempo habló y Elara tuvo que expulsar a Arabella y a Eternach. Poco después, se enteró de que llevaban un romance y que Arabella nunca amaría a Elara. Nunca más vio al amor de su vida, porque fue asesinada por la reina de la Corte Invernal.

Eternach le había robado su vida a la directora. Ahora ella haría lo mismo con él.

Eternach se lanzó hasta la caja de la tortuga, pero Elara lo lanzó hasta la otra punta de la habitación. El chico contestó con una gran llamarada que calcinó el secreter de la directora. Ella hizo aparecer una fuente de agua que apagó el fuego a tiempo y luego la llevó hasta la cara de Eternach para ahogarlo. El chico hizo evaporar el agua, pero se quemó la cara.

–Te lo pediré una última vez –su voz era de amenaza–. Déjame salir.

La mujer lo miró una última vez. Recordó el día en que expulsó a Arabella. Una espina mortal estaba clavada en el corazón de la directora desde aquel día. Nunca recuperaría a Arabella. Abrió la barrera una segunda vez.

Eternach hizo pedazos el enorme rosetón de la pared y salió volando hasta el cielo nocturno. Con suerte, podría evitar que mataran a Saskia.

֎

El caballo se detuvo sobre una colina de ceniza. Los Prados de Sangre se extendían bajo el cielo nocturno como grandes montañas de hollín y cenizas. No se veía el suelo bajo la pavesa gris. Era como si un enorme incendio hubiese calcinado lo que, hacía mucho tiempo, había en aquel lugar. Era un páramo siniestro en el que la única edificación eran las tiendas de campaña desmontables que había lejos de la chica. Eran tres casetas de tela rodeadas de varias tiendas más pequeñas y caballos atados a palos de madera. Saskia pudo ver las mismas telas rojas que los templarios portaban cuando arrasaron Enyeta. La chica se iba a meter en la boca del lobo. No sabía cómo sacar de allí a sus hermanos. Era de noche, con lo que las batallas con la Alianza Pura se habían detenido en una tregua. Era el momento para entrar sigilosamente e intentar sacarlos. Dejó al caballo libre en la colina, mientras que se ató un pañuelo rojo en el cuello para intentar aparentar un templario. Llevaba las ropas de Eternach y una coleta le recogía el cabello. Si se esforzaba, podía tener un aspecto más andrógino casi masculino. Podría pasar desapercibida, robar las llaves y salir corriendo de los campamentos.

EtherniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora