CAPÍTULO CINCO

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El oleaje era tenue con la cálida brisa de la tarde, pero al anochecer el océano se embravecía. Saskia era incapaz de moverse con más fuerza, ya que su pie daba pequeños tirones con cada zancada al agua. Fue afortunada de ir acompañada de la niña. Era la princesa del mar y, por muy joven que fuese, su poder talasocrático le permitía dominar el agua y tener a las criaturas marinas a su lado. Que ella supiese, en Ethernia solo existían tres templos cuyos dirigentes poseían poderes sobrenaturales. El Templo del Mar controlaba todo lo relacionado con las mareas, el agua, los ríos y los seres marinos. Muy lejos de Enyeta, al norte, se encontraba la Fisura Abismal, un enorme corte en la tierra que, según las leyendas, era la entrada al Templo del Fuego. Y al este de Enyeta, más allá de las Llanuras de la Desolación, se encontraba el Templo del Bosque. No sabía nada de dichos santuarios, pero intuía que, igual que la niña, tenían poderes para controlar los elementos.

La hermana de Adrian se movía con suma destreza sobre las olas. Llevaba enganchada a Saskia y tiraba de ella mientras surcaba el agua. Pronto atisbaron una pequeña isla y la chica mostró emoción mientras se acercaba a ella. Era completamente de arena y solo había una palmera de cocos. Saskias e tendió sobre la cálida arena para descansar mientras que la niña traía algunas hojas para vendar su pie. La sangre se había coagulado y ya no salía a borbotones de su pie, aunque seguía teniendo mal aspecto. De frente, se apreciaban más de treinta incisiones desde el tobillo hasta ellos dedos, mientras que la planta estaba totalmente deformada. Con suerte, el pie no se infectaría, pero era difícil que volviese a caminar. La niña toqueteó el pie de Saskia y esta la tuvo que apartar. No iba a dejar que la curase, era ella misma la que iba a hacerlo. Vendó su pie con las hojas de la palmera y su piel se alivió con la sensación. Temblaba por el frío de su cuerpo y por el miedo que tenía en la herida del pie. Toqueteó su vestido hasta encontrar la perla. La sacó con cuidado y la observó a la luz del sol. Aunque era de colores claros, tenía un contorno rosa y brillaba con los colores del arcoíris. La niña se quedó fascinada al ver la perla en manos de Saskia.

–¿Cómo la has cogido? –preguntó atónita y con curiosidad.

–¿Sabes lo que es? –dijo enseñándosela.

–Es la perla de mi padre –aportó mirándola mejor –. Se la solía poner en la corona en ocasiones importantes.

–¿Sabes si tiene algún poder mágico? –volvió a preguntarle, recordando cómo había matado al clydoll.

La chica negó con la cabeza. Esperaron un rato para descansar. Saskia no sabía a dónde ir. Todavía estaban muy cerca del palacio y eso la incomodaba. A estas alturas alguien habría sospechado de su huida y posiblemente irían tras ellas. Su idea era volver a Enyeta, ver a su familia, a Rom. Sin embargo, había muchos factores que impedían regresar a su aldea. Para empezar, su pie herido le impedía caminar tanto y ni siquiera sabía por dónde estaba el norte. Por otro lado, no podía llevar a la princesa hasta su aldea. Sabía que ahora ella tendría que hacerse cargo de la niña y desde luego no iba a ser muy bien recibida en el pueblo que había visto a tantos niños despedirse de sus padres en el sacrificio. Tendría que buscar un lugar alejado, en el que ambas estuviesen protegidas y a la vez que alguien las ayudase. Solo pudo pensar en un sitio: la casa del brujo.

Salieron de la isla y se embarcaron otra vez en el agua. Unos delfines de elegante porte salieron a la superficie tras la llamada de la princesa. Cada una se montó en uno y las llevaron hasta la costa, donde hacía dos semanas Saskia se había montado en el bote junto a Sanders y el Venerable Señor Aiden. Los animales nadaban con fuerza y decisión y pronto llegaron a la orilla. Era tarde, tanto que la puesta del sol era inminente. Se bajó del mamífero con cuidado y la niña le dio las gracias por haberlas traído hasta tierra. Saskia se quedó mirando las altas montañas rocosas que bordeaban la costa. Eran los precipicios del desfiladero, detrás de los cuales se encontraba su ansiada aldea. Sin embargo, su objetivo era otro. Anunció a la niña que debían subir por el empinado sendero para llegar a la casa que había en lo alto de las montañas. Al principio, esta no podía creer lo que estaba diciendo.

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