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Roseanne se había mudado a Melbourne, Australia, por el trabajo de su padre, no tuvo la oportunidad de llamar a Jisoo para contarle, y se sintió demasiado mal por eso, intentó contactarla pero su padre había bloqueado el número. No podía hablarle de ninguna forma, cuando la extrañaba le escribía cartas que nunca le mandaría, pero servían para desahogarse.

Se esforzó mucho por su futuro, se postuló para una buena universidad en Corea y quedó, aunque tuvo que matricularse el siguiente año debido a que no tenía mucho dinero y su padre no la apoyaba con ningún centavo.

Tuvo que mudarse sola a Seúl, vivir en un departamento que tenía lo justo y necesario y tener que trabajar a medio tiempo para sobrevivir. Aunque no le iba tan mal a decir verdad.

Ese día tan ansiado había llegado, su primer día en una nueva universidad. Estaba logrando su sueño, de alguna u otra forma, pero se sentía un vacío dentro de ella.

Para Jisoo era un segundo año de estrés, así que con la cara más seria del mundo tuvo que ir a su primer día de clases, no estaba nerviosa, de hecho estaba fastidiada, prefería dormir en su cómoda cama antes que asistir.

Pero su pensamiento cambió en cuanto una brisa de primavera le golpeó la espalda, acompañado de un dulce olor a fresas.

Se dio media vuelta y se encontró con lo que nunca pensó que se iba a encontrar.

—¿Roseanne?

La castaña la miró sorprendida, abrió los ojos y parpadeó varias veces, se refregó los ojos con ambas manos para cerciorarse de que no estaba viendo un espejismo, pero fue real en cuanto sintió un fuerte abrazo llenar su vacío.

Sintió cosquillas en su cuello, eso la hizo aterrizar nuevamente. Jisoo sin duda no había cambiado para nada.

—¡Sigues teniendo ese aroma a fresas!

Roseanne lanzó una carcajada y Jisoo se separó, ambas rieron tan fuerte que todos alrededor las miraban.

—No has cambiado nada.

Jisoo sonrió y rascó la parte de atrás de su cuello.

— ¿Sabes? Por tu culpa no disfruté mi adolescencia, no tuve a nadie después.

Roseanne metió las manos en los bolsillos de su chaleco y se rio.

—¿Tú crees que yo sí?

Jisoo le pegó una palmada en el hombro, tan salvaje como siempre, Roseanne extrañaba esos pequeños detalles. Mientras jugaba con sus manos dentro de los bolsillos, encontró un pequeño objeto tan importante como su vida misma.

—Mira.

Sacó un pedazo de goma, algo desgastada y sucia, pero Jisoo no tuvo ningún problema en reconocerla.

—Un momento. ¿La conservas aún?

—Es mi amuleto de la suerte.

Ambas sonrieron y entraron juntas a la universidad, quién diría que un simple compañero de clase marcaría así de fuerte su vida.

Deberías preguntarle a la chica con olor a fresas y a la de labios sabor durazno.



FIN

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CLASSMATES || CHAESOODonde viven las historias. Descúbrelo ahora