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Luego, claro, resultó que había que dar sepultura a más zulas de lo
normal, tantos que se quedaba pequeña incluso una ciénaga como esta, que es una señora ciénaga. Y después ya no quedaron más zulas con vida, ¿verdad? Solo sus cadáveres quedaron, pudriéndose y apestando, apilados
en montones que llenaban la ciénaga, e hizo falta mucho tiempo para que la ciénaga dejase de ser un hervidero de moscas y olores y a saber cuántas
clases de gérmenes, y volviese a ser la ciénaga.
Yo nací en aquel momento, en medio del desbarajuste, junto a una
ciénaga atestada y un cementerio también atestado, en un pueblo medio despoblado, de modo que no me acuerdo de nada, no recuerdo ni un solo día sin ruido. Mi padre murió de enfermedad antes de que yo naciera, y después le tocó el turno a mi madre. Ben y Cillian se hicieron cargo de mí y me criaron. Ben dice que mi madre fue la última mujer, pero eso es lo que les dicen a todos de sus madres respectivas. A pesar de que Ben se lo crea, de que dé la impresión de que no miente, comprobar la veracidad de lo que dice es más bien difícil.
En todo caso, soy el habitante más joven del pueblo. Me gustaba jugar a
lanzar piedras a los cuervos de los campos con Reg Oliver (siete meses y
ocho días mayor que yo), Liam Smith (cuatro meses y veintinueve días) y
Seb Mundy, quien, pese a llevarme tan solo tres meses y un día y ser el
segundo más joven, dejó de hablarme cuando se convirtió en un hombre.
Eso es lo que todos hicieron al cumplir trece años.
Y a si son las cosas en Prentisstown. Los niños se hacen hombres, y van
a reuniones solo para hombres a hablar de quién sabe qué, y los que
todavía son niños se quedan fuera, de modo que, si eres el último niño del
pueblo, debes contentarte con esperar y, entre tanto, acostumbrarte a la
soledad.
Bueno, y a la compañía de un perro que no quieres.
Pero ahora no importa, porque hemos llegado a la ciénaga. Elegimos los senderos que rodean o evitan los lugares donde hay más agua y
esquivamos los gruesos y nudosos troncos de los árboles, que hunden sus raíces en el barro y elevan hacia el cielo las apuntadas copas. La atmósfera es espesa, sombría y pesada, pero no tan espesa, sombría y pesada como para dar miedo. Hay muchas criaturas por aquí, cientos y cientos de ellas, llevando una existencia al margen del pueblo: pájaros, serpientes verdes,
ranas, quivos, ardillas de las dos especies y (lo creas o no) uno o dos
casoríes, y también puede que haya alguna serpiente roja de la que
cuidarse, porque, pese a la oscuridad reinante, algunos haces de luz logran
atravesar la cúpula de hojas e iluminar el suelo; por si te interesa, te diré que, para mí, la ciénaga es como una habitación, una habitación grande, cómoda y no demasiado ruidosa. Oscura pero viva, viva pero amable,amable pero no codiciosa.
Manchee levanta la pata en casi todos los rincones que encuentra, hasta
vaciar la vejiga, y luego, parloteando, se mete debajo de un matorral,
supongo que para aliviar necesidades más gruesas.
Sin embargo, eso a la ciénaga no le importa. ¿Por qué iba a importarle? Es solo un cúmulo de vida que gira sobre sí misma, que se revuelve, se recicla y se devora, y que nunca deja de crecer. De todos modos, es cierto que hace ruido. El ruido jamás cesa, ni siquiera en lugares como este, pero el de aquí es más relajado que el del pueblo. Tiene un tono distinto, de
curiosidad, de seres que se preguntan quién eres y si constituyes una
amenaza para ellos. En cambio, el pueblo ya sabe de ti y quiere saber aún más, quiere echarte en cara todo lo que sabe y llegar hasta el último rincón de tu ser.
El ruido de la ciénaga, sin embargo…El ruido de la ciénaga no es más que
pajaritos que recuentan sus atribulados pensamientos de pajarito. ¿Dónde hay comida? ¿Cómo vuelvo a casa? ¿Estaré a salvo? Ytambién ardillas céreas, las pequeñas pillastres que se burlan de tisi te ven y de sí mismas sino, y ardillas ruginosas, bobaliconas como niños pequeños; a veces, escondido en el follaje, un zorro de la ciénaga imita el ruido de las ardillas
con el propósito de localizarlas y cazarlas, y menos veces aún, los mávenes cantan sus extrañas canciones de maven, y, una vez, juro que vi fugazmente
las dos largas patas de un casorí que corría, pero Ben dice que eso es
imposible, que los casoríes abandonaron la ciénaga hace tiempo.
No sé. En general, me fío de lo que veo.
Manchee sale del matorral y viene a sentarse junto a mí, pues me he
detenido en una senda. Mira alrededor para ver lo que estoy observando y
dice:
—Buena caca, Todd.
—No lo dudo, Manchee.
Espero no recibir otro chucho descerebrado cuando llegue mi próximo cumpleaños. Lo que quiero este año es un cuchillo de caza como el que Ben lleva en el cinturón. Ese sí que es regalo para un hombre.
—Caca —musita Manchee.
Nos ponemos en marcha. Llegaremos al lugar en el que crecen los
manzanos tras recorrer unos cuantos senderos y salvar un tronco caído que Manchee nunca es capaz de superar por sí solo. Al llegar a él, tengo que
cogerlo en brazos y depositarlo sobre la parte alta. A pesar de que sabe de
sobra lo que estoy haciendo, insiste en patalear como una araña panza
arriba y armar barullo sin motivo.
—¡Estate quieto, tontaina!
—¡Suelo, suelo, suelo! —aúlla, revolviéndose en el aire.
—Perro estúpido.
Lo dejo sobre el tronco y me ocupo de encaramarme. Luego, ambos
saltamos al otro lado, y Manchee, al aterrizar, ladra:
—¡Salto! —Echa a correr, pero no se calla—. ¡Salto! —insiste.
El tronco caído es el lugar en el que empieza la verdadera ciénaga, y loprimero que ves es el conjunto de los viejos edificios zulaques cerniéndose sobre ti desde las sombras, como las gotas fundidas de un helado de color pardo. Nadie sabe o puede recordar qué son estas construcciones, pero la
teoría de Ben, tan dado él a las teorías, apunta a que guardan relación con
algún propósito funerario. Tal vez fueran una especie de iglesia, pero hay que tener en cuenta que los zulas, que se sepa en Prentisstown, no
profesaban ninguna religión.
Me mantengo a distancia y me introduzco en el pequeño bosquecillo de manzanos silvestres. Las manzanas están maduras, casi negras, casi comestibles, como diría Cillian. Arranco una y le doy un mordisco; un chorretón de jugo me resbala por la barbilla.
—¿Todd?
—¿Qué, Manchee? —Me saco del bolsillo trasero la bolsa de plástico
que he traído y empiezo a llenarla de manzanas.
—¿Todd? —insiste, y esta vez advierto cierto tono en su ladrido que me
obliga a darme la vuelta y ver que está mirando los edificios zulaques con el
pelo del lomo erizado y las orejas erguidas.
Me enderezo.
—¿Qué pasa, chico?
Se ha puesto a gruñir, a enseñar los dientes. Noto que el pulso se me
acelera.
—¿Es un cocodrilo? —pregunto.
—Silencio, Todd —gruñe Manchee.
—Vale, pero ¿qué es?
—Es silencio, Todd. —Da un ladrido corto, un ladrido auténtico, un
ladrido que solo significa eso, un ladrido, y el cuerpo se me tensa y la
sangre se me agolpa en las venas—. Escucha —gruñe.
Yescucho.
Y sigo escuchando.

Chaos WalkingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora