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Camino por las calles del pueblo Meit las cuáles estan tan solas a esas horas de la mañana, la caricia del sol en mi piel me hacía estremecer. Hoy todo esta en silencio, desde que he llegado aquí, no había presenciado dicha soledad.

Los pajaros haciendo su presencia por el cielo me hacian sentir más sola que nunca.

Me dirigía hacía la casa de la señora Berta, he quedado que la ayudaría con algunas cosas de su casa. Me sentía ansiosa, desde que he llegado aquí solo me he relacionado con dos personas, la amiga de mi abuela y su nieta. Quizás la señora Berta me presente a sus hijos o nietos, para poder hacer amigos.

Aunque no me quejaría si no lo hace, en mi antigua vida sólo tenía un amigo, mi papá, y con él me bastaba y sobraba, me encantaba pasar tiempo con él, que me contará sus anécdotas, que hiciera sus chistes tontos.

Una sonrisa se dibujo en mi rostro, recordarlo me hace sentir muy feliz y orgullosa por él, además dio mucho por mí, estuvo conmigo en las noches más frías y en las más calídas.

—Hey tú niña— una voz resonó atrás de mi espalda.

Me giré sobre mis talones y admiré a una señora de cabellera rubia, pasada de los treinta y que cargaba muchas bolsas. Me acerqué a ella y le regalé una cordial sonrisa.

—¿Sí? ¿En que la puedo ayudar señora?

—¿Tú eres la niña que va ayudar a berta?— asentí—yo soy su vecina un gusto- me extendió la mano, se la estreché con amabilidad

—El gusto es mío

—Berta me hablo de ti, ven vamos te acompaño y así me ayudas con unas bolsas—hizo un gesto con la mano—No estamos tan lejos.

—Claro—cogí dos bolsas llenas de artículos un tanto lijeros que me extendió con sus manos y comenzamos a caminar en silencio.

La señora de piel bronceada y cabello rubio tarareaba una melodía, una melodía que se me hizo un tanto familiar, estuvimos caminando durante un rato más, pasábamos casas que a simple vista se notaba su antigüedad, en cada manzana que pasábamos las casas se volvían más deterioradas hasta que la señora de piel bronceada dejó de caminar y volteó a verme con sus ojos claros  y su mirada cansada.

Me regalo una sonrisa y extendio sus manos para que le entregara las bolsas.

Le devolví la sonrisa y le entregué las bolsas

—Muchas gracias niña, ahí vive Berta—señala atrás de mí, una casa con paredes  descuidada de dos plantas, y un cesped bien podado.

Le regalé una sonrisa de agradecimiento y la mujer se marchó al interior de su hogar. Saqué del bolsillo de mi pantalón un papel doblado y arrugado, verifique la dirección y el número de casa. Al ver que todo estaba correcto me dirigí a la descuidada casa a pasos lentos. No conozco a la señora Berta en persona, sólo compartimos una llamada por casualidad y ella me conto su situación, que necesitaba ayuda y yo gustosamente la acepté. Además, la señora Sara me contó que Berta es su amiga desde hace mucho tiempo y que es una buena persona.

Al estar en frente de la puerta, toqué dos veces con las manos echas en puños y esperé pacientemente.

La puerta fue abierta bruscamente, me sobresalté y observé con curiosidad como del interior de la casa salió un gato de pelaje espeso y de color negro, sus ojos verdes esmeralda viéndome con cautela.

—¡Kray! Ven aquí, gato travieso— una mujer mayor de tez pálida apareció en busca del gato de pelaje espeso.

—Oh, disculpa, tú debes de ser Anniel ¿No es así? —sus ojos color café se encontraron con los míos, transmitiendome calidez y confianza.

—Sí, un gusto señora Berta—le extendí mi mano con una sonrisa, cogió mi pequeña mano y le dio un apretón suave

—Ven, entra, tenemos muchas cosas por hacer— se hizo a un lado de la puerta con el gato negro en sus brazos.

Entre tímidamente a la casa la cuál tenía un olor peculiar como a cacao con... Con algo más, un olor poco común para mí. La casa de la señora Berta es más agradable por dentro que por fuera, con muebles de cuero, piso de una madera oscura fina y bien pulida, en las paredes muchas fotografias de niños y adolescentes. Supongo que son los hijos de Berta o sus nietos.

Me acerqué a un cuadro cerca de las escaleras en forma de caracol. En la fotografía se encontraba dos niños comiendo un brownie, de unos siente u ocho años con unas sonrisas que transmitía inocencia y pureza. El del lado izquierda con una gran melena rubia y unos ojos azules intensos mientras que el del lado derecho es todo lo opuesto, con una cabellera negra y unos ojos grises tan claro. Acaricié el cuadro con las yemas de mis dedo, sacándole un poco de polvo.

Me gustaría saber quién son esos niños, ¿son hijos de Berta o nietos? Como si Berta leyera mentes respondió:

—Son mis nietos Adam y Sam — sus palabras fueron expulsadas con una nota de dolor y tristeza.—Fue tomada antes de la tragedia.

Me quedé en absoluto silencio, no quería hacerle preguntas sobre sus nietos, no quería incomodarla, me dediqué a admirar los otros cuadros, pero la curiosidad término ganando.

—¿Cuál tragedia? —le pregunté en un susurro.

—Antes que rompieran el pastel de mi hija menor y por accidente quemaran la decoración con las velas del pastel, estuvo por una semana deprimida, es muy sencible y digamos que el acto travieso de los primos, le costó mucho emocionalmente a mi hija.

Un suspiro de alivio salió por la comisura de mis labios, por un momento me imaginé otra escena aún más perturbadora aunque no estoy minimizando, el suceso grave que ocurrió.

—Ven, quiero que me ayudes a subir algunas cosas al sótano.

Sin protestar seguí los pasos de la dueña de la casa, al fin al cabo me ofrecí a ayudarla con lo que necesitara por su dolor de espalda.

SAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora