Prefacio

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"Fragmentos"


Sábado, 20 de Julio del 2019.


Ambas figuras caminan deprisa por el umbral de la escalera mientras yo intento seguirles el paso a rastras. La figura más grande jala a la otra con fuerza, mientras esta gime de dolor haciendo eco en el gran vestíbulo de aquella mansión abandonada.

La luz plateada de la luna alumbra por los inmensos ventanales como ojos vacíos que están separados simétricos en las paredes con tapiz, bajando los escalones. Es ahí cuándo se puede visualizar con más apremio a Bex–la sombra más pequeña–; ella mantiene su cabeza gacha, casi como un maniquí enfermizo, andrajosa y con su lindo vestido blanco con cientos de rosas bordadas hecho jirones, mientras heridas salen a relucir en casi todo su cuerpo medio desnudo.


Cuencas de globos oculares vacías,

como el alma corrupta de la muñeca descalza,

admirar la luz que la alumbra como si fuera una flor que con solo el soplar del viento fuerte sucumbió.


–¡Dile que me suelte, D! ¡Por favor! –ruega por su vida sin cesar, tratando de soltarse de cualquier manera del furibundo agarre. Lo único que logra en cambio es un fuerte zarandeo que le hace resbalar un escalón, pero la corpulenta figura masculina la sostiene por sus largos y dorados rizos antes de que pueda saborear el piso.


Mármol manchado de sangre,

sangre goteando de las piernas blancas como la porcelana,

ambos formando una gruesa corriente de color carmesí.


Intento de nuevo sostener mi propio peso con la finalidad de socorrer a Bex, pero vuelvo a caer con un golpe seco en el frío piso. Mis extremidades están imposibilitadas para siquiera poder caminar, la planta de mis pies quemados me causan un dolor insoportable que me nubla la visión. Haciendome un organismo totalmente inútil en esa situación en donde más se necesita correr.


Aire helado entumece los huesos,

embotando los sentidos,

mareando el dolor hasta convertirlo en una droga.

Los gritos no son escuchados por oídos samaritanos, y quedan mitigados por la demencia del opresor detestable.


–¡Te lo suplico! ¡Matame a mí!–intento interceder de alguna forma, tratando de al menos obtener un cambio de opinión pronunciando su apodo poco usado. Lo hago girar con rapidez y este suelta el agarre de la muchacha.

Es así como cae con gran estruendo golpeando su cabeza contra el piso, ocasionando un eco que corre por todo el lugar. Por lo que la chica tan ensordecida por su quebrantado equilibrio tampoco logra encontrar las fuerzas necesarias para volver a levantarse, me aseguro con mi mirada de que eso no haya resultado fatal, que siga el vaivén de sus respiraciones, y la veo tratar de estirarse boca abajo, moviéndose con absoluta dificultad, apenas logrando estirar un poco su brazo maltratado.

La mirada celeste llena de satisfacción del hombre me estudia desde el final del barandal con forma de enredadera dorada. Haciendo contacto visual con mi desastrosa apariencia; varios cortes punzantes de diferentes tamaños palpitan en mi rostro, medio quemada y solo vestida con un pijama de encaje de bruselas que por la sangre se pega traslúcido a mi piel.


Frío duerme los músculos adoloridos,

hiela el corazón roto,

solo se siente el miedo carcomiendo la parte inmaterial del cuerpo,

que con la muerte descansa.


–Oh, linda, linda, linda... –canturrea cínicamente, cuando una sonrisa diabólica comienza a dibujarse en su rostro, mezclada con la sangre ya casi seca que corre desde su cabeza hasta su cuello–. Creo que estás algo atrasada ante los hechos.

Sonríe todavía más, mientras el brillante filo de una pequeña daga sale a relucir desde el bolsillo de sus sucios jeans. Aquella daga tan perfectamente pulida que incluso se podía ver su propio reflejo estaba destinada a Bex.

El chillido que solté de pronto por el insufrible dolor de mis heridas lo hizo detallarme por más tiempo

–Aún así, te ves hermosa. Realmente hermosa.

Le transmito todo lo que siento por su horrible alma maligna con una mirada, que deseo que sea mortal, como si tuviera el poder austero de la gorgona que tiene nombre de un invertebrado marino de cuerpo gelatinoso.

–¡Oh, vamos!, no me mires así, D–la diversión al pronunciar ese apodo se puede ver burbujeante en todo su actuar–. Sabías que esto se convertiría en algo mucho más grande, más excitante...después de todo, somos fuego, y el poder de la atracción que nos embarga nos hace cometer lo que nunca pensamos posible.

Su argumento tiene pies y cabeza; ejemplos para confirmarlo brotan y abundan en mis pensamientos melancólicos. He cometido tantos errores, he hecho cosas tan malas, tan imperdonables.

Sus manos toman y juegan con la daga, acercándola a su rostro. Tiene todo el control de la situación, de lo que nos queda de vida. Es poseedor de la decisión que nos hará bien o mal, si es que aún nos podemos brindar la palabra bien para con nosotros. Nosotros monstruos que vagamos en la oscuridad, que en la claridad atacamos como si fuéramos seres celestiales que están lejos de todo acto pernicioso, nuestra doble careta es creída y alabada, pero entre demonios y demonios nos reconocemos.

La escena descrita muestra dos criaturas casi diabólicas, y el juego es confirmar si estás en lo correcto.

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