𝚍 𝚘 𝚌 𝚎

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Dejamos la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta

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Dejamos la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entramos.

—Espera aquí Potter—me pidió con seriedad—Enseguida vendrá el director.

Y me dejó sola.

Con nerviosismo miré a mi alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante de todos. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsada del colegio, habría disfrutado observando aquel entorno mágico y espectacular.

Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había aparatos muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

Dudé por un segundo. Eché un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las paredes, parecían realmente sumidos en su sueño. Me retorcí las manos. Seguramente no haría ningún mal poniéndomelo de nuevo. Sólo para ver si..., sólo para asegurarme de que me había colocado en la casa correcta.

Me acerqué sigilosamente al escritorio, tomé el sombrero del estante y me lo puse despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se me caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que me lo había puesto. Esperé mientras me mordía con fuerza el labio, pero no pasó nada. Luego, una sutil voz me dijo al oído:

—¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Alyssa Potter?

—Mmm, no —respondí insegura—. Esto..., lamento mucho molestarte, pero quería preguntarte…

Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —respondió acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste una chiquilla bastante difícil de colocar. Eres inusualmente... extraña. Pero mantengo lo que dije... aunque —contuve la respiración—sigo sosteniendo que podrías haber ido a Slytherin.

El corazón me dio un vuelco. Agarré el sombrero por la punta y me lo quité. Quedó colgando de mi mano, mugriento y ajado. Algo mareada, lo dejé de nuevo en el estante.

—Escucha, no te ofendas, pero aunque seas un sombrero mágico puedes equivocarte—dije en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero—Yo soy de Gryffindor, ¡pertenezco a la casa de los valientes!— Éste no se movió más.

Me separé un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un ruido como de arcadas me hizo volverme completamente.

No estaba sola. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado. Lo miré, y el pájaro me devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy viejo y enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

—No te ves nada bien amiguito—murmuré, acercándome cautelosamente.

Solté una amarga risita cuando el repentino pensamiento de que lo único que me faltaba era que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba conmigo a solas en el despacho.

Hubo un destello y una explosión.
Proferí un grito de horror cuando el pájaro comenzó a arder y retrocedí hasta el escritorio. Busqué por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vi ninguno. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.
La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

—Profesor —jadeé consternada, mientras mis ojos se humedecían—, su ave..., no pude hacer nada..., acaba de arder...

Para mi sorpresa, Dumbledore sonrió. Yo estaba a punto de llorar y mi director parecía tranquilo ante el destino de su pájaro.

—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.

Se rio de mi cara atónita que ponía.

Fawkes se prende fuego cuando le llega el momento de morir, y luego renace de sus cenizas.

—Es un Fénix—susurré sorprendida y a la vez aliviada. Ya comenzaba a creer que todo lo que se me acercaba iba a morir.

—Así es. Mira...

Dirigí la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.

—Es una pena que lo hayas tenido que ver el día en que ha ardido —se disculpó Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.

Con el susto del incendio de Fawkes, me había olvidado del motivo por el que me encontraba allí, pero lo recordé en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en mi sus ojos penetrantes, de color azul claro.

Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.

— ¡No fue Allie, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con ella segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, ella no tuvo tiempo...
Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.
—... No puede haber sido ella, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario...

—Hagrid, yo...

—Usted se confunde de chica, yo sé que Allie nunca...

—¡Hagrid! —lo interrumpió Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Allie atacara a esas personas.

— ¿Ah, no? —preguntamos Hagrid y yo al mismo tiempo, y el gallo dejó de balancearse a su lado.

Miré a Hagrid ruborizarse.

—Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.

Y, con cierto embarazo, salió del despacho.

—¿Usted no cree que fui yo, profesor? —repetí esperanzada, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.

—No, Allie —respondió Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar contigo.

Aguardé con ansia mientras Dumbledore me miraba, juntando las yemas de sus largos dedos, analizándome con sus brillantes ojos azules. Con esa mirada me era difícil mantener mis secretos a salvo.

—Quiero preguntarte, Allie, si hay algo que te gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea.

No supe qué decir. Pensé en Malfoy gritando: « ¡Los próximos serán los sangre sucia!», y en la poción multijugos, que hervía a fuego lento en los aseos de Myrtle la Llorona. Luego pensé en la voz que no salía de ningún sitio, oída en dos ocasiones, y recordé lo que Will me había dicho: «Oír voces que nadie más puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.» Pensé, también, en lo que todo el mundo comentaba sobre mí, y en mi creciente temor a estar de alguna manera relacionada con Salazar Slytherin...

—No señor —respondí mordiendo el interior de mi mejilla—, no tengo nada que contarle.

***

La doble agresión contra Justin y Nick Casi Decapitado convirtió en auténtico pánico lo que hasta aquel momento había sido inquietud. Curiosamente, resultó ser el destino de Nick Casi Decapitado lo que preocupaba más a la gente. Se preguntaban unos a otros qué era lo que podía hacer aquello a un fantasma; qué terrible poder podía afectar a alguien que ya estaba muerto. La gente se apresuró a reservar sitio en el expreso de Hogwarts para volver a casa en Navidad.

—Si sigue así la cosa, sólo nos quedaremos nosotros —nos dijo Ron—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y Goyle. Serán unas vacaciones deliciosas.

Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo mismo que Malfoy, habían firmado también para quedarse en vacaciones. Pero estaba contenta de que la mayor parte de la gente se fuera. Estaba harta de que se hicieran a un lado cuando circulaba por los pasillos, como si fueran a salirme colmillos o a escupir veneno; harta de que a mi paso los demás murmuraran, me señalaran y hablaran en voz baja.

Fred y George, sin embargo, encontraban todo aquello muy divertido. Me salían al paso y marchaban delante de mi por los corredores gritando:

—Abran paso a la heredera de Slytherin, aquí llega la bruja malvada de veras...

Percy desaprobaba tajantemente este comportamiento.

—No es asunto de risa —decía con frialdad.

—Quítate del camino, Percy — advertía Fred—. Allie tiene prisa.

—Sí, va a la Cámara de los Secretos a tomar el té con su colmilludo sirviente—dijo George, riéndose.

Gideon tampoco lo encontraba divertido.

—¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred me preguntaba a quién planeaba atacar a continuación, o cuando, al encontrarse conmigo, George hacía como que se protegía de mi con un gran diente de ajo.

A mi no me importaba; incluso me aliviaba que Fred y George pensaran que la idea del heredero de Slytherin era para tomársela a broma. Pero sus payasadas parecían enervar a Draco Malfoy, que se amargaba más cada vez que nos veía con aquella broma.

—Eso es porque está rabiando de ganas de decir que es él —dijo Ron sentenciosamente.

—Ya sabes cómo aborrece que lo superen en cualquier cosa, y tú te estás llevando toda la gloria de su sucio trabajo—espetó Will.

—No durante mucho tiempo —dijo Hermione en tono satisfecho—. La poción multijugos ya está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre él.

Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó un silencio tan vasto como la nieve en los campos. Más que lúgubre, me pareció tranquilizador, y me alegré de que mis amigos y yo pudiéramos gobernar la torre de Gryffindor, lo que quería decir que podíamos jugar al snap explosivo dando voces y sin molestar a nadie, o podíamos batirnos en privado.

𝐴𝑙𝑦𝑠𝑠𝑎 𝑃𝑜𝑡𝑡𝑒𝑟||  ᶜ ᵃ ᵐ ᵃ ʳ ᵃ  ˢ ᵉ ᶜ ʳ ᵉ ᵗ ᵃ (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora