7. Mi manera de sobrellevarlo

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La angustiante sensación que me perseguía los últimos meses, esa noche, no me dejó dormir.

Tantos pensamientos, tantos recuerdos que me dolía el alma. Y la frustrante impotencia, de que por más que intentara dejar de pensar, era inevitable. Por las noches siempre se avecinaba lo que en el día trataba de alejar. Me tomaban con la guardia baja y se aprovechaban de esa vulnerabilidad para atormentarme sin dejarme descansar.

Por lo que ahora las ojeras que cargo bajo mis ojos se acentúan aún más.

—Te ves terrible —señaló Víctor.

—Gracias.

—¿Estás bien, Bastian?

—Fue una mala noche, eso es todo. No te preocupes —mentí para salir del paso.

—Quiero que sepas que puedes contar conmigo. Cuando estés listo, aquí tendrás un par de oídos dispuestos a escucharte.

Sonreí agradecido y continuamos en silencio con nuestro camino.

Desde que me defendió de aquel bravucón nos veíamos más frecuente en los pasillos. Se acercaba y me hacía preguntas como esa. De vez en cuando en los recreos nos juntábamos a conversar de cualquier cosa, también hemos hecho trabajos escolares juntos.

Entramos al aula y nos acomodamos uno al lado del otro.

Hacía tiempo que no compartía algo así con alguien. Con un amigo.

En Buenos Aires no tenía muchos, por no decir ninguno. Me conformaba con estar junto a mi melliza, y era suficiente para mí. No necesitaba a nadie más mientras ella estaba conmigo.

A veces las personas entran a tu vida para ser ayudados, o para ayudarte a ti.

Pareciera que, Víctor, fue enviado por ella.

•••

Me encuentro en la biblioteca, aprovechando la hora libre, leyendo el libro que cargué en mi mochila esta mañana.

—¿Desde cuándo lees vos? —interrogó Tyra, sentándose frente a mí.

—Desde hace un tiempo —respondí mirándola de reojo—. Es un nuevo hábito que agregué para mi tiempo libre. Un nuevo escape de la realidad.

—Sabía que algún día te pasarías al lado de los sabios —bromeó.

—Sí...

Antes de continuar me interrumpí a mí mismo.

«Por ella fue que comencé a leer. Siempre decía que era lo mejor para escapar unas horas».

—De todos modos, me encanta que lo hayas hecho —confesó—. ¿Qué lees?

Matar a un reino.

—Mi favorito —sonrió.

—Lo sé. Por eso comencé con este. Una vez me lo recomendaste —recordé y vi como apartaba la mirada.

«Quien iba a imaginar que ella misma me dejaría en la miseria para salvarme después».

—Es mi manera de sobrellevarlo —admití.

•••

Víctor me encontró a mitad de mi lectura, preocupado porque no lograba dar conmigo.

—Sé que estás pasando por algo y respeto tu deseo de guardarlo para ti, aún así debes pensar en otras cosas —aconsejó, mientras se acomodaba a mi lado—. ¿Te parece ir a mi casa cuando salgamos? Prometo que la comida de mamá te encantará —aseguró sonriente.

—No tienes porqué hacerlo Víctor...

—Claro que sí. Eres mi amigo y quiero verte bien. Además, ¿cómo quieres que me sienta si mi amigo no quiere pasar tiempo conmigo?, ¿tienes otro verdad? —dramatizó y reí ante su ocurrencia.

—Gracias Víctor —contesté sincero. El nudo en la garganta por sus palabras no me dejaba agregar algo más.

Me ayudó a terminar de recoger mis cosas y antes de abandonar el instituto saqué mi teléfono y marqué el número de mi madre.

—Avisaré a casa, no me pierdo ese almuerzo por nada —anuncié.

—Excelente decisión.

Por Siempre, Tyra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora