A veces me gusta fingir que ella no se ha ido, que me acompaña día a día, que está a mi lado dándome órdenes y bromeando en cualquier circunstancia, como solía hacerlo.
Me gustaba pensar que estaba conmigo, riendo y charlando, que aún conservaba su sonrisa y esa manera de libertad que cargaba. Me gustaba fingir sabiendo que me acompañaba, que ella seguía siendo la misma de antes que partiera.Quería tenerla presente así como era antes de irse, antes de su enfermedad y antes de que su mundo se viniera abajo.
—Yo también la extraño —comenzó mi madre—. Recuerdo la vez que nacieron. Primero ella, y después vos. Ahí supe que los amaba más que a nada, y me propuse ser la mejor madre por y para ustedes. A veces pienso que fallé. Que podría haber hecho más, pero se salió de mi alcance. No había nada que yo pudiera hacer, y eso me hacía sentir impotente. ¿No se supone que las madres podían solucionar todo? —suspiró y dirigió la mirada hacia el portarretrato que posaba sobre el mueble de la sala—. Antes de irse, me hizo prometer que saliéramos adelante, que fuéramos felices. A pesar de todo, hasta su último deseo fue pensando en nuestro bienestar y que nos quedáramos con esa imagen suya yéndose en paz.
Dirigí la vista hacia el mismo portarretrato y nos vi; papá sosteniendo a Zhoue, yo y mi melliza tomados de la mano, y mamá abrazándonos por detrás. Eso fue antes de que supiéramos que su enfermedad estaba lo suficientemente avanzada, y que semanas más tarde estuviera esperando por un donante.
—Fue un placer para mí ser su madre durante su estadía con nosotros, y aunque me sigue doliendo, sigo de pie por lo mismo que me pidió. Sigo de pie por ella, por ustedes y por mí.
—Sé que querría vernos feliz.
—Es cuestión de asumir que ya no está, no es sano seguir creyendo que sigue entre nosotros como si nada. Siempre la llevaremos en el corazón. Debemos darle la paz que tanto necesitaba aunque para eso debamos tomarnos nuestro tiempo. Se trata de asumir, no de olvidar.
Asentí con la cabeza y la miré a los ojos.
—Debo salir un momento.
—Ve con cuidado, te amo Bastian.
—Te amo mamá —Me levanto del sillón y beso su mejilla.
Tomo un abrigo y me dirijo al ferrocarril abandonado mientras tecleo en mi teléfono un mensaje.
Los grafitis decoran casi todo rastro de la vieja pared. La mayoría son garabatos, otros son nombres o dibujos, algunos eran frases, o simplemente palabras al azar.
—¿Estás bien?
—Gracias por venir —Lo miro.
—Lo que sea Basti, puedes decirme —animó Víctor.
—Así me decía ella. Basti —comencé mientras alternaba mi vista entre él y la vieja pared, pero sentía su confundida mirada en mí—. Mi hermana, mi melliza. Ella falleció hace siete meses por insuficiencia cardíaca por Miocardiopatía, necesitaba un transplante de corazón.
Recorrí con mis dedos la pintura seca de la extensa pared, mientras continué con mi monólogo.
—Fue horrible. Cuando nos enteramos ya estaba muy avanzado y esa era su última opción —El viento arrastraba las palabras y el silencio permitía que mi garganta comenzara a picar—. Aún así, contra todo pronóstico, luchó hasta el final y nunca permitió que nuestras esperanzas se rompieran. Hasta el final siguió siendo ella.
A esas alturas las lágrimas bajaban por mis mejillas, solitarias y silenciosas.
—Era más que mi hermana, era mi mejor amiga, mi compañera y fiel confidente. Era la chica detrás de cada idea que siempre terminaba en regaños, la que siempre sabía que decir para sacarte una sonrisa y hacerte olvidar hasta el último de tus problemas —negué, recordando—. Era la luz de la familia, la optimista. La copia de su padre y con el corazón de su madre. Tan bondadosa, dulce y alegre. A su corta edad nos dejó muchas enseñanzas —revelé con un nudo en la garganta—. Me enseñó muchas cosas, pero no a vivir sin ella.
—A veces, fingir que me acompaña me recuerda que todo estará bien —admito por lo bajo, y lo miro.
—Y aunque así sea, está bien Bastian —dijo—. Yo creo que eres fuerte, no cualquiera lo habla tan abiertamente. Y seguramente ya has callado demasiado, y aún así tu fortaleza es inmensa.
Se acercó a mi lado, hombro con hombro, y miró hacia el frente.
—¿Cómo se llamaba?
—Tyra —musité y leí lo que tiempo atrás había escrito en aquel muro, y ya estaba listo para decirlo en voz alta—. Por siempre, Tyra.
Fin.
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Por Siempre, Tyra ©
Short StoryBastian es todo lo contrario a lo que alguna vez fue. Y por si fuera poco, mudarse a una nueva ciudad dejando todo atrás no ayudaba con el hecho de que él debía afrontar y asumir algunas cosas. Tal vez el nuevo ambiente era lo que necesitaba para co...