El día de nuestro octavo cumpleaños, nuestros padres nos llevaron a acampar.
Todo parecía estar de nuestro lado; el sol brillaba tanto que auguraba un gran día lleno de diversión, el tráfico era leve por lo que tardamos menos de lo normal en llegar, y la música que reproducía el estéreo nos animaba y nos ponía aún más ansiosos.
Mi hermana y yo, tan alegres como nunca, nos pusimos en marcha después de la hora del almuerzo. Armamos nuestra carpa, y luego fuimos en busca de ramitas para la fogata.
Claro que nos desviamos de nuestra tarea porque encontramos un lago cerca, y no tuvimos mejor idea que comenzar una guerra de agua.Volvimos junto a nuestros padres completamente empapados de cabeza a los pies, con barro en casi todo el cuerpo y sin ramitas.
•••
Cuando el circo llegó a la ciudad, le rogamos a nuestros padres que nos llevaran.
Insistimos tanto que al segundo día accedieron.
Nos gustó demasiado, que al día siguiente planeamos nuestra propia función.
Con tarimas formando nuestro escenario, la soga de colgar la ropa junto a mi sábana de El Hombre Araña y la de mi hermana de La Mujer Maravilla como telón, junto a un maquillaje desprolijo, reímos y nos divertimos una vez más.
Quisimos imitar un truco que habíamos visto, pero nos salió mal y mi hermana terminó rompiéndome un diente.
Estuvimos castigados por una semana.
La cual aprovechamos en construir un fuerte en nuestra habitación.
Nos agregaron una semana más de castigo por eso. Pero valió la pena.
•••
La vez que fuimos a visitar a nuestros abuelos al campo ya habíamos planeado una carrera.
Antes del almuerzo desaparecimos entre los grandes rollos de paja.
Estos estaban alineados en largas filas, por lo que cada uno eligió una y el que llegara primero al rollo final sería el ganador.
El viento impedía que abriera completamente los ojos, y el abrigo que llevaba puesto resultaba incómodo para ese momento.
Sentía el rostro congelado. Hacía mucho frío. Aproveché esa excusa y la dejé ganar.
Estuvo recordándome desde entonces que ella era la mejor.
Realmente lo era.
•••
La vez que me enfermé por quedarnos jugando bajo la lluvia, ella estuvo ahí cuidándome.
Actuaba como si fuera mucho mayor que yo.
Preguntaba a cada momento si necesitaba algo, si la almohada era cómoda, si quería comer dulces que se encargaría de traérmelo a escondidas. Prometía que nuestros padres no se iban a enterar. Si le decía que estaba bien, que no necesitaba nada, comenzaba a morderse las uñas de la mano en un gesto impaciente.
Sí. Fue raro que en ese entonces desbordaba paciencia cuando era propensa a no tener ni una pizca.
Para distraerme me proponía jugar algún juego. Su favorito era el Uno.
Nos quedábamos hasta tarde jugando, y cuando mamá nos mandaba a descansar se escabullía para vigilarme y estuviera bien.
Pasar tanto tiempo conmigo terminó por contagiarle el resfrío.
Y esa fue mi excusa para ser atento con ella.
Se lo debía.
•••
Volvíamos de la playa al camping cuando ella se desmayó.
Mamá gritaba pidiendo ayuda, papá desesperado iba por el auto y yo sostenía a mi hermanita bebé en brazos.
El corazón de mi hermana se había detenido.
Esa vez llegamos a tiempo al hospital más cercano, y una vez que la estabilizaron nos recomendaron volver a la ciudad. Necesitaba un especialista de inmediato.
Esa misma noche cargamos nuestras cosas y volvimos a Buenos Aires. En el hospital Garrahan ya nos esperaban.
Ella estaba terriblemente grave.
Después de varios estudios nos dieron los resultados. Insuficiencia cardíaca por Miocardiopatía.
Salió en todos los noticieros, periódicos y redes sociales que ella estaba primera en lista nacional para recibir un corazón.
Se abrieron varias páginas de ayuda y difundieron su situación, manteniéndola en el anonimato, solo con su inicial; T. Alvarado.
Allí supe que estábamos contra corriente y solo rezaba que su corazón resistiera un poco más hasta la llegada de un donante. De un milagro.
•••
Terminé de pasar la última página del álbum de fotos y sonreí ante tantos recuerdos que aquellas fotos resguardaban.
Sin dudas la mejor vida a su lado.
Nunca sabremos realmente el valor de un momento, hasta que este se convierte en un recuerdo.
Y sin duda yo guardaba los mejores, porque ella está en todos y cada uno de ellos.
—La mejor vida a tu lado —murmuré, pasando los dedos en su rostro en la fotografía.
Cerré el álbum y lo acomodé en su sitio.
A veces los recuerdos resultan devastadores.
Otros, te hacen vibrar hasta el alma.
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Por Siempre, Tyra ©
Short StoryBastian es todo lo contrario a lo que alguna vez fue. Y por si fuera poco, mudarse a una nueva ciudad dejando todo atrás no ayudaba con el hecho de que él debía afrontar y asumir algunas cosas. Tal vez el nuevo ambiente era lo que necesitaba para co...