2. COMPROMISO

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Fermín

Esta es la cuarta vez que me veo en el espejo, el nerviosismo que tengo me va a hacer estallar, repito las palabras una y otra vez frente al espejo:

"Sofía, gracias todo este tiempo que me has regalado"

─Has vuelto a cambiar la frase Fermín ─Me recrimino mirando con furia mi reflejo en el espejo.

Respiro profundo unas cuantas veces, cierro los ojos, recoge por la nariz, bota por la boca, recoge por la nariz, bota por la boca ─Me ordeno a mí mismo. Me doy cuenta que mis manos se encuentran hechas unos puños ─Bien, tienes que calmarte primero.

─Uno ─inhalo y exhalo. Dos ─inhalo y exhalo. Tres ─inhalo y exhalo. Lo repito un par de veces más, hasta que mis hombros descienden un poco por la relajación y, cuando creo que ya ha sido suficiente, abro mis ojos y me encuentro con mi reflejo nuevamente, levanto mi mano para mostrar la caja del anillo que descansa en ella a mi reflejo en el espejo.

"Sofía, sé que es poco el tiempo que llevamos juntos, pero seguro estoy de que te quiero toda la..."

─Joder Fermín lo has hecho mal otra vez.

La desesperación corre por mis venas, me desajusto un poco la corbata, con tanta presión terminaré ahorcándome.

Miro mi reloj por lo que pareciera fuera la millonésima vez, pero solo ahora es que logro darme cuenta que marca las 8 de la noche, un líquido frío cae por mis sienes, ya es la hora de marcharme, así que el ensayo de petición tiene que ser anulado.

Aunque he decidido dejar el ensayo a un lado, mi mente sigue trabajando en ello, recopilando las mejores frases para el momento en que me imagino la escena, pero sin ningún beneficio, no hay nada que pueda memorizar con esta presión que tengo ahora mismo; de lo único que puedo ser capaz, es de llevar mis manos siempre que puedo a mi bolsillo para asegurarme que la caja del anillo aún sigue allí.

La cena con Sofía es a las 8:30, y aunque aún es temprano, me apresuro para que no sea ella quien tenga que esperar.

Parece que hay poca gente en el restaurante; quizás porque sea exclusivo o porque es miércoles. Pero el restaurante es muy conocido, tanto que, pedí la cita para el fin de semana, pero ya no había plazas sino para dos meses. No quedó otra opción que ceder al miércoles.

Llego y anuncio mi llegada al receptor. Éste ordena a un mesero para que me ubique conforme a la reservación. Miro a todos lados, y gracias a Dios Sofía no está, no quería pasar la vergüenza de que estuviera allí.

La mesa no tiene una dimensión muy grande, diseñada para dos personas. Se encuentra en un lugar discreto, en un rincón del local, incluso, pasa casi de inadvertida por una columna que se encuentra en frente. Eso me genera paz, saber que no habrá quien pueda verme cuando le haga la petición a Sofía.

Miro mi reloj, una y otra vez, y mi pierna no ha dejado de moverse, no la puedo controlar de los nervios. El mesero tuvo la intención de servirme champán, pero me negué. Miro mi teléfono a ver si Sofía tendrá algún motivo para retrasarse, pero me doy cuenta que apenas son las 8:30 pm. Einstein relativizó el tiempo, seguro ha de tener razón, pero no sé nada de física. Lo vivo en primera persona, ahora mismo, mi tiempo pasa lentamente. Necesito relajarme, para que Sofía no me vea empapado de sudor.

Meto mi mano nuevamente en el bolsillo de mi pantalón, mis dedos dan con la caja acolchada donde descansa el anillo, saco mi mano y me doy unos golpecitos en el bolsillo del pantalón para asegurar el objeto dentro.

Levanto la mirada por casualidad y me consigo con el mejor vestido verde, entallado perfectamente por el cuerpo perfecto de Sofía, sus brazos y hombros están totalmente descubiertos, el vestido es sostenido por una tira que rodea su cuello, haciendo que la tela caiga y cubra sus pechos, su torso y descienda hasta sus pies.

AtadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora