Capitulo 8.

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¡Hola!

Bueeeeno, por fin subo capítulo, ya tocaba. Perdonarme por haber tardado tanto, he ido corta de tiempo y de inspiración... 

Espero que os guste, muchísimas gracias por leer.

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Subimos al tren y nada más sentarnos, apoyé mi cabeza en el hombro de Hugo y me dormí. Pasaron los minutos, hasta que su dulce voz me despertó de mi sueño. Le cogí la mano y bajamos, habíamos llegado a la estación de un pueblo cuyo nombre no pude leer. Dejé que me guiara por las calles poco transitadas y tranquilas de ese pequeño pueblo de montaña. Se paró delante de una casa, llamó a la puerta y una señora de unos setenta años, nos abrió la puerta.

- ¡Abuela! – dijo Hugo, nada más verla, dándole dos besos.

- Hola hijo, ¿Qué tal el trayecto en tren? – preguntó sonriente.

Era una mujer de unos setenta años, con el pelo blanco y rizado y con una expresión serena y dulce en su rostro, que me transmitía confianza y seguridad.

- Ha ido muy bien, se ha pasado rápido. – contestó Hugo. – Abuela, mira, te presento a Carla. – le di dos besos.

- Así que tú eres la famosa Carla… Hugo me habla de ti cuando viene a verme, desde que volvió de los campamentos no deja de contarme cosas sobre ti. – vi como Hugo se ruborizaba y se mordía el labio mientras me miraba disimuladamente. Me limité a sonreír.

La abuela de Hugo nos invitó a entrar en casa, donde pasamos a penas un cuarto de hora. Durante ese tiempo, Hugo no me soltó la mano, me hacía sentir más cómoda.

- Bueno abuela, nosotros nos vamos, ¿me has preparado lo que te pedí?

- Si, si, lo tengo en la cocina, acompáñame. – dijo, haciendo el gesto de levantarse.

Por unos momentos me quedé sola en el comedor de esa casa de pueblo. Observé todos los rincones, hasta que vi unas fotos y me acerqué para verlas más de cerca. Reconocí a Hugo en algunas de ellas, la mayoría eran de pequeño. Seguía igual de adorable.

Escuché la voz de Hugo llamarme des de la puerta, y fui hacia él. Llevaba una cesta en la mano, le miré y fruncí el ceño, a lo que él sonrió. Nos despedimos de su abuela y bajamos al garaje, de donde Hugo sacó una moto que debía tener unos cuantos años, pero seguía funcionando. Subí detrás, me abracé a él y cerré los ojos. Sentía el viento rozar  mi piel y me producía una sensación agradable.

Diez minutos después dejé de escuchar el ruido del motor y deduje que habíamos llegado. Bajé de la moto y observé lo que me rodeaba. Un bosque de pinos, el cual no se veía el final. Me di cuenta de que allí había una pequeña casa, a la que Hugo se dirigía.

Cuando vio que no le seguía, se giró y me hizo un gesto con la mano. Le sonreí y fui hacia él, que se encontraba abriendo la puerta de la cabaña.

Entramos y observé lo que había. Una chimenea, una mesa, un par de sillas y un sofá. Daba una sensación de acogedora, por muy sencilla que fuera. Hugo dejó la cesta en la mesa y me senté junto a él en el sofá. Vi como él observaba la cabaña con nostalgia en sus ojos. No quise preguntar, prefería que me lo contara él por sí solo.

- Ven, te voy a explicar una cosa. – me tumbé en el sofá justo colocando mi cabeza en sus piernas, de manera que pudiera verle el rostro. Con una mano empezó a recorrer mi pelo. Tragó saliva. – Mi abuelo era guardabosques. Todos los días venía aquí, incluso los domingos. Solo se quedaba en casa los días festivos, como Navidad. Le encantaba tumbarse entre los pinos y leer en verano, mientras que en invierno se limitaba a sentarse al lado del fuego y entretenerse con cualquier cosa. Le gustaba más estar aquí que en el pueblo, siempre me decía que podía ser él, que como este sitio no lo encontraría en ningún lugar. – sus ojos se empezaron a cristalizar. – Yo solía pasar las vacaciones en este pueblo, y venía muchos días con mi abuelo en este mismo lugar. Cuando estábamos aquí, le veía diferente. Le veía un hombre libre, se notaba que aquí encontraba su chispa. Cada verano hacia lo mismo, por mucho que creciera no iba a dejar la costumbre de venir aquí con él. Pero el año pasado fue el último en el que pude disfrutar de todo esto. Hace a penas seis meses que se fue. – me senté encima suyo, abrazándolo. – Y aún no he conseguido asimilarlo. Pero ¿sabes? Venir aquí me lo devuelve. Es como si volviera al pasado, cuando era un niño y me contaba cosas sobre los animales del bosque. – Al final la lágrima salió de sus ojos, pero antes de que llegara demasiado lejos, la sequé. – Creo que sabía que yo no iba a volver aquí con él, que justamente el último día que pasamos juntos, me dijo: “Hugo, solo tú sabes lo mucho que me importa este bosque y lo mucho que he pasado aquí. Y sé que para ti también es un lugar especial. Así que cuando yo ya no esté, quiero que esto sea tuyo. Pero con solo una condición, prométeme que no vas a llevar a cualquiera aquí, que solo llevarás a quien sea muy especial para ti.” Y se lo prometí. Eres la primera persona que pisa esto, Carla. – le miré a los ojos. – También eres la primera persona a la que le cuento todo esto. Eres muy especial para mi, desde el primer día que te conocí lo supe.

Le besé. En ese momento, sobraron las palabras de agradecimiento. Con ese beso le di a entender todo lo que importaba para mí. Cada día estaba más segura de que lo quería más que a nadie en el mundo y que era lo mejor que me había pasado hasta entonces.

- ¿Comemos? – me dijo, con media sonrisa en la cara.

- Claro, ¿qué has traído? – dije, mientras sacaba todos los alimentos de la cesta.

Había traído de todo. Comimos entre risas, el mal rato ya había pasado y nos disponíamos a pasar lo que quedaba de día disfrutando el uno del otro. Al terminar, salimos de la cabaña y cogidos de la mano, caminamos por el bosque. Nos perdimos entre los árboles, hablando, besándonos, estando juntos. Era en ese lugar donde veía que era él mismo, que se dejaba llevar. Sin darnos cuenta, llegamos a un pequeño rio. Como dos niños pequeños empezamos a tirarnos agua hasta acabar empapados.

Habíamos perdido la noción de tiempo, por suerte, Hugo miró el reloj en medio de la batalla de agua.

- ¡Vamos! ¡No tenemos tiempo! ¡El tren sale en media hora! – dijo, mientras salía corriendo perseguido por mí.

Llegamos a la cabaña, que se encontraba bastante lejos del pequeño río. Lo recogimos todo y volvimos al pueblo. A penas tuvimos tiempo para despedirnos de la abuela de Hugo. Fuimos hasta la estación corriendo. 5 minutos. Menos mal que llegamos justo cuando el tren empezaba a asomarse por el horizonte. Subimos y volví a quedarme dormida, estaba agotada, y aún quedaba ir a cenar en casa de mi tía con Hugo.

Nada más llegar a Madrid, pedimos un taxi y fuimos hasta su casa. Eran las ocho y media, y habíamos quedado con mi madre entre las nueve y nueve y media. Hugo me aseguró que no había nadie, que podía pasar tranquilamente. Llegamos a su habitación y me senté en su cama mientras él se cambiaba y se arreglaba. Sonreí al ver una foto colgada en su pared: la primera que nos hicimos él y yo en los campamentos. No solo había esa, si no muchas más, y la mayoría eran de ese mismo verano.

Noté unos brazos abrazándome por detrás, y su cabeza apoyándose en mi hombro.

- ¿Te acuerdas? – preguntó, señalándome una foto de la primera noche que pasamos en los campamentos, donde por azar, nos pusieron en el mismo grupo.

- Claro que me acuerdo, eras el más guapo de todos. – dije, sonriend y dándole un corto beso en los labios. - ¿Vamos? Si no llegaremos tarde.

Fuimos directos a casa de mi tía, donde ya nos esperaban con la mesa puesta. Abrí la puerta y me dirigí al comedor, de la mano de Hugo. Entré y mi tía y mi madre vinieron hacia nosotros. Respiré hondo y lo presenté. Mi madre con una amplia sonrisa le dio dos besos, al igual que hizo mi tía.

Nos sentamos a cenar los cuatro, mi padre trabajaba hasta tarde, a penas les había visto esos días, y por lo que tenía entendido le iba a ver menos aún. La cena fue mejor de lo que me esperaba, mi madre no me incomodó, ni a mí ni a Hugo. Terminamos de cenar, Hugo tenía que volver a casa, así que le acompañé a la puerta.

- ¡Espera! – oí como gritaba mi madre des de la otra punta del piso. – Hugo, ¿quieres quedarte a dormir? – me sorprendió esa pregunta, pero le sonreí y él no se negó.

Lo guie hasta la habitación en la que dormía, y mi tía le prestó un pijama de mi primo, que se había dejado antes de independizarse. Estábamos los dos muy cansados, había sido un día perfecto, pero agotador. Nos tumbamos en mi cama, le abracé, le di un suave beso y me dormí pegada a él. Le tenía a mi lado, y me sentía más segura que nunca.

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2012 ⏰

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