Capítulo dos

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C A P Í T U L O 2

El vestido.

- En mi boca no hay control... ¡Me voy cayendo a sus pies! - canto en la ducha - Na, na na na - tarareo, sin presionarme por recordar esa parte de la canción - ¡Si todo me sale bien, lo haré de nuevo otra vez! - grito más que cantar.

"El rock del gato" de Los Ratones Paranoicos, suena en mi celular, el cual se encuentra en el lavabo de mi baño. Los temas viejos siempre van a ser mis favoritos.

- ¡¿Te podes callar un poco?! - oigo a Manuel gritarme detrás de la puerta - Es más un aullido que un canto eso, hermano - dice con una carcajada.

Salame. No entiende mi pasión.

- ¡Eh, che! Dejame cantar tranquilo. Cuando vos te bañas yo no te digo que hacer, mexicano trucho - digo divertido.

- ¡Deja de decirme así, idiota!

Segundos después escucho un portazo. Manuel se encerró en su habitación muy enojado parece.

Soy un idiota.

¿Cómo no iba a enojarse?

Manuel había pasado parte de su infancia en México, con nuestro viejo. Fue en un momento que mis viejos estaban en una crisis de matrimonio, o algo así. Ellos habían discutido y fue tan fuerte su discusión -por quién sabe qué-, que cada uno se quedó en casas diferentes, pero en distintos países. Si, algo re loco.

Mi mamá y yo nos quedamos acá, en Argentina con nuestros vecinos apoyando a Mora, mi mamá, en su depresión. Mientras que mi viejo, junto a Manuel -quien en ese tiempo tenía tan sólo cuatro años, un año mayor que yo-, se fueron a México, de visita a algunos viejos amigos de mi papá. No recuerdo mucho ya que yo era muy pequeño. Sólo tengo fugaces recuerdos junto a una pequeñísima Marizza, jugando por nuestros jardines, pintando, bailando, comiendo, etc.

Fueron unos tres años alejado de mi viejo cuando él y Manuel volvieron a casa. Manuel tenía siete años de edad, mientras que yo tenía seis. Él había vuelto con un distinguido tono mexicano, del cual ya no hay rastro. Parece que esos años quedaron en el olvido desde el suicidio de nuestro padre, hace aproximadamente cinco años.

Decirle ese tipo de boludeces como "mexicano trucho", o cosas que tengan que ver con México, donde él prácticamente se crió junto a nuestro viejo, era volver a abrir una herida que todavía no había cerrado.

No voy a entrar en detalles porque no me gusta recordar esas cosas tan feas de mi pasado, pero para resumir; mi viejo se disparó para salvarnos de un enemigo desconocido que habia seguido los pasos de mi padre por años. Al rastrearlo, Sergio, mi viejo, se suicidó para cuidarnos y que ese tipo no contacte con nuestra precisa ubicación. Mi viejo era un grande, un tipo que se jugó por si familia, y que al día de hoy, respeto por su desesperada decisión. Aunque lo extrañe demasiado.

Marizza, en ese momento tan duro para mi, estuvo presente. Ella fue quien me escuchó llorar por noches enteras, quien se desveló conmigo intentando entender el porqué de todo, quien me ofreció su hombro para acurrucarme, sus brazos para abrazarme, sus pulgares para secar mis lágrimas, su cama para dormir cómodo aunque ella al otro día tuviese dolores musculares por dormir mal. Ella fue un pilar fundamental en mi vida, y todavía lo es.

Desvío mis pensamientos a ésta noche, donde pienso disfrutar con mis amigos. Ya me disculpare con Manuel cuando salga de bañarme. Él sufrió más la muerte de mi padre ya que él se crió por tres años sólo con él, y sus heridas todavía no cicatrizaron del todo.

Desde que te ví. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora