Capítulo tres | segunda parte.

1K 69 38
                                    

C A P Í T U L O 3
Una noche en el infierno.

- ¡Para Pablo, por favor! - grita alguien detrás de mí. Pero la ira me carcome, me ciega. No puedo detenerme.

- ¡Éste hijo de puta! - grito con furia, dejando un golpe de puño cerrado en el labio de el tipo que tengo debajo de mí.

¿Qué sucede?

Simple:

Marizza movía sus caderas de un lado al otro, y cada tanto, me enseñaba a mover las mías. Nuestras cinturas estaban en un vaivén de izquierda a derecha, hacia adelante y hacia atrás, se movían en sincronía, algo que jamás hubiese logrado sin ayuda de mi mejor amiga quien baila de una forma fenomenal.

- Lo estás logrando, Pabli - sonríe satisfecha. Había logrado que un tronco como yo se mueva frenéticamente, coordinando pasos y moviendo partes de mi cuerpo que antes no sabía mover.

Es una genia, pensé.

- ¡Estoy muerto! - grité. Estaba cansado, habíamos bailado como locos sin descanso.

Mi piel sudaba, mi rostro se sentía caliente y posiblemente estaría colorado, la multitud de gente no ayudaba para nada a mi organismo, que se encontraba acalorado y sin una gota de energía. Además, sentía ganas de mear. Quería correr al baño a hacer mis necesidades, mi vejiga no iba a aguantar mucho más.

- Voy al baño, esperame en la puerta, por las dudas - le pedí.

Marizza asintió aturdida por la música. La tomé de una mano y la obligue a seguirme hasta las puertas del baño. La solté y voltee a mirarla por si acaso, para luego entrar por la puerta que tenía un vinilo con forma de hombre.

- ¡Apurate, eh! - me gritó a penas cerré la puerta.

Entré en el primer cubículo disponible, corriendo como un desesperado. Sentía todo líquido dirigirse a la punta de mi miembro. Me desabroche el jean a la velocidad de la luz, para luego sacar mi amiguito y por fin hacer mis necesidades.

Suspiré cuando los chorros de pis, que salían con suma rapidez, desaparecieron, dejando unas pequeñas gotas en la punta de mi miembro. Me limpié, me lave las manos, y salí mucho más aliviado del baño.

Pero todo el alivio que sentí se disipó cuando, buscando a Marizza con la mirada, no la encontré. Ella había estado a menos de cinco metros de la puerta y se suponía que debía esperarme hasta que salga del baño, pero no había rastro de la pequeña castaña por ningún lado.

Me desespere, no sabía que hacer. Si bien ella sabía cuidarse sola, estaba algo borracha y eso puede alterar su mente de tal forma que no la deje pensar. Quién sabe y quizá estaba por ahí, tomando y bailando como se supone que haría si estuviera conmigo, pero tal vez, y solo tal vez, podría estar perdida, buscandome o hasta fuera del boliche.

Tiré de mi pelo, enloquecido mientras mi cabeza no dejaba de pensar cosas que podría estarle pasando a Marizza en esos momentos, sin mí a su lado protegiendo la de todo.

- ¡Marizza! - grité con la esperanza de que me escuche y venga hacia mi, pero eso no pasaba - ¡Enana!

El poco alcohol que ingeri estaba haciendo efecto, provocando algunas alteraciones en mi vista. El lugar entero parecía moverse un poco, acompañado de los movimientos de toda la gente que bailaba desenfrenadamente.

Desde que te ví. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora