Capítulo cuatro

1K 77 52
                                    

C A P Í T U L O 4
Algodón, alcohol y una pizca de amor.


- ¡Saquenmelos de aquí y vuelvan a poner la música!

Tres hombres robustos, grandotes, con caras de malos, surgen de entre la gente, acercándose de forma amenazadora a nosotros cuatro.
Si, somos uno más que ellos, pero dale. Ellos tres son gigantes, sin exagerar, nos podían matar en un soplido.

Uno de ellos coloca cada mano en un brazo de las chicas. Marizza está a su derecha mientras que Mía está a su izquierda. Ambas lo miran enojadas, con indignación.

- Para... nosotras sabemos salir solas, eh - le dice Marizza con un tono desafiante.

El tipo, sin darle importancia, las comienza a dirigir hacia la puerta del boliche.

La música vuelve a hacerse presente en el lugar, al igual que el quilombo de gente bailando. Sólo unas pocas personas se quedan a observar y cuchichear entre ellas lo que pasa con mis amigos y conmigo.

- ¡Te dijo que...! - mi voz se queda muda al sentir algo apretarme fuerte en el brazo.

Dirijo mi mirada ahí y veo como una mano me aprieta bruscamente. Otro de los gigantes me agarró y comienza a moverme en dirección a la puerta también.

- Eh, pelotudo, puedo caminar solo - digo sonando más firme de lo que estoy. Realmente me causan un poco de miedo estos tipos.

- Dale nene, callate. Ya salís de acá y no molestas más - replica el tipo con tono serio. No se inmuta para nada por mis forcejeos e intentos de que me suelte.

Tiene mucha fuerza don gigante.

Resoplo, resignado. Observo que a Manuel también lo tienen de un brazo, pero él sólo se muestra cansado, sin intentar soltarse.

+++

- Dale mi amor, después nos vemos - se despide Manuel de Mía con un beso en los labios -. Te mando un mensajito cuando vuelvo - una sonrisa se instala en su rostro.

- Si amor, te amo - le responde ella. Ruedo los ojos ante tanto dulce -. ¡Nos vemos chicos! - nos saluda a nosotros desde afuera del auto.

Marizza mueve su mano saludando desde la ventana con una sonrisa fingida. Debe pensar lo mismo que yo, que aquel par empalaga como sólo ellos saben hacerlo. Yo hago lo mismo y saludo desde el asiento de copiloto.

La parejita se aleja de el auto abrazados hasta la puerta de la casa de Mía. Marizza suspira y yo volteo en el asiento para verla.

- ¿Estás cansada? - pregunto, tratando de alivianar el ambiente - Perdón por todo el quilombo de hoy, quería defenderte nada más.

Trato de sonreír, pero me sale una mueca rara seguida de un quejido de dolor. Mi cara arde con cada movimiento por más mínimo que sea.

El el espejo del copiloto puedo ver mi magullado rostro; bajo mi ojo derecho se formó un hematoma, un círculo morado, casi negro, mientras que el párpado está algo hinchado. En mi ceja derecha hay un pequeño corte, casi invisible. Mi labio inferior está partido cerca de la comisura izquierda, sangre casi seca descansa sobre y debajo de él. Mi mejilla tiene una fina línea para nada profunda, rodeada de otro hematoma y un poco de sangre escapando de ella.

Simplificando: tengo la cara destruida.

- Está todo bien, rubio - responde Marizza con una sonrisa tranquilizadora -. ¿Vos cómo estás? Te dejó la cara hecha mierda el tipo ese.

- Peor se la dejé yo. Estuve increíble, ¿o no? - una casi sonrisa de lado se forma en mis labios.

- Tan increíble que ahora ni sonreír podes - dice sarcástica -. Cuando lleguemos te voy a limpiar esas heridas, antes de que se te infecten.

Desde que te ví. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora