3. Asfixiolofilia

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A veces, más de las que le gustaría admitir, Peter se sentía un mentiroso, un estafador. Y eso, a veces, lo hacía sentirse fascinado consigo mismo. No podría decir que era algo que lo enorgullecía, pero tampoco lo avergonzaba, no realmente al menos.

Sus gestos inocentes y su mirada pura, practicados delante el espejo, rendían frutos frente a quién fuese. Su hablar rápido y sus movimientos torpes, exagerados y naturales, agraciados.

A Peter le encantaba la idea de tener a quien fuese en la palma de su mano... o la palma de quien desease contra su cuello.

El cosquilleo en su vientre crecía en medida que la mano metálica del soldado del invierno apretaba su delicada piel, obstaculizando la entrada de aire, poniendo sus ojos llorosos y su boca seca. Sus propias manos sujetaban al soldado, lejos de querer impedir su accionar, el agarre era como una dulce caricia, un permiso implícito.

Cualquiera diría que el soldado era quien tenía el poder en aquella enfermiza y retorcida situación. Pero el joven arácnido sabía que no. Que era él quien podría hacer lo que quería con el jodido soldado y no tendría una sola queja al respecto.

Le gustaba engañar a sus amantes, hacerles creer que era un ser impoluto y devoto a su voluntad. Peter se reía de ellos, ilusos. Deseosos de una mínima autoridad, creyendo que eran capaces de imponerse ante él. JA.

O eso fue hasta que el soldado llegó al complejo, perdido y huraño. Complicado. Anhelante de algo sobre que tener control, totalmente a la deriva. Una presa perfecta.

Peter fue como un bálsamo fresco, un poco de aire limpio en medio del incendio forestal que era su mente.

El principio fue difícil, convencer al mayor de dejarlo entrar a su vida... Peter jamás se sintió tan maravillado al engañar a alguien, sin dudas había algo en él que lo hacía diferente al resto.

-Star Trek es mejor que Star Wars.- soltó una silenciosa mañana el soldado mientras desayunaban.

La sorpresa y la indignación del joven sacó una sonrisa al mayor. La primer sonrisa. Entonces Peter dudó de quien engañaría a quien. Estaba ansioso por descubrirlo.

Y así, lenta y gradualmente, fue como consiguió tener al militar en su habitación.

-¿Acaso no vas a decir nada, muñeca?- cuestionó con una sonrisa Barnes. Su lengua lamió la mejilla acalorada.

Al soldado le interesaba conquistarlo, con peleas bobas y ramos de rosas anónimos, con platillos deliciosos entregados con fingido desinterés. Indudablemente el joven castaño no pudo evitar dudar de si debía hacer lo mismo de siempre o permitirse la oportunidad de dejarse engatusar.

-Jodete.- artículo aduras penas. Sus piernas se aferraron aún más a las caderas del soldado, la pared fría contra su espalda lo hacía arquearse y rozar sus pezones contra los duros pectorales. La mano en su miembro aumentó el ritmo, el presemen brillaba en la punta de su glande.

Peter descubrió que el soldado siempre estuvo dispuesto a su voluntad, no hizo falta verbalizarlo. El control no era algo que le importase, no lo deseaba, no lo quería. Él quería a Peter, el mocoso que podía ser un parlanchín y una tumba, el mocoso que lo podía mirar con la pureza de un ángel y la perversidad de un demonio. Barnes deseaba conocer todas las facetas de Peter.

Lo que Peter no sabía era que el único control que el soldado deseaba era en la cama. La autoridad de decirle que hacer y como hacerlo. Y a Peter eso lo sedujo de manera irreversible.

Eran la mezcla perfecta, eran la calma antes de la tormenta y el desastre posterior. Su choque era como el más bello y destructivo huracán.

-Mejor continuo jodiente a ti dulzura.- el falo del sargento se clavó en su culo. Los dedos se apretaron contra su mandíbula con fuerza, sin contenerse, sin miedo de lastimar a su amante. La piel se dejaba ver ya magullada.

Peter sintió su cerebro hacer cortocircuito. Su cuerpo no respondía a sus demandas. Sus últimos intentos de lucha murieron cuando la gruesa erección se hundió en él, el momento exacto en que su semen saltaba a grandes chorros entre los torsos esculpidos y húmedos.

La presión se desvaneció en cuanto el orgasmo terminó, el golpe de oxígeno llegando a sus pulmones bruscamente remato su clímax cargandolo a un nivel superior. Era como ver al planeta desde la misma exosfera.

-Nunca me dejes.- pidió mirando las pupilas dilatadas, las estocadas se detuvieron.

El militar le sostuvo la mirada unos segundos, dudoso. Besó sus labios con adoración, con complicidad, el amor y la necesidad que no podía admitir en voz alta se fundieron entre sus labios y se transmitieron con miedo. Peter respondió al tacto de igual forma.

-Tu eres mi lugar y mi tiempo.- la voz solemne de Barnes, casi sombría, caló profundo en Peter. Su erección volvió a tomar su forma.- Jamás podría dejarte, dulzura.

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