6. Acromatofilia.

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Peter sabía que estaba enfermo. Que era un retorcido, sabía que en su interior había una perversidad inmunda. Aunque no desease admitirlo, por mucho que reprimiera el deseo una y mil veces, castigándose por su morbosidad. No podía extinguirlo.

El ver el metálico brazo del soldado del invierno lo calentaba al punto de no poder estar en la misma habitación con él si este llegaste a usar una básica y simple musculosa.

La culpa atormentaba su mente sin excepción. Sin embargo, no podía evitar pensar en el cambio de piel que sufría el desdichado hombre. Como la piel cicatrizada se unía con el frío metal, ese material tan fuerte y llamativo. La manera en la que los colores se complementaban y lo hacían lucir único, especial... desperfecto e irremediablemente humano.

Muchas veces intentó racionalizar su cuestionable gusto por la específica y particular característica que tanto afectaba su lívido. Y por muchas veces vueltas que le daba, siempre era la misma conclusión.

Si bien, el material liviano e inquebrantable llamaba su atención inexorablemente, era otra cosa la que alteraba sus hormonas.

Se sentenciaba a sí mismo como un cruel idiota, pero eso que tanto le gustaba era el espíritu roto y aún en pie del militar. El brazo metálico sólo era la materialización del vivido y resignificado que infierno por el que escapo, entre fuego y agonía, del que pudo salir victorioso. Con marcas del dolor y la tragedia, pero que ahora utilizaba en son de mejorar el desgarrador e injusto mundo que habitaban.

El soldado era una prueba viviente de que, por muy jodido que estés, por mucho que la oscuridad habite en tu interior, por mucho la mierda se cuele entre los pequeños trozos de ti... la redención era capaz de vencer, de luchar y ganar. Y aunque las heridas queden y algunos pedazos nunca se recuperen, se es capaz de levantarse para continuar.

Aún así Peter sabía que su sucio placer un día debería acabar, que alguien lo descubriría y su apariencia de niño bueno se vería manchada de forma permanente. Pero hasta que ese día llegase, disfrutaría su aberrante morbo en la medida que su habitación se lo permitiese.

Por ahora, imaginaria al soldado sobre su cuerpo. Recorriendo toda su anatomía con su brazo metálico, que acariciaría su polla rudamente con él hasta hacerlo correrse. Luego, lo besaria con ternura, dándole un descanso antes de introducir el frío metal en su cálido interior. En ese instante, él aferraría una de sus piernas a la cadera del soldado y besaria incontables veces la unión en el hombro.

-Hey, chico.- un chasquido lo sacó de su ensoñación.- ¿Escuchaste lo que dije?

Peter se maldijo por su distracción y gruño. El sargento Barnes estaba parado frente a él con su vestimenta deportiva. El arácnido salivó al ver los holgados pantalones que se ajustaban perfectamente desde las estrechas caderas hasta los voluminosos muslos y luego caían agraciados hasta los pies enfundados. Su cabello en el coleta suelta y un mechón suelto que hacía parecer sus ojos más claros por el contraste. Peter, de verdad que intentó ignorar de nueva cuenta la camiseta sin mangas, pero le era imposible. Era como si una voz malévola en su oído lo retase a mirar y él fuese incapaz de no caer en la trampa.

-... y por te preguntaba si querías entrenar conmigo y el Capitán.- terminó de decir el mayor.

El chico dio una mirada a su brazo izquierdo, se removió incómodo y volvió a correr la mirada.

-Yo... yo no puedo.- Peter se levantó abruptamente.- Lo siento.- pronunció apurado.- Quizá la próxima.

Y sin mediar una palabra más, salió del gimnasio corriendo.

James no pudo pasar desapercibido la mirada del muchacho y su explícita huida. Observó su cuerpo, se sintió asqueado. Era un fenómeno, no podía culpar al joven por no querer estar cerca suyo.

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