Capítulo 3

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Samantha vio desde su cuarto como el chico, el tal Flavio, como había escuchado llamarlo, entraba sus maletas y mantenía una charla animada con su hermano. Bueno más bien el que hablaba era Hugo y el otro le sonreía, pero es que tampoco su hermano le dejaba pronunciar palabra.

- Hemos pintado la habitación para ti – le iba contando – No hemos puesto nada en la pared por si quieres decorarla tú mismo, aunque tienes una estantería donde puedes dejar los libros o lo que quieras – continuó riéndose.

Con su gracia habitual le iba comentando los pormenores de la casa. Donde estaba el baño, la cocina y sus cuartos. Además le explicó que hacían la colada en la lavandería de la esquina porque no tenían lavadora y que si quería una buena comida, tenía una larga lista de bares y restaurantes que ofrecían comida a domicilio.

- Hugo – llamó Samantha a su hermano al ver que se había olvidado de lo más importante. Él se acercó dejando que Flavio examinara su cuarto.

- Dile lo del casero – le dijo en un susurro para Flavio no se enterara.

Su hermano asintió y regresó al lado de su amigo.

- Hay una cosa de la que debo advertirte.

El chico no contestó, pero lo miró preocupada. Samantha estaba en el pasillo mirándolos, aunque disimulaba haciendo como que buscaba un número en la guía telefónica.

- Nuestro casero es un poco, como decirlo, cascarrabias y odia la música y todo lo relacionada con ella.

- ¿Qué me quieres decir? – lo interrumpió. Hugo se estaba yendo por las ramas.

- Pues que noble digas que eres músico, ni que vas al conservatorio y esconde la guitarra en el armario cuando no estés por si viene a hacer una de sus costumbres revisiones. No queremos más problemas.

- Creía que tu hermana cantaba en un hotel – lo dijo en voz baja sin entender la situación. Sin embargo, Samantha lo escuchó. ¿Qué más le había contado Samantha sobre ella?

- Desde que supo que trabajaba allí le ha subido el alquiler un par de veces.

“Y tres también”, pensó Samantha atenta a la conversación.

- Entiendo – dijo cal lado. No parecía alterarse para nada. Mejor así, un poco de paz en su entorno no les vendría mal, aunque fuera para controlar y relajar los impulsos de su hermano. – No quiero causar problemas – añadió mirándola - ¿A tu hermana le parece bien que me quede?

- No te preocupes por eso. No os cruzaréis mucho. Yo casi no la veo.

- Ya – le contestó – pero parece que me quiera asesinar con la mirada – le dijo en el oído.

Hugo contuvo una carcajada y le dio una palmada en la espalda.

- Ya te acostumbrarás. Te dejó para que te instales.

Hugo dejó solo a Flavio y cerró la puerta para que tuviera intimidad. Samantha apartó la vista de las páginas amarillas y la clavó en su hermano que llevaba una sonrisa socarrona en los labios.

- Podrías disimular mejor – le dijo cuando pasó a su lado - ¿Quién busca un teléfono hoy en día en un libro?

- Mucha gente – le contestó Samantha a la defensiva.

- Seguro – le dijo sacando su móvil del bolsillo trasero – Hay una cosa que se llama internet. Y por cierto, vais a veros poco, pero podrías intentar esconder el hacha de guerra y ser un poco cordial.

- No te prometo nada.

Hugo tenía razón. Samantha no veía a Flavio en todo el día. Por la mañana mientras ella dormía, este ya se había levantado, desayunado y marchado a la universidad. Al parecer compartía asignaturas con su hermano, pero Hugo, acostumbrándose a la vida universitaria, se saltaba muchas clases, sobre todo a primera hora para dormir un poco más. Flavio no, escuchaba como se marchaba puntual a las 7:45 para llegar allí a las ocho.

Prácticamente dos horas después escuchaba a su hermano y ella se levantaba. Como estaba sola se encargaba del aseo del piso, lavaba los platos, recogía la mesa y cuando veía que estaba todo ordenado, se sentaba en la mesa con la libreta abierta.

Samantha había estudiado turismo, mas su otra pasión era la música, no solo cantarla, también componía sus propias letras a pesar de que se quedaran en un cajón y nadie las vería nunca. Era su forma de escape de una vida que le asfixiaba, se sentía libre, ella misma, escribiendo mostraba sus sentimientos como no podía expresarlos en voz alta. Había tantas emociones y pensamientos íntimos que no se atrevía a enseñar esa libreta a nadie, ni siquiera había comentado que componía canciones.
Miró la hoja y las últimas palabras que había en ella. Eran de hacía diez días, pero no sabía continuar, no tenía la cabeza ni la inspiración, ya que sus problemas controlaban la mayoría de sus pensamientos. Ahora parecía que tenía uno solucionada, mas se le había añadido el de Flavio. De momento no había tenido ninguna queja de él, pero la situación en la que se conocieron le hacia dudar de él. Casi estaba esperando a que cometiera un error así sus sospechas tendrían fundamentos.
Apartó de su mente a Flavio y se concentró en su tarea. Tuvo que empezar una canción nueva porque como se sentía en ese instante difería mucho de la temática de la que tenía a medias. Estaba tan concentrada que no se dio cuenta de cuando entraron en casa.

- Perdón, se me han olvidado unos apuntes – Samantha se sobresaltó al oír a Flavio – Solo vengo a recogerlos y me voy.

Samantha no dijo nada, solo se quedó mirándolo. Flavio tampoco podía apartar la vista y los pies no seguían las órdenes de su cerebro.

- ¿Qué estás escribiendo? – preguntó él curioso.

Samatha se sorprendió y se quedó con la boca abierta sin saber que decir. Era la primera vez que se dirigía a ella, por lo menos desde que estaba en casa y no esperaba que quisiera mantener una conversación. ¿Por qué preguntaba? ¿Estaba intentando ganarse su confianza? Aunque así fuera, no me iba a contar a él nada sobre sus escritos, debían seguir siendo secretos.

- Solo estoy escribiendo la lista de la compra.

- Sí que debe ser interesante el arroz. – bromeó.

- No, arroz no he apuntado, aún nos queda – intentó seguir con su farsa - ¿Querías algo más? – le dijo cerrando la libreta y mirándolo con una sonrisa forzada.

- Yo… - quería mantener una charla amistosa con ella, empezar de nuevo, pero no parecía posible, había elegido un mal momento. Se batió en retirada. – Voy a recoger mis apuntes.

Samantha asintió y escuchó como Flavio iba a su habitación, revolvía en los cajones y regresaba.

- Me voy – le dijo despidiéndose.

- No hace falta que me digas cada movimiento que haces – le contestó.

Flavio se encogió ante la dureza de sus palabras, aunque no era la intención de Samantha sonar tan brusca. Él se dio la vuelta y se marchó sin decir nada más.
Cuando Samantha comprobó que se había marchado se dio un golpe en la frente. “¿Por qué eres tan borde?”, se preguntó. No sabía que le pasaba con él, pero la ponía nerviosa. Su cercanía, su voz grave, su aire de niño bueno. Había algo en él que la desequilibraba y la hacía comportarse de una forma impetuosa. Ella no era así.

- ¿Qué te pasa, Samantha? – se preguntó ella misma.

Pero no tenía una respuesta digna, podía ser los cambios en el trabajo, el estrés por encontrar un compañero, el miedo a otra subida de alquiler por parte de su “amado” casero o alguna otra cosa que no quería admitir y que la apartó de su mente antes de que siquiera llegara a formarse.

El sonido del whatsapp la distrajo de su autoflagelación. Miró el mensaje:

Cena el viernes que viene?

Era Anajú, una de sus mejores amigas de la universidad. Mai fue la primera en responder con un enérgico sí. Las tres habían formado un grupo inseparable gracias a su amor a la música. Años después, aunque con menos frecuencia, seguían quedando, contándose como les iba la vida y si la noche se ponía interesante, acababan en un karaoke. Tal vez esa fuera una de esas noches.
Samantha aceptó. Necesitaba una quedada de chicas para hablar de lo que estaba sucediendo igual así podía apartar de su cabeza a su nuevo compañero de piso.


En medio de tus silencios (Flamantha) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora