Capítulo 18

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Sam esperó toda la noche a que Flavio volviera, pero no lo hizo y el sueño la venció cuando el sol comenzaba a entrar por la ventana. Aunque no quisiera admitirlo estaba preocupada, la cara que había puesto al leer el mensaje no le había gustado. ¿Le había ocurrido algo? ¿Estaría bien? Que no le comentara dónde iba le había extrañado y había despertado a su mente curiosa y masoquista que ya se había imaginado mil escenarios posibles. ¿Un accidente de coche de alguien cercano? ¿Una llamada de una amante? ¿Un familiar en el hospital? ¿La muerte de un conocido? Basta, Sam. Se obligó a sí misma a alejar a Flavio de su cabeza y concentrarse en algo más productivo. No pudo. Seguía mirando la hora esperando a que llegara. Las tres de la tarde. Nada. Las cuatro. Nada. Las cinco. Nada. Sam entraba y salía del whatsapp indecisa, quería preguntarle y a la vez no porque temía que pensara que era una pesada. Sabía que tenía que dejarle su espacio, ¿pero no había podido dar señales de vida? No sabía lo preocupada que estaba, aunque igual le daba lo mismo. Sam admitía que estaba siendo exagerada, pero había un sexto sentido, un nudo en el estómago que le advertía que algo no iba bien. Hastiada de esperar lo llamó.

- Hola – le contestó Flavio en tono seductor.

Sam se quedó desconcertada. Lo escuchaba cerca y doble.

- ¿Dónde estás?

Unos golpecitos en la puerta y la cabeza que se asomaba por ella le dieron la respuesta. Sam suspiró y colgó. Flavio entró y se sentó a los pies de su cama.

- ¿Todo bien? –preguntó ella al ver que él no tenía intención de decirle nada.

- Sí, sí, una amiga tenía un problema, pero ya está solucionado.

¿Amiga? ¿Qué amiga? ¿Esa por la que sentía algo? No se atrevía a preguntar por miedo a la respuesta.

- Me alegro.

Hubo un silencio que los separaba. Era como si un muro se hubiera erigido entre ellos. Parecía que les costaba entablar una conversación.

- ¿Hay algo que deba saber? – preguntó Sam.

- Sí – dijo Flavio jugando con sus dedos – Siento mucho no haber estado contigo ayer.

- No te preocupes. Estoy bien.

- Bueno – dijo levantándose de la cama y estimándose – Arréglate que voy a resarcirte.

- ¿Cómo?

Él le guiñó el ojo y se marchó. Sam estaba más tranquila, pero no se podía quitar de encima la sensación de que algo iba mal. Samantha se vistió sin dejar de pensar en las palabras de Flavio. Sabía que le escondía una parte de la historia, había visto como le esquivaba la mirada e intentaba cambiar de tema demasiado rápido.

- ¿Ya estás?

Sam lo miró. Con esa sonrisa resplandeciente le hizo olvidar todas sus dudas.

- Te queda genial esa chaqueta – le dijo Sam.

Flavio miró su chaqueta de pana naranja y asintió de acuerdo con ella.

- A ti te queda genial todo lo que te pongas – le contestó cogiéndole de la cintura y acercándola a él.

- Venga ya, zalamero.

- ¿Zalamero yo? – le dijo besándole en el cuello – Creo que te voy a comprar más espejos.

- A ver si va a parecer esto el Palacio de Versalles – le contestó ella besándole en los labios.

Fue un beso corto, pero cuando se separaron la intensidad que había en la mirada del otro les hizo acercarse de nuevo. Alargaron el beso, Sam jugueteaba con su lengua y Flavio respondía a su llamada sediento de ella profundizando su unión y calentando la habitación. Sin darse cuenta Flavio la fue arrastrando hasta que el cuerpo de Sam chocó contra la pared, estaba atrapada, pero no le importaba, desde el primer contacto había perdido la razón y el control de sus actos. Flavio tampoco parecía ser consciente de nada, se dejaba llevar de una forma instintiva, casi animal. Flavio levantó a Samantha del suelo y ella enrolló sus piernas alrededor de su cintura para tenerlo más cerca. Eso fue el colmo que rompió su dique de contención. Flavio le subió la falda, respiró en su cuello y le pidió permiso. No necesitó palabras, su cuerpo le dio la respuesta. Flavio se bajó los pantalones y fue entrando poco a poco en ella. Sam se fue acoplando a su invasión, no necesitaba mucho esfuerzo porque estaba toda mojada. Se sentía bien, lo había echado de menos y su cuerpo le pedía que no volviera a pasar tanto tiempo. A Flavio le costaba mantener el control, se sentía como su estuviera en su primera vez y temía correrse rápido, pero las sensaciones lo sobrepasaban, necesitaba ir más deprisa, tenerla más cerca, unirse a ella a un nivel fuera de lo normal. Sam le cogió el pelo y se lo estiró para guiar su boca a sus labios y exigiéndole, con un jaleo, que le diera lo que quería, lo que los dos querían y ansiaban. Flavio no pudo contenerse más, apoyó todo el peso de Sam en su espalda y elevó las caderas de ella para tener mejor acceso. Las embestidas se volvieron virulentas, salvajes y Sam tuvo que agarrarse fuerte de su cuello para no caer de bruces, aunque sabía que si eso ocurría sus fuertes brazos la sujetarían. Con cuatro sacudidas más de Flavio Sam tuvo un orgasmo demoledor que le provocó que le temblaran las piernas y él se dejó llevar corriéndose en su interior. Después de eso perdieron la noción del tiempo, solo estaban ellos y sus respiraciones sofocadas intentando volver a conseguir algo de oxígeno. Flavio les arrastró a los dos a la cama y se quedaron allí tumbados, mirándose, recuperándose de la intensidad que habían compartido.

Flavio jugueteó con el pelo de Sam enrollándoselo en el dedo. Se estaban adormeciendo, tranquilos, relajados en la paz de la cama.

- ¿Dónde me ibas a llevar? – le preguntó Sam con los ojos cerrados.

Flavio se quedó quieto dejando su cabello enrollado en el dedo como si quisiera rizarlo.

- A un bar de copas – Flavio miró su reloj –Todavía llegamos a hora.

- ¿A hora para qué?

- Para la Happy Hour – le contestó saltando de la cama y poniéndose de pie.

Sam lo miró escondiendo la cabeza en la almohada. Tanta efusividad la agotaba, ella solo quería quedarse ahí en la cama.

- Venga – le dijo él tirándole de un pie y sacándola de debajo de la almohada – Dentro de media hora ya no cabrá ni un alfiler.

Sam se levantó remolona y lo siguió a regañadientes. No mentía, el local situado en una de las calles más céntricas de Madrid estaba lleno. Por suerte pillaron una mesa libre junto a un pilar. Sam miraba el sitio analizándolo, tenía un toque ecléctico, mezcla de estilos, entre moderno y clásico, no sabía cómo describirlo. Era un local grande pintado de blanco y con adornos que podían haber estado en casa de su abuela. Las mesas variaban entre las que parecían pupitres blancos con su cajón y las triangulares que se podían acoplar entre ellas como piezas de lego.

- Es un poco extraña la decoración.
Flavio sonrió. Esa había sido su primera impresión también.

- Te acostumbras, aunque lo bueno de aquí son las bebidas. La especialidad de la casa te gustará.

- ¿Qué lleva?

Flavio se encogió de hombros. Nadie lo sabía. La receta era secreta, solo sabía que tenía un sabor que no había probado nunca. Sam se fio y cuando vino la camarera le pidieron dos especiales. Trató de averiguar alguna cosa sobre los ingredientes, pero la mujer sonrió y le dio un papel con un boli.

- Escribe lo que crees que lleva. Si aciertas te puedo salir gratis. De momento nadie lo ha descubierto.

La mujer regresó con las bebidas y con otro papel para Flavio, pero este lo rechazó, nunca había sabido descifrar ni uno de los ingredientes.

- ¿Cómo descubriste este lugar? – preguntó Sam dándole un sorbo a su bebida.

- Vengo con mis amigos.

Pero Sam no lo escuchaba. Seguía bebiendo.

- Esto está muy bueno. Parece fresa, no melón, no…

- No lo vas a saber – se burló él.

- ¿Qué es eso? – preguntó señalando una puerta.

Flavio se giró para ver. Allí estaba el panel de madera que separaba las dos secciones del local y la puerta que parecía casi camuflada a excepción del picaporte luminoso que brillaba en la oscuridad.

- Al pasar esa puerta hay una pequeña salita y dos puertas. Una a la derecha, los baños y otra a la izquierda, los reservados.

Sam se quedó impresionada, desde fuera el sitio no parecía tan grande, ni siquiera llamaba la atención si no sabías a donde te dirigías.

- Este lugar está muy guay. Gracias por traerme.

Flavio sonrió complacido, como si fuera el mejor cumplido del mundo. Parecía hasta que se había ensanchado de orgullo. Sam se puso nerviosa, sacó la flor que decoraba su copa y se la puso en el pelo. Flavio la miró desconcertado, ocultando una sonrisa, se había manchado el pelo con el alcohol.

- Lo siento – dijo quitándose la flor – Es que hago el gilipollas cuando me gusta alguien.

- ¿Te gusto? – preguntó él con una sonrisa más grande iluminando su cara.

Sam lo miró y suspiró. A estas alturas era difícil negar que sentía algo por él.

- Sí, me gustas. Me gusta tu sonrisa, como se te achinan los ojos cuando sonríes y las caras que pones cuando tocas el piano.

Flavio hizo una nueva pensativo.

- No me pongas cara de perro – le dijo golpeándole la mano.

Flavio se rio y le devolvió el golpe.

- Estaba pensando en todas las cosas que me gustan de ti, pero hay una que no me gusta.

Sam levantó las cejas expectante.

- No me gusta la textura de tus manos con esa crema que usas.

Sam se miró las manos y no pudo evitar soltar una carcajada.

- ¿Solo eso?

- Solo eso.

Las miradas volvieron a encontrarse, la chispa se despertó de nuevo, el deseo se encendió. Las dos sabían lo que querían.

- Voy al baño y volvemos a casa.

Flavio asintió sabiendo el significado oculto de sus palabras, aunque no había que ser muy listo porque sus cuerpos lo gritaban a voces. Sam pasó por su lado y él le cogió la mano.

- No tardes.

- Y tú no me cojas la mano que no te gusta.

- Puedo soportarlo.

Samantha se marchó en dirección del baño con una sonrisa en la boca. Era como le había dicho Flavio, una gran salita de espera con sillones, lámparas de pie con tulipas de cristal y varias macetas de helechos. A un lado hacia un cartel de reservado y en el otro dos dibujitos muy representativos de las partes pudendas del hombre y la mujer. Sam esperó porque como siempre había una cola enorme para entrar en el baño de mujeres. Se apoyó en la pared más alejada, la que estaba junto a la puerta por donde había entrado y se puso a mirar las conversaciones de WhatsApp. Maialen estaba saliendo con Bruno, vaya sorpresa, y desde que estaba con él no le veía el pelo, no paraba de aquí para allá de conciertos y Anajú, pues era Anajú, necesitabas cita previa con tres meses de antelación para poder verla 5 minutos. Las echaba de menos, pero sabía que cada una había emprendido su camino y no podían compartir tanto tiempo como antes. Por lo menos ahora tenía su Flavio que le mitigaba sus momentos de soledad. No les había contado a sus amigos sus progresos con Flavio, debería hacerlo antes de que se enfadaran con ella, aunque intentaría omitir detalles íntimos. Estaba escribiendo el mensaje cuando una voz la descolocó.

- Mira quien está ahí.

Sam levantó la vista del teléfono y lo miró. Era el amigo de Flavio, aquel con el que se había topado la primera vez que se vieron. Iba borracho, sujeto por un hombre que intentaba calmarlo para llevarlo a casa. La pareja se acercó y Sam hizo una sonrisa forzada más para el amigo que tenía cara de situación y de estar pasándolo mal que por el borracho.

- Por tu culpa le debo dinero a Flavio – le dijo cuando estuvo a su lado.

Sam no pudo evitar oler el vodka fermentado en su boca.

- ¿Cómo? – no entendía nada. ¿Por qué le debía dinero por su culpa?

- Ah, ¿no te lo ha contado? – le preguntó con una sonrisa macabra.

El amigo intentó llevárselo, pero él se ancló en el suelo mirándola con malicia.

- Ya le dijo a Flavio que niña frígida como tú no podía sonreír y menos que pudiera sentir algo. Él creía lo contrario y una cosa llevó a la otra.

- ¿Perdona? – contestó Sam uniendo las piezas del puzzle en su cabeza - ¿Flavio está conmigo por una apuesta?

El hombre se llevó la mano a los labios en un gesto teatral como si se le hubieran escapado las palabras sin querer cuando lo estaba haciendo deliberadamente para dañarla.

- ¿De verdad crees que te quiere?

Samantha dio un paso atrás ante el tono de sus palabras, era como si le hubieran dado una bofetada, estaba aturdida, sin poder creer lo que decía.

- Pregúntale con quien estuvo anoche – añadió – como salió corriendo para encontrarse con ella.

Sam estaba al borde de las lágrimas, quería que se callara, que dejara de decir mentiras, pero sabía que los borrachos decían la verdad y que eso explicaba el comportamiento extraño de Flavio la noche anterior. Cada palabra que decía era como una losa que iba sellando su tumba. El amigo empujó al ebrio fuera de su vista para que terminara con su malintencionada charla.

- ¿Quién es? – preguntó Sam a su espalda.

Él giró la cabeza. No necesitaba explicación para entender su pregunta.

- Eva – le contestó saliendo de la sala.

Una luz de entendimiento cayó sobre su cabeza. Ahora comprendía la situación, aunque su corazón se negaba a creerle. ¿Flavio había estado la noche anterior con Eva? ¿Se había acostado con las dos? ¿Qué clase de persona era Flavio? Creía que lo conocía, pero ahora empezaba a dudar de él. Y de ella misma. ¿Por qué sus sentidos no la habían avisado? Tal vez había estado demasiado ciega para ver las señales.

Sam suspiró hondo, se negaba a dejar caer las lágrimas delante de unos desconocidos que la miraban con pena. Levantó la cabeza con dignidad y salió del local olvidándose de sus necesidades urinarias y del hombre que estaba en la mesa esperándola. Necesitaba estar sola.

En medio de tus silencios (Flamantha) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora