Capítulo 19

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Flavio no paraba de mirar el reloj. Samantha tardaba mucho, ya hacía más de media hora que se había marchado al baño. Al final, preocupado, pagó la cuenta y se dirigió en su busca. Había una cola enorme para entrar al baño, pero ni rastro de Sam. Preguntó a unas chicas si la habían visto, describiéndola físicamente, aunque tampoco obtuvo respuesta. Ellas acababan de llegar. Esperó a que saliera una mujer de dentro y la paró para volver a preguntar por Sam. La mujer lo miró de arriba debajo de forma despectiva.

- Verla la he visto, pero se ha marchado. Espero que lejos de ti.

Flavio se quedó plantado sin saber qué contestar mientras la mujer salía. ¿Qué quería decir? ¿De qué los conocía? Ahora mismo su cabeza era un hervidero de suposiciones a punto de estallar. ¿Dónde estaba Sam? Salió para seguir buscándola cuando se topó de frente con un hombre.

- Lo siento – dijo Flavio sin mirar. Estaba nerviosa por la respuesta de la mujer. Empezaba a temerse lo peor.

- ¿Flavio?

Este levantó la vista al escuchar su nombre. Era un compañero de clase, Felipe y parecía que lo estaba buscando.

- Creía que ya te habías ido.

- ¿Qué pasa? – preguntó con un nudo en la garganta. Él siempre iba con…

No necesitó escuchar lo siguiente para que todos sus temores se activaran.

- Se lo ha contado.

A Flavio el mundo se le vino encima. Sabía que tenía que habérselo contado él, pero nunca encontraba el momento, temía que se enfadara y lo había hecho. Lo peor es que se había enterado por otra persona y no por él. Explícaselo, le dijo la voz de su conciencia. Sí, tenía que contarle su versión, que viera que no era exactamente como, desde ese instante ya ex amigo, le había contado.

- Gracias – contestó Flavio antes de salir corriendo.

Tenía que encontrarla. Intentó llamarla, pero no le contestó, como esperaba. Así que fue a casa, debería estar allí. La puerta de entrada tenía el cerrojo echado, eso le dio mala espina, pero de todas formas la llamó. Nada. La casa estaba en el más absoluto silencio, un silencio tan desgarrador que solo dejaba que solo dejaba escuchar el tic-tac desesperado de su corazón. Flavio fue a buscarla a su cuarto. Ella no estaba, pero sí las maletas y toda su rol encima de la cama. Parecía que estaba recogiendo cuando abruptamente algo la había interrumpido y se había marchado. ¿Lo estaba re huyendo? No podía culpable si era así, pero ¿iba a marcharse sin dejarla que se explicara? ¿Tan poca confianza tenía en él? ¿Tanto daño le había hecho? ¿Dónde estaba Sam? Flavio se sentó, tendría que volver en algún momento y él estaría esperándola.

                                 ***

Sam había tomado una decisión, una decisión difícil que le había tomado demasiado tiempo. Andando por las calles de Madrid se dio cuenta de que estaba perdida, metafóricamente. No sabía qué rumbo seguir en su vida porque todo a su alrededor se derrumbaba. Necesitaba escapar de allí, volver a encontrarse. Necesitaba ser egoísta y volver a pensar en sí misma. Por su salud mental. Deshizo los pasos y se encaminó a su casa decidida. Sabía lo que tenía que hacer. El mazazo de las mentiras de Flavio la había descolocado, la había paralizado y la había puesto los pies en el suelo de golpe. Tenía que cambiar. No estaba enfadada, le sorprendía lo poco que sentía, se había roto por dentro, estaba vacía, desilusionada y poco más. Era añadir un fracaso más a su larga lista. Llegó a casa con ganas de encerrarse y no salir nunca más, pero no podía, tenía que ser fuerte y alejarse de allí. Buscó en el armario sus maletas que tenían un poco de polvo. No recordaba la última vez que las había utilizado. Ahora necesitaba el kit completo y aún así no le cabría todo. Empezó a sacar la ropa de los cajones y la echó encima de la cama. Tendría que hacer una selección de lo imprescindible que debería llevarse consigo. Lo demás lo podría enviar Hugo por correo o simplemente meterlo en bolsas para el contenedor de la ropa. Quizás le serviría para hacer limpieza de armario y tirar por fin esa camiseta vieja llena de agujeros y manchas, pero que iba genial para los días de regla.

Vació tres de los cajones cuando se encontró con el uniforme de trabajo. Se sentó acariciando las letras cosidas del hotel, añorando los viejos tiempos. Aún recordaba su primer día, nerviosa y llena de emoción. Había vivido grandes momentos allí, aunque los últimos meses le habían hecho olvidarlos, era un infierno, un lugar donde ya no se sentía como en casa. Miró el uniforme por última vez. Lo metió en una bolsa, cogió las llaves y se fue de casa. No tardó mucho en llegar al hotel, en realidad el mismo tiempo que siempre, pero a ella se le había hecho más corto. Quizás por la determinación de su idea o quizás por la liberación de un peso que llevaba tiempo acarreando. Tenía que haber tomado esa decisión hacía mucho, pero algo, tal vez miedo, tal vez incertidumbre, tal vez rutina, le habían impedido hacerlo.

Sam no tuvo demasiados problemas en encontrar a su jefe. El señor Carrasco estaba controlando a los camareros en el salón. Les hacía colocarse bien la corbata, los reñía si tenían la camisa arrugada y les daba instrucciones de como debían hacer su trabajo. Los camareros que estaban enfrente de ella se la quedaron mirando. Era extraño que interrumpiera un sermón de forma tan abrupta. Su jefe se dio cuenta de que ya no era el centro de atención y se dio la vuelta para ver el culpable de tal afrenta.

- ¿Qué estás haciendo aquí? Hoy no trabajas.

- Ni hoy ni mañana ni pasado. – le dijo entregándole la bolsa – Me voy. Renuncio.

El señor Carrasco se quedó sorprendido. No se esperaba esa actitud por parte de ella. Estaba acostumbrado a la sumisión, a poder hacer lo que quiera con sus subordinados.

- No puedes renunciar.

- Claro que puedo y ya lo he hecho. Me voy a un sitio donde me sepan valorar. Y que separa que yo soy mucha artista para este sitio.

- ¿Y Flavio?

La sola mención de su nombre le dolió, fue como tener clavada una espina en el corazón, pero no dejó que eso le afectara.

- Habla con él. Yo no soy su representante, aunque tal vez mañana le toque salir a cantar a usted. Si llueve ya sé porque será – le contestó dándose la vuelta con una sonrisa triunfal en los labios.

- Puedo denunciarte por rescisión del contrato.

A Sam se le borró la sonrisa de los labios para reemplazarla por una más grande.

- Hágalo – le dijo encogiéndose de hombros – Pero tendrá que mirar el contrato bueno, el de 30 horas, el de 20 o el de 10. Ah, no, que no me ha hecho contrato nuevo. Aún no he firmado nada. Nuestra relación terminó el día en que decidió reducirme las horas, señor Carrasco. Legalmente soy libre. Vaya a consultarlo con cualquier abogado.

El señor Carrasco se puso rojo de la ira al ver su derrota. Creía que podría intimidarla, pero esta vez no, ella se sentía más segura, se sentía más ella misma. Iba a volver a quererse y no iba a dejarse pisotear por nadie.

- Ciao – le dijo haciendo un saludo teatral con la mano cual fallera mayor en la ofrenda de Valencia.

Sam ahora estaba mejor, su vida se iba a la deriva, pero no le importaba, ya encontraría una isla donde atracar su barco.

Volvió a casa sonriendo, mas cuando abrió la puerta y se lo encontró sentado en su cama algo se rompió, el alma se le cayó a los pies y todos sus sentimientos salieron a flote arrastrados por la cascada insurgente de los latidos de su corazón.

Flavio se levantó de la cama cuando la escuchó y fue en su dirección.

- Sam, yo…

- No – le dijo levantando la mano para callarlo – Ya lo sé todo. No quiero saber más.

- Claro que vas a hacerlo. Te debo una explicación.

- No me debes nada. – le dijo ignorándolo y entrando en su habitación.

Quería cerrarle la puerta en las narices, atrancarla, impedirle el paso, mas sabía que sería inútil. Tenían que enfrentar la situación. Se sentó en el mismo sitio donde antes estaba Flavio. Aún podía sentir su calor y su olor impregnando el aire. Suspiró y lo miró.

- Habla.

Flavio se desconcertó un segundo pensando que tendría que suplicar un poco más para que la escuchara. Demasiado fácil, era una derrota asegurada y aún así iba a utilizar todos sus cartuchos para convencerla de su amor.

- ¿Qué te ha contado Dani?

¿Dani? ¿Así era como se llamaba? Primera noticia, aunque no le importaba nada el nombre de aquel bellaco.

- La verdad – le contestó sarcástica.
No quería ayudarlo, quería que él confesara, tal vez había más cosas que ocultaba.

- Lo de la apuesta es mentira – Sam levantó las cejas incrédula, pero él continuó ajeno al gesto – Un malentendido. Después del primer encontronazo cuando le dije que vivía contigo me dijo unas palabras muy feas sobre ti.

- Sí, lo sé. Ha estado encantado de repetirlas.

Flavio maldijo entre dientes al tal Dani.

- Bueno, yo no estuve de acuerdo con él y me retó a que lo negara. No me hice caso, pero él insistió y por no oírlo le seguí él juego.

- ¿Cuánto te he hecho ganar? – le preguntó ella dolida.

- Sam, no eres una apuesta.

- No, soy una persona a la que has manipulado para conseguir tus propios beneficios – Sam no aguantaba más, cada vez su voz se elevaba mostrando su rabia – Si hasta te enseñé mis canciones, algo tan íntimo, ¿para qué? ¿Para reírte de mí? ¿Era eso? ¿Te ha parecido divertido?

Flavio negó mirando al suelo. No sabía cómo explicarse sin liar más la situación.

- Sam, que me acercara a ti no tiene nada que ver con el capullo de mi examigo. Desde que te vi aquella noche y nuestros cuerpos chocaron sentí una conexión, una electricidad que no había sentido antes. Quería repetirlo y te busqué desesperadamente sin resultado hasta que por casualidad Hugo me ofreció un sitio para dormir. Cuando vi que eras su hermana creí que era el destino y lo sigo pensando. Dani me hostigó con su apuesta y fui un imbécil y un descerebrado por no pararle los pies, pero lo que ha pasado entre nosotros, que me enamorar de ti, todo ha sido real. Nunca he querido hacerte daño ni reírme de ti, los sentimientos me han sobrepasado, Sam. Te quiero.

Sam quería creerle, sus palabras eran sinceras, pero estaba tan dolida que no hacían nada para cerrar las heridas abiertas de su corazón. En otra situación hubiera saltado de la emoción y se hubiera lanzado en sus brazos al oír su declaración de amor. Ahora no sabía cómo reaccionar ni si podía volver a confiar en él. Y más cuando había otra cuestión que formaba un abismo entre los dos.

- Supongamos que te creo – le dijo Sam mirándolo directamente a los ojos para ver su reacción a sus próximas palabras - ¿Qué pasa con Eva? ¿Qué pasó anoche?

Flavio se quedó boquiabierto y se puso pálido, más blanco que la pared que tenía detrás.

- ¿Cómo…? – no terminó la frase. ¿Qué cómo se había enterado? Por su buen amigo Dani que había sido más sincero que él. Igual Sam tendría que darle las gracias, aunque no estaba tan loca.

Flavio se derrumbó y se sentó a su lado en la cama. Los dos se quedaron mirando al frente sin saber qué decir, como dos extraños.

- ¿Te acostaste con ella?

- No – le dijo Flavio compungido. Había culpabilidad en su voz, en esa simple palabra.

- Pero quisiste hacerlo – le dijo Sam en una afirmación.

Flavio no lo negó y esa fue la única respuesta que necesitó Sam para saber que no se equivocaba.

- No sé lo que me pasa con ella. No la quiero, Sam, eso te lo juro, pero necesitaba ayuda y no podía negarme.

- Ya, o sea no la quieres y corres a su lado cuando te necesita, entiendo. Ella es tu debilidad.

- No – le dijo cogiéndole la mano para que lo mirara – Mi debilidad eres tú. Lo de Eva se ha acabado porque nunca empezó y ayer cuando estuve con ella me di cuenta. Yo solo quería volver contigo.

Sam no sabía cómo interpretar sus palabras, quería, ansiaba creerlo con todo su ser, pero sus actos los últimos actos demostraban otros hechos.

- Flavio, me voy.

- ¿Cómo que te vas? Si acabas de llegar.

Sam amagó una sonrisa amarga.

- Vuelvo a casa de mis padres. Necesito espacio, tomar distancia y pensar bien qué es lo que quiero.

- Todo lo que te he dicho es verdad. Sam, te quiero. –volvió a insistir.

- Entonces déjame ir.

Flavio se quedó taciturno, callado, mirando al suelo como si allí pudiera encontrar alguna ayuda para convencerla de que se quedara. No la había así que se levantó y empezó a doblar la ropa, ayudándola a hacer las maletas. Sam agradeció el simple gesto y se puso junto a él a preparar sus pertenencias. Tardaron media hora en acabar de llenar las maletas, en silencio, con el peso en el ambiente de la pérdida, disfrutando de los escasos instantes de compañía que les quedaban.

- No voy a hacerte cambiar de opinión, ¿no? – le preguntó Flavio cerrando la última maleta.

Sam negó.

- ¿Podrás perdonarme? Nunca quise hacerte daño.

- Flavio, dame tiempo.

- ¿Cuánto tiempo? – había angustia en su voz. Sabía que le dolía, pero tenía que entender que ahora sólo pensara en sí misma y que tenía que alejarse de él para comprender si su relación tenía un futuro tras sus engaños.

- El que sea necesario para sanar mis heridas.

Flavio ocultó el rostro para que no viera el dolor que le consumía y las lágrimas en sus ojos.

- No sabes cuánto me duele ser el culpable de tus heridas. Yo tendría que ser el que te ayudara a remendarlas no el causante. Me odio por eso y me voy a arrepentir toda mi vida, pero no me voy a rendir, Sam, voy a darte espacio y luego voy a ir a por ti y te voy a volver a enamorar. Te voy a demostrar que tú y yo estamos destinados a estar juntos.

Sam le acarició el rostro y él se acercó a ella anhelante de su contacto, de sus caricias, de su calor, de ella. Luego le dio un casto beso en los labios de despedida y cogió sus maletas.

Flavio la acompañó hasta la puerta como alma en pena y queriendo echar marcha atrás el tiempo y cambiar las cosas, mas no podía. La había cagado y la estaba perdiendo, pero sus palabras eran sinceras y él seguiría luchando por ella aún cuando ella no lo quisiera en su vida.

Sam salió de la casa y se dio la vuelta. El hueco de la puerta creaba un muro invisible entre los dos que los separaba a pesar de estar tan cerca, a escasos centímetros. Flavio estuvo tentado de suplicar y Sam de quedarse, pero sabían que eso provocaría más daño. Ahora solo les quedaba esperar a que el tiempo lanzara su moneda y les diera un resultado.

- Adiós, Flavio.

- Adiós, Sam.

En medio de tus silencios (Flamantha) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora