Capítulo 13

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Flavio estuvo cansado el resto de la semana, cansado y raro. Actuaba de forma diferente, intentaba pasar el menor tiempo con ella y cuando iban a trabajar parecía que se había formado un muro entre ellos.

Samantha tenía que encarar la situación, no podía más con la incertidumbre. Esperó a que su hermano se marchará. Sabía que Flavio no tardaría en ir detrás. Esa era su nueva rutina cuando ella estaba en casa y no quería estar a solas con la ella, pero esta vez no se iba a escapar. Sam fue corriendo a la puerta y se apoyó en ella esperando, como si fuera casualidad que estaba allí. No se equivocó. Cinco minutos apareció Flavio.

- ¿Dónde vas? – le preguntó Sam.

Flavio se sobresaltó. No esperaba que estuviera en la puerta. Forzó una sonrisa.

- Tengo que hacer unos recados.

- Pues hoy no va a ser – le contestó Sam poniéndole una mano en el pecho – No al menos hasta que hablemos.

- Samantha, tengo prisa.

Ella se hizo a un lado.

- No te voy a impedir que te vayas, pero si haces solo me confirmarás lo que pienso de ti – le atacó.

- ¿Qué piensas de mí?

- Que eres un cobarde.

Flavio sonrió triste, parecía una eternidad cuando era él el que iba detrás de ella y había empleado casi las mismas palabras.

- Sabes que no lo soy.

- ¿Entonces por qué no hablas conmigo? ¿Por qué no me cuentas lo que ocurre?

- Porque no sé ni por dónde empezar ni cómo formular las palabras.

- Flavio, di lo que sea. Prefiero que me digas la verdad a continuar con la duda de si he hecho algo mal.

- No, no, tú no has hecho nada mal.

- Ya. Ahora me dirás lo típico de no eres tú, soy yo, ¿no?

- Pues sí, soy yo, Sam. Me encanta estar contigo, pero tengo muchas dudas. Hay otra chica…

Samantha levantó una mano para que se detuviera, no podía seguro escuchándolo.

- Flavio, lo nuestro ha sido solo sexo, nada serio. No tenemos ningún compromiso ni nos vamos a casar. Solo amigos, ¿vale?

Sam le ofreció la mano y él le dio un apretón como si hubiera sellado una reunión de negocios importante.

- Te dejo con tus recados.

Samantha se marchó corriendo y se encerró en la habitación para que él no la viera llorar. Se había hecho la dura, la fuerte, pero en el fondo le dolía. Sam se deslizó por la puerta hasta sentarse en el suelo y romper a llorar con la cara oculta entre las piernas. Flavio le gustaba de verdad y se había hecho ilusiones. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué lloraba por él? Sentía que tenía el corazón roto en mil pedacitos algo normal siendo ella tan dramática, pero Flavio le había llegado al alma en poco tiempo, se sentía unida a él, sin embargo, él estaba pensando en otra.

Samantha se quitó las lágrimas de la cara, no iba a llorar por él, había sido algo pasajero, un romance de verano en otoño que había durado tanto como una hoja seca en un árbol ante el violento viento. Lo peor de todo es que seguía viviendo y trabajando con él. Iba a ser difícil compartir tanto tiempo juntos y fingir que no le dolía.

Samantha necesitaba consejo, necesitaba hablar con su madre. Buscó en la agenda su número, hacía días que no la llamaba para contarle como le iba, debería estar preocupada. No le extrañó nada su respuesta cuando le cogió el teléfono.

- Hombre, la perdida.

Sam sonrió. Escuchar la voz de su madre era tranquilizador hasta que empezaran a discutir como siempre acababan haciéndolo.

- ¿Cómo estás, mamá?

- Pues viva, ¿cómo voy a estar? Ya era hora de que te acordaras de que tenías madre.

- Lo siento – se disculpó Sam. Si no lo hacía podía estar toda la llamada tirándole reproches. Funcionó. Su madre chasqueó la lengua y cambió el tono de voz.

- ¿Y cómo estás tú, cariño? ¿Alguna novedad?

- Pues… - Samantha no pudo continuar. Se le quebró la voz intentando contener un sollozo.

- Sam, ¿qué nos ocurre? – le preguntó su madre preocupada.

- No es por el trabajo, mamá – le dijo antes de que se imaginara cualquier cosa negativa. A ella no le gustaba su trabajo en el hotel – Es un chico. Han pasado cosas. Es que juega un poco, ¿sabes?

- Ya – le contestó su madre para que supiera que la estaba escuchando, aunque no entendía de la misa la mitad.

- Es que no lo entiendo, mamá. Me trata súper bien, congeniamos, cuando canta me mira a los ojos como si las canciones fueran dedicadas para mí y luego me dice que nada, que le gusta otra y tiene dudas. Es un sí y luego no.

Su madre se rio al otro lado del teléfono. Sam también lo hizo. Era reparador.

- Me encanta el lío que tienes en la cabeza, hija.

- ¿Qué puedo hacer, mamá?

- Pues esperar, cariño.

- Sabes que soy muy impaciente.

- Samantha, lo que tenga que ser para ti, será. No fuertes la situación, déjale espacio y distánciate un poco de él. Os servirá a los dos para pensar.

- ¿Cómo? Si trabajo y vivo con él.

- Espera, espera, espera – dijo su madre alzando la voz - ¿El chico es el amigo de tu hermano?

- Sí – contestó Sam con un hilillo esperando la bronca

- Y tu hermano no lo sabe, ¿no?

- No y no le digas nada.

- Soy una tumba – luego escuchó a su madre reírse al otro lado de la línea – No sabía que ahora te gustaban los pezqueñines.

- ¡Mamá! – la riñó aunque no pudo evitar reírse.

Tras eso se produjo un silencio incómodo en la línea. Su madre quería decirle algo.

- ¿Qué ocurre, mamá?

- Ayer hablé con tu hermano… - empezó. Que hablara con Hugo solo significaba malas noticias para ella. Primero porque su hermano no tenía pelos en la lengua y segundo, porque ya le habría contado todo sobre su vida.

- ¿Qué te ha dicho el bocachanclas de mi hermano?

- No te preocupes y tampoco le digas nada – le advirtió su madre. No, solo le voy a estirar las orejas y comerme los labios, pensó. – Además lo que me contó no es algo que no supiera.

- Mamá, ¿quieres ir al grano, por favor?

- Sam, ya se tus problemas en el trabajo. En ese sitio no te valoran, deberías buscar otra cosa.

- Mamá, ya lo he intentado, pero el mercado laboral está difícil para la gente joven como yo. Bueno, para cualquiera – añadió.

- Samantha, sabes que puedes volver a casa cuando quieras.

Sam cerró los ojos y suspiró mientras contaba hasta diez para no perder los nervios. Siempre discutían por lo mismo y ella hoy no estaba para más dramas.

- Mamá, sabes que no puedo. Eso sería aceptar mi derrota, que no puedo mantenerme por mí misma, sería un paso atrás.

- Nunca viene mal un paso atrás si es para coger impulso y continuar.

- Mamá, no insistas.

- Vale, cariño – dijo rindiéndose por fin – pero que sepas que aquí siempre habrá un sitio para ti.

- Gracias, mamá – Sam miró la hora, ya se estaba haciendo tarde y sus tropas la estaban avisando – Te dejo, voy a preparar algo de comer.

Todavía estuvieron un par de minutos hablando hasta que colgaron. Sam prometió llamarla con cualquier novedad, aunque no haría falta porque ni tendría novedades y porque ya tenían un periodista en casa que narraba todos los acontecimientos de su vida.

Nota mental: pegarle un sopapo a Hugo, se dijo mientras iba a la cocina. Tal vez cocinar pudiera relajarla. Iba a preparar algo rápido, quizás un salteado de verduras. Buscó en la nevera y sacó dos calabacines, dos pimientos, una cebolla y una bolsita de tomatitos cherry para darle su toque personal. Lo tenía todo. Empezó pelando la cebolla. Ya estaba llorando antes de que esta hiciera tal efecto en ella. Era la excusa perfecta para ocultar sus emociones.

Sam escuchó unos pasos y se sobresaltó. Ese no era su hermano, conocía demasiado bien los pasos de Flavio y el rastro que dejaba su exótica y picante colonia. Samantha se limpió las lágrimas con las manos y continuó cortando en juliana la cebolla. Flavio entró en la cocina y se impresionó al verla ahí.

- ¿Estás cocinando? – preguntó.

Sam levantó el cuchillo y le saludó.

- ¿No me ves? Aunque quizás podría estar descuartizando a algún cadáver. Los lunes me dedico a ello.

Flavio sonrió. Sam no. Se giró y continuó con los calabacines. Le dolía verle tan feliz cuando ella estaba destrozada por dentro.

- ¿Estás bien?

- ¿Yo? Estupendamente.

Flavio no dijo nada, pero se la quedó observando.

Sam continuaba cocinando cortando ahora el pimiento y pensando que cuanto cambian las cosas en apenas unas horas. Intentaba concentrarse en el plato que estaba preparando, mas no podía evitar ser consciente de cada movimiento de Flavio. Vio como iba a la nevera, como sacaba un botellín de cerveza, como se acercaba al cajón donde estaba el abridor que justo estaba al lado de donde se encontraba ella y también sintió la suave caricia de su brazo al rozarla. A Sam se le puso la piel de gallina.

- Hace un poco de frío, ¿no? – se justificó.

- Ahora cierro la ventana.

Flavio cerró la ventana y se sentó en una silla para verla mientras se bebía su cerveza.

Sam estaba en tensión notando la mirada de él clavada en su espalda. ¿Por qué no se iba? Le había estado rehuyendo y ahora compartía tiempo con ella. No tenía sentido.

Tú a lo tuyo, le dijo la voz cuerda de su cabeza. Aquella que tenía más amor propio y orgullo que ella misma. Así que continuó con la receta ante la atenta mirada de Flavio. Puso todos los ingredientes en la sartén a fuego lento y lo fue removiendo poco a poco.

- Que bien huele – dijo Flavio.

Sam asintió como única respuesta estando de acuerdo con su afirmación. Olía de maravilla. El salteado estaba casi listo, solo faltaba su toque especial, un secreto de familia. Añadió sal y un chorrito de coñac mientras se cocinaba a fuego fuerte. Un par de vuelta y voilà. Listo. Lo puso todo en un plato.

- ¿No hay nada para mí? – preguntó Flavio.

Sam miró su plato y luego a él.

- Lo siento, solo he hecho comida para uno – le contestó encogiéndose de hombros.

Flavio la observó con la boca abierta, pero ella no esperó una respuesta. Se dio la vuelta y se marchó a su cuarto para poder comer tranquilamente.

Él se quedó un rato de pie sin comprender lo que acababa de suceder y con las tripas rugiendo cual león de la Metro Goldwyn Mayer. Tenía que arreglar la situación, pero antes iría a freírse un huevo.



En medio de tus silencios (Flamantha) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora